bía hecho una tontería, pues no había duda de que el lugar estaba encantado. Incluso el propio lord Canterville, hombr
l nunca se recuperó; y me siento obligado a informarle, señor Otis, que han visto el fantasma varios miembros de mi familia que aún viven, así como el rector de la parroquia, el reverendo Augustus Dampier, que es miembro del claustro del King's Colleg
comprar; y aun cuando toda nuestra animada juventud viene a pasárselo bien al «Viejo Mundo», y se lleva a las mejores actrices y cantantes de ópera, estoy
sado tener contactos con sus intrépidos empresarios. Es de sobra conocido desde hace tres siglos, d
. Los fantasmas no existen, señor, y me figuro que las leyes de l
ar de comprender el último comentario del señor Otis-, y si no le preocupa el t
ejemplo de que hoy en día tenemos prácticamente todo en común con Norteamérica exceptuando, por supuesto, el idioma. Su hijo mayor, bautizado con el nombre de Washington en un momento de patriotismo de sus padres, que él nunca dejó de lamentar, era un joven rubio y bastante agraciado, que se calificó para la diplomacia norteamericana al dirigir la alemanda[3] durante tres temporadas en el casino de Newport, e incluso en Londres se le consideraba un excelente bailarín. Sus únicas debilidades eran las gardenias y los títulos nobiliarios. Por lo demás, era muy sensato. La señorita Virginia E. Otis era una muchachita de quince años, grácil y adorable como un cervatillo y con una atra
do se oía alguna paloma torcaz, recreándose en su dulce canto, o se veía la bruñida pechuga de un faisán en la profundidad de los susurrantes helechos. Desde lo alto de las hayas, las ardillitas los miraban pasar, y los conejos huían a la carrera por entre los matorrales y el musgo de las lomas con sus blancas cola
eñora Umney, el ama de llaves, a la que la señora Otis había consentido mantener en su puesto, a instancias de lady Canterville. Al
enida a la mansió
cho bajo con las paredes cubiertas de roble negro y una gran vidriera al fondo. Allí les habían servido el té,
el suelo, junto a la chimenea, y, sin percatarse de l
algo se ha d
a vieja ama de llaves-, es sangre
gustan en absoluto las manchas de sangre en el
testó en el mismo bajo
imon le sobrevivió nueve años y desapareció de repente en circunstancias muy misteriosas. Su cuerpo nunca fue hallado, pero su atormentado
stante -y, antes de que la aterrorizada ama de llaves pudiera intervenir, se había puesto de rodillas y estaba frotando vigor
a familia. Pero tan pronto hubo dicho estas palabras un terrible relámpago iluminó la sombría estancia,
go cigarrillo.- Me figuro que el viejo país está tan superpoblado, que no hay buen tiempo suficiente
ñora Otis-, ¿qué vamos a hacer c
mpa algo -contestó el ministro
sí. Sin embargo era indudable que estaba muy afectada, y seria
elos de punta a cualquier cristiano, y muchas, muchas noches, no he pod
ían a los fantasmas, así que, tras pedir las bendiciones de la Providencia para sus nuevos señore