de pura furia. El encanto despreocupado había desa
como un d
su cabeza contra la pared. Un crujido repugnante resonó en la habitación. El segundo hombre se l
astraba por el suelo, sacó un cuchillo.
án, un sonido de p
jó fren
cero. Escuché un gol
pareció en la es
tó un gruñido ahogado pero no cayó, hundiendo su puño en
ieron, y Damián tropezó, su cuer
la humedad cálida y pegajosa de su sangre. Mi mente se qued
se estaba desangr
su sangre, buscaron a tienta
nto a su cama. A la mañana siguiente, una enfermera me instó suavemente a ir por un café. Estaba ago
o cuando me di cuenta de
ión, escuché su voz. Esta
un humor familiar y arrogante-. Pero valió la pena.
Me pegué a la pared
perfecto para finalmente meterme en sus pantalones de verdad, ¿sabes? Me ha estado vo
una p
ombre puede divertirse un poco por un lado, ¿no? Especialmente cuando la
hé más.
para ahogar el sollozo que s
Todo ello una actuación enferma y retorcida para hacerme sentir culpable
temblando incontrolablemente, y huí del hospita