ela
rte que el aire se sentía escaso en mis pulmones. Mi cuerpo, aunque frágil, alberg
y yo habíamos visitado. Mi rostro, pálido y demacrado, no delataba la
e dije a la enfermera
con los ojos
ed y su esposo estaban tan emocionados por este embarazo. Ha
io de mi ingenuidad, me dol
voz ahora con un matiz frío.
cionales. Pero yo no escuchaba. Mi mente estaba en blanco, salvo por una idea: esca
a", explicó, su tono más suave, quizás entendiendo que había al
firma. Pero ¿cómo? Él nunca lo permitiría. No s
í, mi voz más firme de lo qu
ómago que no tenía nada que ver con el embarazo. Mi cabeza daba vueltas con un plan
se lo pediría? ¿Cómo podría engañarlo? Él era un "tiburón" de los negocios, astuto y
mi boleto de salida, o mi sentencia de prisión. Arrancaba el motor cuando, d
. Él salió del coche, su rostro gra
te sin mí?", preguntó, su voz teñida de una
ano se posó en mi brazo. Sentí un escalofrío de repulsión. Su toque,
brazo con sutileza. "Solo... necesita
se volvió
ultándome algo? ¿Es el embarazo? Hemos hablado de
ó. Nuestro hijo. Un producto, no
z temblorosa. "De hecho, el doctor me dio unos papeles para que firmaras. Algo
mente. Mis manos temblaban ligeramente, pero intenté mantener la calma. Él tomó los papeles. S
o sonó. Era una llamada ur
oz grave. "Es Verónica. Pare
ron. La manipuladora. Si
n su coche. "Firma esto, por favor. Lo que sea
aborto, garabateó su firma. Rápido, descuidado, su mente ya en otra parte. Sus ojos, los
bió a su coche a toda prisa, dejándome al
n la distancia. Me quedé inmóvil, mi corazón un tambor doloroso en mi p
alabra "ABORTO" estaba allí, clara y tajante, entre
que no pude contener. Las lágrimas brotaron,
e. En ese preciso instante, sentí un pequeño
ulpa de la crueldad de su padre ni de la maldad de su tía. Un
s dedos. El papel s
o
este pequeño ser. No podía convertir
yendo, pero ahora eran diferentes. Eran lágrimas de pura
rota. "No voy a dejar que te usen, mi amor. No v
uchar, para vivir. Y para huir. Tenía que huir. Con él, o ella. Lejos de esta
dita. "Tendremos una vida nueva. Juntos. Una vid
se arrugó en mi puño. Era un contrato de libertad, pero no de la forma en que él lo había imaginado. Era mi libertad para proteger a mi hijo. Mis ojos, antes llenos de lágrimas de desesperación, ahora brillaban con una determinación fe
ras arrancaba el coche, ya no con el propós

GOOGLE PLAY