Libro de Ángel Eduardo Araujo
Acero y carne, 9002-9027
En el pasado muy lejano, los seres humanos creían en los dioses y los veneraban con vehemente fe. Sin embargo, una enorme envidia los corría y por eso, inconscientemente, desde que el homo sapiens posó su vista sobre el horizonte prehistórico, allá, en la Tierra, tomó la decisión de que lograría de alguna forma destronar a sus mitos para sustituirlos en todas sus envidiables cualidades: salud, fortaleza, inmortalidad, perfección y belleza. Esa intención ha sido la motivación última de la humanidad desde siempre, y ahora henos aquí, cada vez más cercanos a ese logro, allí, tan tangible, accesible, posible, nítido... Pero apareció Marcos, extraído desde las ruinosas entrañas de la Tierra, para hacernos recordar lo que fuimos antes de ser casi perfectos y para hacernos ver que lo que creíamos habían sido solo ganancias, pueden haber sido, más bien, grandes pérdidas. El tesón nos ha dotado, finalmente, de todo lo que antes era monopolio divino, salud, fortaleza, inmortalidad, perfección y belleza, pero también perdimos en nuestro afán de progreso y bienestar a nuestra amada Tierra, nuestra libertad y nuestra compasión. También el derecho a la intimidad, al amor y a la pasión. Sí, somos casi como los dioses que hombres como Marcos veneraron en el pasado, pero él nos ha hecho preguntarnos si ha valido la pena ser como ellos. ¿Quién puede responder a una pregunta tan importante que ha sido formulada tan tarde?