na mano en la boca y la otra en el estómago, y corrió hacia el baño del primer piso. El soni
Don Fernando se había comido el flan sin el chile, ignorando las miradas furiosas de sus hermanas. Ricardo, por su parte, miraba de la puerta
ofía, como si nada hubiera pa
no era más desconcerta
os enrojecidos, intentó recuperar el control. Se sentó en
o en el estómago. A mi edad, ya no se puede confiar una", dij
boca todavía irritada,
, Elena. Ese chile estaba más
í no me supo tan fuerte. Quizá compré los chiles equivocados.
ar. Pero Sofía no compraba ni una palabra. Mientras las tías comenzaban a simpatizar con la "pobre Elena", S
ía sido herida y ahora sería más peligrosa. Sofía entendía la mente de estas mujeres. Su poder se basaba en el control, en la manipulaci
descansar. Se asomó por la ventana de la habitación de huéspedes, que daba al jardín trasero. La mayorí
uridad, observando. Después de unos minutos, la puerta del estudio se abrió y Doña Elena salió sigilosamente. Miró hacia la
tar ajustando un objeto pequeño y oscuro. Sofía agudizó la vista. No podía distinguirlo bien, pe
onformaba con ataques psicológicos a la luz del día; ahora recurría al espionaje nocturno. Quería munición. Quería en
rió en la
á cazando a un conejo, pero acaba d
u propia destrucción. La guerra de las suegras estaba a punto de pasar a una nueva fase, mucho más sucia y personal. Y Sofía,