les, borró sus números de contacto y ordenó a su personal que rechazara con cortesía sus llamadas y visitas. Su objetivo era particular: su inminente matrimonio con Ale
ser aquel muchacho que vivía bajo la sombra de sus amistades de la infancia; ahora
lera principal cuando las vio. Karla, Daniela y Jimena lo esperaban en el vestíbulo, formando un
proche, Karla gritó: "¡Damián! Tenemos que hablar". Javier lo miró, con una expresión de inocencia fingid
untó con tranquilidad, mientras continuaba bajando las escaleras sin prisa. "Por permitirme quedarme aquí, incluso después de... bueno, después de
n voz suave, añadió mientras colocaba una mano protectora en su brazo: "Has sido muy valiente, pero no deberías forzarte a permanecer de pie". Karla dirigió
amián declaró: "Esta es mi casa; Javier es el hijo del administrador de la hacienda; si desea trabajar, es su decisión. Y si tanto se preocupan por su
ón estrepitosamente antes de caerse de rodillas y gritar: "¡Señor Garza, por favor! ¡No me eche! ¡No
ctuación
aron las tres mu
con rostros retorcidos por la
la mientras sostenía la cabeza de Ja
iela, con los ojos brillando de ira mientras
ue ellas mismas habían creado. Un profundo cansancio lo envolvió, junto con los dolores fantasma de su primera vida: las décadas de invisibilidad, de no ser más que un conveniente telón de fondo para la obsesión de el
una sola taza de café, mientras su rostro era un cuadro de aparente arrepentimiento. "No lo quiero", respondió con frialdad. "Vete". "Por favor, señor", insistió Javier dando un paso adelante. "Solo un sorbo, lo preparé yo mismo". Al entrar en l
aprovechó el impulso para lanzarse con violencia hacia atrás; torció su cuerpo,
l suelo, mientras un delgado hilo de sangre escurría por su
rbitados por la alarma. Vieron a Javier en el suelo, sangrando, y a Damián de pie sobre él, con la ma
to a él. Daniela y Jimena se abalanzaron también, apartando a Damián como si fuera un mueble. En su prisa,
hora preocupándose por el hombre que había orquestado su desgracia. Con cuidado, levantaron a Javier, sus rostros eran una máscara de terror sincero y
el olor amargo de café y traición. Una sola lágrima, ardiente y amarga, se deslizó por su mejilla, no de pena, sino de reso