rey Orton Alopus de Macedán sin poder quitar la mirada del cuantioso ejército contrincante
na gran tormenta. Fulminantes relámpagos cegadores se encendían por aquí y por allá, y gracias a estos podían visualizarse las grandes sombras que sobrevolaban la
rofunda, boca y nariz grandes, tenía un acento extraño al hablar debido a la lejanía de sus tierras y sus largos cabellos dorados los mantenía siempre recogidos en una cola de caballo. Detrás de él se encontraba su portaestandarte, un joven fortachón que sostenía en alto el blasón de su nación que consistía en un castillo de tres cúpulas, la del medio más grande que las dos de los costados. Dos líneas azules serpenteantes que nacían detrás del castillo rep
ían a su lado. Ambos eran de edad madura, y muy parecidos a él. Cara redonda y nariz prominente. Los tres llevaban lorigas con mangas y brafoneras en las piernas cubiertos con una sobreves
lado izquierdo de la llanura portando los
ó a compartir D'Nagris-, pero cuando Ásteris solicitó nuestra alianz
esta guerra? No seas idiota, D'Nagris. Pero si los dragones son el problema, te
era edad. Portaba una hermosa coraza plateada que le cubría el torso y en la cual tenía labrado el escudo de su reino, e igual que su ejérc
rtado desde Ándragos cinco enormes catapultas, aunque jamás pensó en utilizarlas contra dragones. De hecho, las catapultas podían ser lentas e
opes -volvió a refutar D'Nagris-. Los dragones no son ni lentos ni estúpidos
¿quieres? Yo me encar
an el terreno? -lo desafió n
ircundante, otras criaturas horrorosas hacían gala del arte de volar. Su tamaño y rasgos generalizados eran los de una persona, aunque su piel era color plomizo y de textura agrietada. Desde los omóplatos, y hacia la parte posterior de los brazos, les nacían unas grandes alas puntiagudas que superaban la longitud de
ovenientes de Mesilla, quienes se habían ganado su nombre por su gran habilidad de decapitar rivales con sus látigos de fuego flexible, y los cazadores de los Pueblos Bajos, guerreros caníbales bien adiestrados con todo tipo d
nos, ni los arrancacabezas, no eran los cazadores o los gigantes salvajes, ni siquiera los dragones a los cuales había mucho que temer, sino aquel hombre que solitariamente aguardaba montado en un corcel negro de pa
ras desenvainó su hermosa espada dorada que colgaba de su cintura. El acero roza y sin visera. El rey lo tomó, pero antes de ponérselo hizo recular su
a batalla, Theradam. Manténgan
príncipe de una forma, hasta cierto punto, respetuosa, pero de
e ver un dragón, y precisamente por ello había insistido tanto al rey el poder estar ahí, pero no podía contradecirlo, y mucho men
jó la vista
lo... lo sien
ndo desentendimiento. El príncipe de Ándragos no tenía más de diez años, para muchos era un niño y no acababan por
vos destellos plateados. Sus facciones eran finas y sus cabellos rubios, lacios, y tan largos que le cubrían toda la espalda. Llevaba tejidas algunas trencillas con cuentas e hilos de plata y sus ojos eran azu
que la seguridad del prínc
d -declaró la chica de mirada fría y sagaz-. Yo m
os. Faltaba poco para iniciar la batalla, muy poco, y una vez iniciada, él podría separarse del séquito para hacer lo que le vini
mundas que te hacen lucir como un mendigo. ¡Sujétatelo! -le ordenó sev
ojos claros sobresalieron. Era un niño de complexión delgada y de rasgos muy distintos a los de su padre. Quienes le conocían, atribuían su atr
el rey de Macedán y luego el de Bordeos, y este último la acompañó con un impetuoso y enérgico grito que se multiplicó en cada una de las garg
inició su movimiento ofensivo. Era el arranque de la m
s, látigos de fuego, garrotes con púas, todo tipo de cuchillas y otras tantas a
n embargo, los que no cayeron volvieron a retomar camino, y entre ellos, varios gigantes salvajes. La segunda descarga de flechas fue lanzada y detuvieron a otros tantos seres inmundos, pero antes de la tercera, los arqueros fueron atacados por los
cidad de las bestias de fuego que, cabalgados por los jinetes oscuros, los hacían descender para lanzar sus mortíferas llamaradas sobre el terreno del ejército de los tres reyes. Los jinetes oscuros eran hombres osados y faltos de escrúpulos que, a través de los tiempos, se habían dedic
reyes dirigieron el ataque hasta que la misma batalla los fue separando para comandar distintos contingent
percibía sangre, horro
o. Y, de hecho, si no lo haces, el rey, y sobre
entenares de muertos o de aspirar el inmundo olor a sangre en conjunto con el fuego. Era terrible. Pero si habí
Los siete picos eran tan altos que los últimos tres casi se entremezclaban con las nubes. Arcon no había podido quitar la mirada de ese lugar cuando lo vio por primera vez esa mañana en que el ejército de los tres reyes arribó
ra -escuchó nuevamente
te-. Me estoy encomendando a ellos.
volver al
ré es porque me cono
reparar su caballo en dos patas para lanzarlo a galope directament
que aprendió a controlar la espada, sus prácticas pasaron a otro nivel, a destazar animales para que se preparara a lidiar con la sensación de cuando el acero hace contacto con la carne y los huesos. Arcon había vuelto de entrenamientos cubierto de sangre después de haberse enfrentado a algún becerro salvaje o a una cabra de montaña, y jamás olvidaría la ocasión en que su padre lo obligó a matar a su propio perro, un cachorro que le había regalado su madre antes de morir; al rey siempre le disgustó que tuviera. No obstante, cada entre
ponía en su mira. Ocho flechas que resultaban pocas ante la magnitud de una batalla, pero que tenían una peculiaridad poco común. Cuando ella abría y cerraba su puño, una a una las flechas que había lanzado desaparecían del lugar en el que habían quedado incrustadas para aparecer reunidas de nuevo en su mano. La protectora del príncipe t
elegida por Aga Ásteris para convertirse en la protectora de su hijo, tarea que, a estas alturas de su vida, ejecutaba de forma
os de comenzar, el campo ya se había anegado, convirtiendo aquello en un muladar de barro y sangre que dificultaba la vista, pero lo que pareció ser en un principio un obstáculo para el ejército de los tres reyes, resultó ser la salvación de cientos de soldados, ya que el intenso fuego de los dragones y los draconianos era amaina
cos, porque a su mente nunca se le nubló la idea que estaba en una batalla. El charco de lodo en el que cayó le dejó lleno de barro, pero importándole poco ubicó su espada que había escapado de su mano. Se levantó por ella, y hasta que la empuñó de nuevo se dio cuenta de que la perspectiva de su entorno era disti
a hombre. Pero fue ahí, parado entre esa multitud de hombres mayúsculos, que el príncipe se dio cuenta de que tenía una ventaja sobre cualquiera. Que por su tamaño de niño nadie parecía tenerlo en cuenta. Inmediatamente se quitó la coraza de hierro en la que sobresalía el escudo de Ándragos y la pechera bordada q
e no eran cicatrices en sí, sino marcas que formaban parte de su fisonomía. Lucían unos ojos amarillos coronados con un halo verdoso y cada uno sostenía en mano una especie de guadaña labrada con símbolos extraños en su cu
asionalmente abrían huecos y en los que se podía percibir un tono rojizo que envolvió la atmósfera de Fagho. Tras advertir el hecho, volvió la mirada al campo de batalla para luego hacer virar su caballo y ret
mbre. Los ojos del cazador se abrieron con toda intensidad al sentir el dolor en su carne abierta, y no conforme con la herida de muerte, retorció su espada hacia un lado para desgarrar deliberadamente su carne. Al cazador le surgió un hilillo de sangre que le chorreó por la barbilla. Aga aprovechó para sac
el rey se t
dos, Darskan D'Nagris llegó junto a él chorreando sangre, agu
frase, fue el príncipe. Conociéndolo como lo conocía, su hijo debía encontrarse en algún lugar del campo de
o dirigido hacia la cabeza de un draconiano, el inconfundible y exi
pe de aquí! ¡Sácalo y vuelv
súbita e imposter
al, al príncipe no le había hecho ningún rasguño, pero también era fuerte y sabía manipular su látigo. En cuanto el arrancacabezas, estudió la forma en la que hasta ese momento el chiquillo se las había
Aa
cacabeza
ero antes de acabar su frase una flecha azulada ya le
n sabía perfectament
ecesario! ¡Yo estaba
Karime tomándolo de un brazo y jalán
unfuñó el chi
nes d
cuándo iban a dejar de tratar
raconiano! -gritó con tremenda cara d
co, y apenas tensó el cordel cuando ya había salido disparada hacia el draconiano. El disparo fue perfecto. Cuando la flecha se l
o derecho para volver a ag
ción, Arcon! ¡¿Por qué te gust
que había caído de su caballo. Karime lo buscó entre la multitud, pero era demasiado el movimiento, demasi
e las decenas de hombres que volaron por los aires en conjunto con una explosión de fuego, luz y polvo. La siret no tenía idea de qué había cimbrado la tierra d
s... -susurró incréd
de ambos bandos corrían intentando encontrar algún refugio de aquella tormenta de rayos que se había soltado violenta e implacable, incluso los dragones fueron cayendo uno a uno azotados por las descargas de luz, y en su desplom
al animal sin que
on, Key. ¡Apresúrate! -espet
cobrando vidas. Uno de ellos impactó muy cerca de donde Key galopaba y la siret tuvo que agachars
ste? -se preguntó sin dejar de bu
e se cernía en la zona crecía de forma des
no a su paso y guiándose por los profundos gritos del mon
nos de aquí
no de Ándragos de forma incansable-. ¡Que a
s reyes desperdigados en aquel campo tan grande q
D'Nagris-. ¡No ha
masculló continuando con su labor-
r a sus hombres casi uno por uno. Labor interminable y
dimento para que Key continuara corriendo hasta salir de aquel nubarrón, y al hacerlo Karime se balanceó hacia un lado para extender su brazo lo más que pudo
de esa forma, ¡¿entendiste?! -r
e, Karime, que él es el experto
o tenemos que salir
o lanzas de luz cada vez fueron más in
los que lo hicieron estaban Arcon y Karime, quienes, ya alejados del
intentaban huir tratando de salvar sus vidas. La planicie era una devastada
ado salir de ahí -expresó Ka
enc
la única respue