tonta y monótonamente sobre el grav de la vasta avenida. Pei decididamente no
has tenido bastante p
o a tu nuevo cuerpo. –
n y se pavonea, ajustándose mejor
sombres, siendo como eres
o y sus carrillospara reírme o una of
mporta? Vamos.
alo para mañana sentenc
ulos abejorros que repentino profusión destellan y se arremolinan en torno a él para enseguida cuajarse formando u
apremia a Pei – ¿No t
r. Gormu trata de ignorar el vértigo de la caída. Se agarra a un pensamiento placentero. Xena. Pero los r
en cuyo suburbio acaba de adquirir su nueva residencia. Camina por una de sus ca
iene cientos de réplicas por todos los niveles, lo mismo que sucede con Venecia, Roma
racimados, como en un panal. Entretanto hay vastos espacios sin
tre fachadas abigarradas, diseñadas en todos los estilos posibles. Va contorneando callejones cada vez más intrincados. A veces las calles dejan de ser horizontales y e
decide escoger residencia en sus cercanías. También le gustan de allí los bazares de cosas inútiles, como les llama, las preciosas plazas públicas; sus parques
No hay detalles descuidados o dejados al azar. El granito de sus calles, incrustado de diamantes, las farolas de oro macizo del alumbrado público, los coches tira
momentos la vida interminable con que cuentan. Gormu anhela ser parte de esa muchedumbre de gentes felices y despreocupadas
y otros dos consortes suyos, Mogho y Agiusto. Una relación que en modo alguno satisface su gusto an
ae el derrumbe del equipo conyugal. Todo porque Xena considera un acto criminal
a en que abandona la casa de mano del nuevo cónyuge,
tamos explorar a solas
de un barrio de mansiones del mismo corte, interconectadas a través de profusos corredores arbóreos. Hay por
e lunes se disculpa con los camaradas convivientes y abandona la residencia. Piensa en renovar el cuerpo, p
ares coloridos, deja atrás bares de esquina con grupos de bebedores que se cuentan mutuamente las mismas vieja
lado, con el océano a su vera, en dirección a un cercano arrab
enas sin pausa. Avanza en vuelo suave y rasante sobre el pasto recortado, adentrándose el aguacatal e
a forma redondeada de un gran caracol, denota cierta lobreguez. Los resplandores del nácar en sus fachadas son como chispazos que le incomodan.
dimiento y grandeza al mismo tiempo. Un arroyuelo serpentea por el lugar, haciendo cascadillas y remansos. En los remansos pululan toda clase de peces
n cuanto detectan su presencia se revuelven furiosos y lanzan sus fauces contra el muro trasparente. Sus la
a ser una pared de nácar. Los chasquea de nuevo y allá vienen los monstruos a amen
ambién filas de arbustos de manzanas y peras, del tipo que cambian de fruto cada mes. Gormu deduce que pronto tendrá naranjas, man
que dan hacia otros tantos corredores laterales, los cuales van ascendiendo en espiral hacia los pisos superiores. A modo de alfombras, la sala
ienizar los cuerpos y extraer sus desechos. Pero al cabo un testimonio silencioso de lo difícil que habría sido la vida de los mortales ancestros. Al fondo de un corredor apare
ntigua, con mano propia y con los utensilios correspondientes. Un modo de honrar el estilo d
e en boga esporádicamente, como lo vuelve a estar el cabello encanecido y los
onentes de la casa, incluyendo la tierra de sus jardines, conforman un potente ingeverso
es ajenos no deben deshacerse sus formas originales, si es que son obras únicas. Es casi un respeto superst