e Damián Benavides, el capo despiadado de Monterrey. Recibí balazos por él, llevé
que sedujera a su
. Seguí sus órdenes, atrayendo a Elías a la suite de un hotel d
su verdadero amor me llamaba basura. Mis siete años de devoción
egaban, Elías Rivas, el hombre al que me envi
indescifrable, e hizo un an
amos a
ítu
mi cuerpo tembloroso-. Pero esa cara, ese cuerpo... no son para gente como
hace sie
valía más que toda la deuda médica de mi familia y me entr
corona de
radas en los rincones oscuros del bajo mundo al que me habían arrojado. Decían
iba a salir. El penthouse era silencioso, cavernoso, los ventanales del suelo al techo mostraban una c
o ámbar en la mano, el hielo tintineando suavemente mientras l
dible-. Por favor, puedo trabajar. Pu
bre mí, de lo que se esperaba de mí, me ponía la piel de gallina. Sentí una oleada de náuseas t
ron lentamente, con desdén. No había piedad en ellos. Ni calidez. Solo una evaluación
que había imaginado, su presencia llenaba la habitación, absorbien
largos y elegantes apartándome un mechón de p
y suave que no transmitía ningún consuelo. Me agarr
r y terror. Las lágrimas brotaron de mis ojos, nubland
s ojos-. Te cuidaré muy bien. Ahora eres mía. -Su pulgar acarició mi labio inferior, un ge
, sus labios r
onspirador que me envió una nueva ola de pavor-. Elí
ó suspendida en el aire entre nosotros, un pres
el pri
cas de mi madre en la otra, tan alta que podría ahogar a un caballo. Acepté un trabajo publicado en la bolsa de trabajo de
eto para salir de un
fachada para uno de los cárteles más pequeños de Monterrey. No les importaba mi
in luz que olía a moho y a miedo. Éramos mercancía
dió que no quería esperar su turno. Me acorraló, su aliento caliente y apestoso a
me contra la pared fría y húmeda-. Demasiado
n blanco. Este era el fin. El fin de la poca dignidad que me quedaba. Sentí que mi e
rta del sótano s
n silencio. El hombre qu
el umbral, irradiando un
cima -ordenó una voz, ba
yo estuviera en llamas. Cayó de r
, yo... no sabía
dos hombres de traje negro se adelantaron, arrastrando al matón q
a vez que lo vi.
Benavides, el enigmático CEO de Grupo Benavides, un magnate filantróp
la ciudad. Gobernaba con puño de hierro, su influencia era tan vasta que se decía que ni un solo peso ilícito se
da y se había topado conmigo.
umido por una necesidad primordial de sobrevivir. Corrí hacia él, cayendo a sus p
a arrancada de mi garganta-.
ón indescifrable. Y en ese momen
navegar las traicioneras corrientes de su mundo, a manejar sus negocios ilícitos con la cabeza fría y una mano eficiente. Llevaba sus cuentas, las que estaba
mí, me ena
a vida de lujo, me cubrió de diamantes y me protegió de la fealdad del mu
ían, la forma en que me dejaba entrar en su estudio privado cuando a nadie más se le pe
bién l
a an
sus brazos, su cuerpo todavía resbaladizo por el sudor, su resp
borde de la cama, su espalda
a del calor que tenía momentos
e inquietud apretán
ué
rasgos en la sombra, sus ojos con u
seduzcas a
osamente alrededor de la ilusión de su am
l tanto en los negocios como en el crimen. Debía convertirme en la amante de Elías, crear un escá
labra fue un soni
la de Dami
estrozar esa ilusión. Quiero que lo vea como lo que es: solo otro hombre que puede ser derrib
y. El amor platónico de Damián. La mujer que había estado persiguiendo durante años, la única mujer que lo r