de vuelta a la Frontera del Sueño, para ver si existía la posibilidad de revertir el proceso. La i
el arriba y la enfermedad tiene opuesta la salud...dedujimos que la sincronía entre el égom y el cuerpo, perdida en
una alternativa. Nohemí aceptó poner en marcha el plan, convencida de que se debía intentar todo y que ya nada peor podía sucederle a
diato nos fuimos a la órbita, cada uno en su nave y la Atrahasis llevando a Samul en modo autónomo, recluido en la cápsula yátrica. Detenidos en el
imos aproximarse patrullas de vigilancia. Se dirigían la región del espacio donde había entrado la Atrahasis. Por suerte, poco tiempo desp
músculo y sus ojos permanecían como de habitual, fijos en un punto de la nada. Pero echando a un lado el desaliento
a con el cuerpo de nuestro amigo, Samul pegó un grito pavoroso y se irg
saltar como dementes por toda la tienda...No es posible describ
e hiciéramos público el contenido del potencial Legado. Gustosos aportamos los d
tó fallido en la totalidad de los casos. O bien no había datos suficientes para calcular las coordenadas en que debían ubicarse aquellos pobr
epto de que la curación de Samul fue un acto de fe colectiva. A veces me inclino a pensar lo mismo. El hecho de que
esión lánguida. – Tampoco los milagros son exclu
Gormu –Pero supongo que primero debo a
emencia–quiero saber de dónde has venid
manos, le ofrece a Gormu tomar uno de los pastelillos que asegura, son exquisitos. Gormu decli
ra cristiana, mucho antes
oyar su relato. El asistente cibernético se muestra
atorios. El caos predominaba en el mundo. Existían países poderosos y prósperos, pero la mayoría de las naciones se hallaban sumidas en la ruina total. Esto incitó a la gente a emigrar de modo masivo. Escapaban de sus países empobrecidos y diezmados por los desastres hacia los emporios ricos. Dejaban atrás sus tierras estériles e incult
tanto, la política estratégica entró en el ruedo. Y las potencias militares simplemente amenazaron con lanzar ataques
pios arsenales nucleares, desarrollados en estricto secreto. Esto puso al rojo vivo las tensiones. En principio parecía un simple juego de pulsear, si
sastre que se avecinaba y que al fin acaeció: la más grande y destructiva de todas las guerras que haya conocido nuestro mundo. La Última Guerra Mundial. De su terrible aspecto no quedó mucha evidencia. Millones de personas la recibieron resguardados en otros tantos miles de refugios. Y dado que
a– tú estabas por cumplir setenta años. Eras un "anciano", el término que se usaba entonces para d
íbil con un gesto
s, angustiada– ¿Dónde estuviste todo
os miles de personas en un refugio bajo las montañas, en el país donde vivíamos. Allí teníamos provisiones para po
tonces no había la posibilidad de conseguir otro cuerpo para meter el égom) bajo los efectos de las nubes y lluvias
hambre no pudo vencernos. Por consenso, en asamblea solemne que reunió a todos dentro del búnker, se instituyó un canibalismo racional
e nadie se quejara por su suerte, si le tocaba servir de alimento a los demás. Todos entend
e sobrevivieron–la exigua cuarta parte de los que habían visto el comienzo de la guerra–se
a dentro del refugio. –asevera Gormu – A todos ellos l
el dorso de su mano atrapa una gota acuosa
ividuos habían dejado de caminar sobre ella y ya no existían más. También quedaban en pie unas pocas ciudades de menor importancia. En estas ciudades y
a restauración de las cosas, en un mundo quebrado en su raíz y en su esencia,
eblos que funcionaban con normalidad, y hallaron la manera de limpiar la contaminación radioactiva y sepultaron hasta el último cadáver. La
de naranja y le ofrece una a Gormu en silencio
ita Gormu, escan
ente parece
espués del fin de esa guer
echando a un la
vo un costo en libertades muy alto. Yo, por suerte,
mo Edad de las Tinieblas. –sigue contando Síbil–Se le llamó también Cuarto Reich. Este gobierno mundial tenía
bediencia ciega al Poder Mundial. Con mitos añadidos sobre la supuesta re
nos, interesados en ayudar a la humanidad e intervenir en su progreso como benefactores. Se les veía siendo recibidos en
alcanzar la felicidad que aquellos «seres» les prometían. Aún las religiones tradicionales fueron sustituidas p
ra común que esas personas, los que exigían ver en vivo a los visitantes siderales, desaparecieran misteriosamente. Se notificaba luego con «pruebas» y declaraciones a la prensa mundial que los «amigos extraterrest
os adelantos técnicos se hicieron obsoletos y nada nuevo surgió en muchos siglos. En cuanto a las
n día cuando el mundo volvió en sí y los pueblos se alzaron en rebeldía, expulsando al Gobierno Mundial de su Olimpo, en una revolución sin armas. E
fueron obligados a abdicar. Luego las naciones recuperaron su independencia y a
a Dwila al verla que bosteza y se despe
querida. –se dirige a S
desapa
e Dwila en cuanto Síbil desaparece, guiñándole
lo hala hacia ella. Enseguida sopla contra los di
a resbala
nríe con
Me agrada, solía ser mi
ecia su amabilidad. Solo intuye que una caída en su órbita de afectos significaría enamorarse... y olvidar a Xena, lo cual no quiere hacer. Aun cuando en breves lapsos cuestione sus
tomado? Las posibilidades son infinitas. Le pregunta a Síbil, pero e
r. El beso de Xena es inconfundible, como una huella de ADN. Por ello, astutamente y por comprobar, ha besa
Dwila cuando salen fuera del gran palac
despeja mucho... Y la noc
la se adelanta y comienza a surfear entre los montículos de arena con inusitada temeridad. Va en dirección al océano. Gor
omo que se apiada de su lentitud y torpeza, da un último giro retador y se le detiene justo delante. Se aferra a su cinturón, pega su rostro
ejestorio? – le espet
ado a toda velocidad, dejándola tambaleante. Dwila se va tras él, pero por mucho que
e salto mortal, que deja a su oponente con un palmo de narices.
, solo que vayas a la par mía, contándome... esa letanía de quejas... que es la historia de t
sos ojos verdes, que tampoco parece
aré en cuanto amanezca. –concl
lo h
esta la cabeza en su homb
ipe Almirante... – y enseguida añade con voz muy grave y expresi
ción al océano. El cielo, con su Vía Láctea virtual ofrece un poderoso resplan
onstreñida en su abrazo– ¿Quieres...?
on todo, la estrecha aún más fuerte entre sus br
n un susurro. Sus labios le r
lla irreme
ue no me podré resistir esta vez
gesto bellac
e durmiéramos aquí...y
antizas que no hay e
bre la arena, se entregan a nombrar constelaciones, hasta que el sueño llega. El jugo de frutas, la larga plática y el resbalar hasta
quien sigue durmiendo profundamente, hasta el dormitorio dentro del palacio. El enj