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ncón, en cada callejuela iluminada por faroles apagados, se respiraba el mismo aire denso de poder, violenc
v lo sabía me
os labios sellados con juramentos rotos. Dimitri nunca había creído en Dios, para él, la fe era solo otro instrumento de control, un arma más peligrosa que
como un perro, y la bala que lo atravesó no fue solo de plomo: fue la confirmación de que en su mundo nadie es leal para siempre. Se arrastró bajo las sombras de las torres d
la primer
a era una joya encerrada en un claustro para nunca ser tocada por manos mortales. Bella como un ángel de mármol, pura en apariencia, pero con un corazón que ardía
ados parecían hechos para la violencia, pero había en ellos una promesa oscura, un peligro que la estremeció desde el primer encuentro. Anastasia no supo si fue compasión,
necer al silencio y él, acostumbrado a tomar lo que quería sin pedir permiso, percibió en ella el deseo escondido que ni siquiera ella sabía nombrar. La provoc
de un cuerpo que jamás debió entrar en aquel convento. Sangre y sacrilegio. Placer y pecado. Ella entregó lo que nunca

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