ía en unos delgados recipientes transparentes, no supe con que intención. Aquel endemoniado picotazo me produjo un dolor espeluznante. La última vez que había sentido un pinchazo en mi cu
recibir un papelito que había llegado al poco rato de haberme pinchado como con rabia, se miraron entre ellos. Mientras tanto Mercedes, muy asustada, no entendía lo que estaba sucediendo. Ella lloraba co
bir asistencia médica, la historia hubiese sido otra. El resultado de laboratorio recién obtenido, mostraba una cifra aterradora. El nivel de oxígeno en mi cuerpo estaba excesivamente bajo los límites de la normalidad. Te
ico; no existiera un equipamiento adecuado. No había siquiera guantes, gasas, jeringas y una larga lista de elementos esenciales para enfrentar los tantos casos que ha diario eran aten
e sin saber de dónde vendría alguna respuesta. Salió del hospital ensimismada en sus propios pensamientos y se sentó en una banca que estaba cerca de la puerta de entrada. Lo único que podía hacer era elevar una plegaria al creador; él sabría ayudarla, de seguro. Ya eran aproximadamente las seis
ra el infortunio que había llegado de manos de una enfermedad, al igual que todos los que estaban en aquel hospital de especialidades pediátricas, otrora centro asistencial ejemplo de excelencia a nivel nacional;
ntes, en un país donde el desabastecimiento ya comenzaba a hacerse sentir en todos los rubros, especialmente en los insumos hospitalarios y alimenticios. Y el comercio asquerosamente ventajoso, precisamente de medicament
nosotros; en aquella bendita República colmada de paisajes esplendorosos, pletóricos de bellezas naturales en donde pululan bellezas en grandes cantidades; precisamente en esas tierras que nuestros padres soñaron para nosotros, existiera aquella tremenda desidia que mataba a muchos seres inocentes que habían cometido el grave pecado de ser pobr
a cubrir de amor y felicidad a una mujer que tanto lo había necesitado. En realidad nunca dejé de ser un ángel. Los pensamientos le gritaban a mi madre, el suplicio que estaba viviendo en aquel trágico momento: "Mami, me siento terrible. Me cuesta mucho trabajo respirar. Tengo mucho miedo mami. No me dejes solo por fav
de la familia. El caballero recibió la llamada telefónica y de inmediato le dio el recado a mi abuelito. Resultaba muy extraño que el Sr. Manuel se presentara tan temprano en la casa de alguien, por lo tanto aquella inusual visita les causó mucha extrañez
ión nacida de su corazón, la cual denotaba en su sobrada vocación profesional. El licenciado decidió quedarse a mi lado todo ese tiempo, anotando constantemente algunos datos surgidos de aquel aparato que no cesaba de hacer un ruido perturbador. Me miraba detenidamente y anotaba en un papel. Acariciaba mi cuerpo y me hablaba con palabras dichas en un tono tan suave, que nadie las podía percibir; a pesar
bo hecho cuando era yo un angelito. Habían salvado mi vida, gracias señor Jesucristo. Mi mami, en una silla que dispuso para ella el licenciado Jesús, se sentó justo a mi lado y me tocaba constantemente. Ella, guardando un sepulcral silencio, recordaba cada instante de mi vida. Mientras me contemplaba con aquella ternura infinita que siempre habré de re
l de la región. Tenía contacto muy directo con el centro pediátrico donde estaba yo recluido; el mismo, estaba situado en una población un poco alejada. La mayoría de sus colegas eran, además de ello, amistades desde hacía varios años. Asimismo existía un gran detalle, ella y el licenciado Je
etió regresar el préstamo a la brevedad posible. De su propio peculio adquirió unos enseres que se necesitaban. Pidió el apoyo al gendarme que hacía guardia en el nosocomio y este, presuroso, se dirigió al establecimiento que distaba algunas cuadras de allí. Era un ges