a Amanda. Lo supe apenas llegué del colegio, azorada y sudada, con mi camisita blanca y mi pantaloncito roído. "¡Hoy viene la tía Amanda! Apenas terminen, se me bañan y se entalcan". ¿Entalca
acía años que trabajaba en el pueblo. Yo no pude menos que inferir que aquella combinación entre talco y tía Amanda, signific
recer que llevaba un collarín. Aún recuerdo el olor de aquella mota peluda y blanca que reposaba en la talquera de mamá, sobre su aparador. El perfume suave y cálido de su amor, el perfume de esa dicha especial que solo disfrutaba en contadísimas ocasiones, como ésta. Estaba tan emocionada por la visita de la tía Amanda que no podía ocultar mi impaciencia y mi agitación. Yo sentía aquella visita como el acontec
ndes y momentáneamente, tuve el impulso de saltar, de correr, de pedir a gritos que me llevaran a la ciudad. Pero no lo hice, tomé compostura y ayudé a apartar a mis pequeños hermanos, que literalmente, se habían vuelto locos de emoción. El auto estacionó a un costado del patio y percibí un movimiento interno que lo estremeció. "¿Qué es eso?" preguntó mi h
das que le cubrían los pies. Su rostro regordete y rosado como un lechón, podía servir de modelo para una publicidad de manteca vegetal. Tenía unas manos grandes y rudas, y un cabello espeso y canoso, muy fuerte, que se sujetaba con un moño en lo alto de la cabeza. Venía encendida, al
omas sobre la unión de mamá y papá. Pronto noté cómo mamá se iba poniendo gradualmente incómoda y cuando tía Amanda hizo un comentario ofensivo sobre papá, comparándolo con alguna bestia brutal, mamá no aguantó más
-dijo tía Amanda impetuosamente-. Borra
-repuso mamá-. Es e
a! ¡La más linda e inteligente! ¿Y qué fue lo que hizo cuando te enamoró? Sacarte de ahí y disponer de tu vida. ¡Condenarte a una
. ¡No tiene por qué re
maravilloso, Alma. Un bue
vez c
biese gustado tener un fu
-. ¡Míreme! Tengo a mi familia, vivimos una bu
zco, puritana del carajo. Conozco tu juego, o mejor dicho, ese orgullo mal curado que te infla y con el que pretendes hacer que nad