cerca de donde rompen y espuman sus rizos las olas de un océano color rojo granate. No muy lejos d
egan y le rodean plenos de curiosidad. Gormu salta fuera de la escotilla y les hace un gesto cómplice
o bajo el cual queda oculta la nave . Luego se sacude las manos, arregla su túnica y comienza a escalar el muro rocoso del acanti
etrotraen gratos recuerdos, que giran como
aquí–masculla
or la arena, que, gratamente cálida, le
Se esfuerza en creer que ya cesaron los peligros; intenta
etiene el gesto y voltea a ver de nuevo las distancias. La desolada extensión que se encrespa hacia el horizonte infinito y aquel mar como sangre le dan
nte Basai
ujeto de luengas vestiduras y turbante blanco entre las cortinillas de l
ga– Es un milagro. Demasiados años...no h
do hace apenas dos días con Samul en casa de Xena, en el habitual banquete de amigos de ca
es en la tienda de Samul, quien compone una parte insustituible de su historia
–se lamenta Gormu–Entonces todo mi
aisaje? Pero tu apariencia es avasalladora, lo digo con franqueza, sin dudas ella no se te re
acá–advierte y le guiña un ojo píca
lama en voz alta el Almirante,
ra carcajada, mientra
ucha música de laúdes y tamboriles. En los regios tapices fluyen panoramas en movimiento. En ese minuto muest
ue te ves radiante. Juro que la próxima vez que ren
xhibe un fenotipo midráxtico, de incisivas líneas en el rostro, ojos redondos y cabello castaño entorchado como nidos de gorrión. Lo remata una barba mediana, entre pla
amul sus temores respecto a cierto persona
puede esperar de él? Podría haberle
.–le calma Samul– además, no lo cr
malo sigue siendo mal
amigo? ¿Qué si ella se enamoró de él? Es perfe
sin volver aquí. Él la hipnotizó. Tiene ese don. Ha vuelto a sus andadas. Pudiér
ra está fuera de la vista del mu
que rondaba po
tuyas – le previene Samul– No creas los comentarios de los ignora
pite Gormu, co
ge de hombros
n al pedestal de la gloria y el hombre no se va a quer
itándolos a subir. Ya acomodados en ellos, se trasladan en suave vuelo por los recovecos y anexos interiores de la tiend
rar la tristeza de su semblante. La languidez en su mirad
a larga vida–se justif
tus temores. Te
uce en vívidos hologramas los momentos de la última visita de Gormu. Después de esos instantes de remembran
cerco de arbustos de naranjo, igualmente rebosados de frutas. Por el lado del fondo sale un send
te– Ellos al menos, –apunta a los muchachos que juegan en la cerc
anzando por los tapices en derredor cual si pretendieran sumar gente a su coro. Los olores del salit
nfitriona y decirle que he venido? ¿Acaso se esconde de mí? –luego añade con suspicacia –Seguro que descansa de una
saciones. No hasta que yo regrese. Sabes qu
¿enton
nado, pero de pronto se acuerda de
Vaya, qué lástima. Espero que la linda historia de amor de u
pizpireta frente a ellos y extiende la mano para saludar. Su rostro es una rara fusión de sensualidad y candidez, mientras luce unos ojos enormes y negros. Estos lo miran con azoramiento y
e parece graciosa, acompañándose de una leve reverencia– supe que usted l
e hace señas a Samul
casi tanto como yo. –Samul se
omar la mano que la muchacha le tiende. Se la ret
o–se regocija Samul–. Solo veintiuna
rta. El vanidoso cacareo de Samul le resulta
ue digo? –insiste
r si hay alguna broma en el aire o solo
comodarla prosigue su lento vuelo. Sonríe para Gormu, sin em
, –suspira, dejando caer las manos–soy pésimo contando historias. «Está por todas las frecuencias», le he dicho, «detente a visualizar y te hartarás con todo lo que se cuenta del príncipe Almirante».
pero Samul insiste, haci
Oh, Samul querido, eres muy malo contando historias, tráeme aquí a tu amigo, quiero oír sus aventuras de
diván, que se disipa como humo tras él. Se i
y de nuevo se voltea a ver a su amigo – Hablando de caer del cielo, ¿Me prestas tu nave Isthar, compañero? Solo un par de horas. Ya la h
rmu, encogiéndose de homb
Samul se dirige
mundo en que vives, en el que vivimos todos, tiene mucho que a
ajo un ruedo de guirnaldas que les revolotea por encima. Gormu avanza un paso hacia ella y vuelve a tomar su mano, mientras contempla de cerca sus encantos. Quiere percibir su vitalidad. Cerciorarse que no
y mirando en sus pupilas con fascinación – ¡De esto hablo cuando digo felicidad! – Gormu se dirige a Sam
e le ac
esarla, qu
to consentimiento, mientras vuela en el pedalillo hacia la Isthar. De modo que Gormu estampa un beso húmedo–demasiado húmedo tal vez– en los la
ido? –le
stas regenerada? –pregunta Gorma a s
e y ya desconfías de mí? ¿Te parezco mayor? ¿O tal vez pie
amul, a quien se le ve ya entrando por la escotill
e aparta– Pues que le pregun
sobre el pecho y se
mi sospecha. Tampoco cometeré el desaguisado de preguntarle a Síbil por ti. Ser
–se entromete de nuevo Samul
humo grasiento y aromático. Paralelamente, un náper les ofrece
ano para esta fies
cordero que llega por el aire y da
resistirse –co
de adiós, ya instalado tras la escotilla de Isthar – Pero Venec
–responden
Gormu y Dwila chocan las bu
s–declaran ca
.
de todas las naciones y países, el campeón que metió en cint
quí me tienes, no como en esas aburridas sagas de los domingos. S
onversación –declara entonces la
efieres? –se
uedad cual si se tratara
bre rico, pero tu amigo Samul debe raspar todavía algunos crédi
su cabeza,
al final engatusarme – hace un gesto de con
ul a su retina, aprovechando q
esde la cabina de la nave
rata de enterarte dónde está ella. Encuéntrala para mí. No creo
el amor– pr
semblante decaído de su amigo
doy un adelanto: sé exactamente dónde está Xena. Se ha comunicado conmigo. Contigo no quiere hablar, a no ser personalmente. Y
dose sin siquiera decir adiós, como corresponde a personas civilizadas. Y Samul también sabe que él no se resign
a reconciliación, Gormu, de repente, no tiene idea sobre el próximo paso por da
la idea de quedarse solo en la nueva casa, a esperar que la suerte le traiga un afecto semejante para con alguien más, es horri