e Elías Rivas. El vestíbulo era una sinfonía de cromo y mármol negro, frío e intimidante. Pero
lento y diseñado para impresionar, la oficina de Elías era funcional, casi espartana. Era el
ltima vez que lo había visto. El encanto relajado que mostraba en las funciones sociales había desaparec
umento, el ceño fruncido en concentrac
su voz plana, asumiendo
e la puerta detrás de mí, dejándo
es sintiéndose tontamen
ñor
aro, estaban completamente en blanco. Luego, el reconocimiento amaneció, y su expr
perdiendo su borde ás
ja en su escritorio-. De parte de Bárbara McKinne
iera interesado. En cambio, sus ojos se fijaron en otra cosa. Se puso de pie, y mi corazón dio
para el rechazo. Empecé a balbucea
espera que venga a la g
to frente a mí. En su mano habí
día oler el aroma limpi
extendiénd
é, con
é es
re
i mente acelerada. ¿Era esto
adornada con un único e impecable diamante azul que parecía capturar la luz y mantenerla
i -dijo en
los míos al hacerlo. Una extraña sacudida, como electricidad estática, recorrió mi br
ensa entre él y Damián en la que yo había ayudado a mediar. Había asumido que era un gesto de negocios formal, un agradecimiento por mi
frío y claro de sus ojo
? -pregunté, mi voz apenas un susur
pió, su mir
s a est
de la pregunta, por la concentración en
u rostro, transformando sus rasgos
es ahí
echo. Era una calidez que no había sentido en años, un
tra palabra, el pequeño cascabel de la pulsera
ompostura destrozada. Al salir por las puertas
uál es l
a estabilizarme, su rostro grabado c
n? ¿Te tocó
n mi cuerpo, y luego se detuvieron. Se fi
zada por una oscuridad atronadora y aterradora
z un retumbo bajo y
enc
egalo. Del
rras. Con un movimiento rápido y violento, arrancó la pulsera de mi muñeca.
afilados del broche roto me ra
Le ladró una orden a uno de
a diez. Envíalos a la oficin
ria que era aún más aterradora por su frialdad.
n susurro venenoso-, no us