– El prec
a: era pánico, sí... pero también algo más. Algo profundo, ardiente, que la asustaba aún más que el propio Diego. Su cuerpo reaccionaba sin
orado aún, deslizó lentamente sus dedos entre sus muslos. La caricia fue directa, humedeci
dura, de dignidad, o quizás miedo. Lo apartó de golpe con las
o hacia atrás, luego otro, como si
oria. En dos zancadas la alcanzó y la acorraló contra la pared. Su cuerpo, desnudo salvo por los bóxers, la envolvi
dente de su erecci
al oído, lamiendo su lóbulo con de
lla, y Sofía sintió su erección clavarse en su abdomen. Se estremeció. Sus ojos se encontr
grave, rozándole los labios con los suyos, si
, sin entender, resp
a-. Tu cuerpo, tu sumisión... tu inocencia. A cambio, yo te doy
de lágrimas. ¿Qué estaba dispuesta a dar para s
capaz de resistirse a
o flotaba en el aire, peligrosa, tentadora... irreal. Un contrato.
to ya preparado -como si lo hubiese previsto tod
-Le guiñó un ojo con esa arrogancia que
il por hora, pero la imagen de su madre en una cama de hospital fue más poderosa
do que acababa de vender
mo el lobo que finalmente t
o hacia ella, su voz se volvió
biertos. Diego se sentó al b
de la noche anterior. Los bajó lentamente, revelando sus hombros, su
a imaginado... y él ya había imaginado demasiado. Curvas suaves, pie
ordenó con vo
los costados y se despojó de ellas con movimientos lent
uspiro contenido
etador
rostro. Sus pechos quedaron al descubierto y sus pezones se endurecier
Se acercó. Su somb
denó con un tono que no admitía répl
ada, con el corazón
z le quebró, inf
, le rozó la oreja. -No me obligues a repetirlo -murmuró,
zando hacia ella con p
de sus caderas. Sofía contuvo la respiración. El tac
e hasta que sus labios rozaron la nuca de
sas siniestras, mientras sus dedos trazaban lentamente el camino desde su espalda baja hasta
nvenenado de su ser, una parte de ella ansia
nte lento. Sofía, al escuchar el roce de la tela, se giró instintivamente. Sus ojos se abrieron desmesurados,
un arma de conquista que algo humano. Sofía retrocedió arrastrándose por la cama hasta
la voz quebrada por el páni
royectando una sombra que la envolvió por completo. Su expresión era fría, p
ostro quedó a centímetros del de ella-. Pero contigo... -su mano atr
cando el contraste con la oscuridad de las sábanas. Diego la obligó a mi
cerraba alrededor de sí mismo con posesividad-. Est
día apartar los ojos. La realidad del contrato, de su decisión,
e ni siquiera ella sabía qué
sobre la cama. Su cuerpo desnudo se cernió sobre ella, la erecci
su hombro con fuerza suficiente para deja
entro- la paralizaban. Diego no esperó. Sus manos separaron sus piernas con brusquedad, y
ntaria que la avergonzó hasta el alma. Su cuerpo, contra toda lógica, reaccionaba al peligro c
n dedo con brutal delicadeza por su inter
un sonido escapó. Las lágrimas caían ahora
onaba contra su entrada, aprovechando aquella humedad
existía el peso de él, el calor, y la certeza de