zo en el estómago. Me vi a mí misma, sola y rota, después de ser expulsada de la academia. Lo había llamado, buscando consuelo, buscando al hombre que me había prometido es
semana después de que el mío
r vacilación que pudiera haber quedado en m
ano y le di
dejando a todos en un silencio absoluto. Incluso I
Me miró con una incredulidad total, como si
z baja y peligrosa, "
o compromiso? ¿Nuestra reputación? No te equivoques, Marco. Tú estás aquí, en esta academia, gracias a tu relación conmig
credulidad a la rabia.
nos observaba. Mi voz se elevó, clara y autoritaria. "Y me atrevo a hacer cumplir las regl
abella, que seguía esc
ón," declaré, citando un estatuto que todos conocían pero que rara vez se invocaba con tanta seriedad. "El castigo no es una simple
ersonal a un crimen capital dentro de nuestro mundo. La palabra "expul
e," añadí, mirando directamente a Marco, "será consid
tros mostrando un miedo palpable. Nadie se atrevía a desafiar el código de la academia, no cuando la matriarca, Doña Elvira, er
nía el cont
ar tu bolso aquí mismo, delante de todos. Y luego, te arrodillarás y pedi
"¡Sofía, esto es una locu
lo hago," resp
a cumplir mi orden, a la fuerza si era necesario. Estaba a
É CREES QUE ES
con una furia que helaba la sangre. Era mi tío Alejandro, el padre de Isabella, un hombre con pode
uego una vez más. El aire se llen