s piedras preciosas. Las minas en las montañas desérticas al oeste de la ciudad me pertenecen y ella lo sabe, sin embargo Be
centenar de sujetos armados que intentaron evitar que los camiones llegasen a su destino. El violento combate dejó muchísimos muertos en ambos lados y a batalla duró
tar bombas por todos sitio, estallando los escarpados de las montañas desérticas y derrumbando los socavones igual si fueran castillos de arena. Los sicarios de Belmond nos habían atacado con morteros,
pultados!!!-, me dijo el capataz alarmado. Volé en helicóptero hasta la zona del desastre y en efecto, todo era una calamidad. Las minas habían sido derrumbadas, el campamento se encont
tando y despilfarrando su dinero en juegos, comidas, mujerzuelas, orgías y tragos. Es un edificación enorme, con jardines, mamparas, grandes ventanales y vitrales. Mis hombres llegaron disparando ametrallad
ue sobrevivieron al violento ataque de mis hombres mientras yo me reía de buena gana dando giros en la silla de mi oficina, celebrando la calamidad que le co
a-, le ordenó, entonces, Karina, a
ión lanzándole cargas de dinamita desde una avioneta, felizmente sin lograr atinarle. El barco se salvó por un pelito, sin embargo la proa quedó bastante lastimada y uno de
se a que mis hombres le dispararon
minará hincada a mis pies, pidiéndome perdón-, estaba yo muy furiosa
mprendí con arañazos y mordiscos sobre mi amante que tuvo que soportar mis rabietas con estoicismo tanto que quedó bastante magullado y con numerosos hilos de sangre corriendo por sus enormes bíceps y gigantescos músculos. Yo me había comportado como una fi
son. Él como siempre asintió con la cabeza, porque así me complacía y no

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