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Había una vez en un pequeño pueblo rodeado de un frondoso bosque, un hombre llamado Gabriel. Era un hombre apuesto, pero escondía un oscuro secreto: durante las noches de luna llena, se convertía en un temible hombre lobo. A pesar de su naturaleza salvaje, había experimentado un amor profundo y tierno con una joven llamada Emma. Emma era una chica dulce y amable que había llegado al pueblo para pasar el verano. Desde el momento en que sus miradas se cruzaron, ambos sintieron una conexión inexplicable. Sus encuentros se volvieron más frecuentes y su relación se transformó en un apasionado romance. Pasaron noches estrelladas juntos, compartieron risas y secretos, y juraron amor eterno. Pero él sin ninguna explicación la abandona. Unos años después Emma regresa encontrandose una gran sorpresa.
**Capítulo 1: El Encuentro**
El sol descendía sobre el pequeño pueblo, pintando el cielo con tonos de naranja y rosa. Emma caminaba con su cámara colgada al cuello, sintiendo la emoción de explorar un lugar nuevo. Sus pasos la llevaron a una galería de arte local, donde se detuvo para admirar una pintura abstracta que parecía desafiar la lógica.
Mientras observaba la obra con atención, escuchó una voz masculina a su lado. "Es como si el artista hubiera dejado caer un tarro de pintura y luego dijera que fue intencional", dijo el hombre con una risa contagiosa. Emma volteó para encontrarse con unos ojos azules chispeantes y una sonrisa que parecía iluminar la habitación.
"¡Exactamente! ¡Eso es lo que estaba pensando!", respondió Emma riendo. Ambos comenzaron a conversar sobre la pintura, intercambiando opiniones y teorías extravagantes sobre lo que el artista podría haber intentado comunicar. La conversación fluía como si se conocieran de toda la vida, como si fueran dos cómplices en una travesura.
"Por cierto, soy Gabriel", dijo él extendiendo la mano.
"Emma", respondió ella, estrechando su mano con entusiasmo. "¿Eres un experto en arte o simplemente un observador curioso?"
Gabriel soltó una risita. "Más bien un observador curioso con una pizca de imaginación desbordante. No tengo ni idea de arte, pero me encanta inventar historias detrás de las obras".
"¡Yo también!", exclamó Emma. "Es como si las pinturas fueran ventanas a mundos desconocidos".
La charla continuó y pronto descubrieron que compartían más que solo una apreciación por el arte. Ambos amaban la fotografía y la aventura. Emma mencionó que estaba explorando el pueblo durante el verano y Gabriel reveló que era dueño de una pequeña librería en la plaza.
"Si alguna vez necesitas un buen libro para acompañarte en tus aventuras, ya sabes dónde encontrarme", dijo Gabriel con una sonrisa traviesa.
"Definitivamente pasaré por ahí", respondió Emma con complicidad. "Tal vez puedas recomendarme algo para leer junto al río".
Los días pasaron y los encuentros casuales se convirtieron en citas intencionadas. Gabriel llevó a Emma a los lugares más pintorescos del pueblo, incluyendo una colina con vistas impresionantes y una heladería que presumía de tener los sabores más excéntricos. Juntos se reían de las ocurrencias de la vida y compartían historias extravagantes de sus propias experiencias.
Una noche, mientras paseaban por un parque, el cielo se iluminó con estrellas. Gabriel tomó la mano de Emma y la miró con una expresión sincera en los ojos. "Emma, hay algo que necesito decirte", comenzó, y ella se puso tensa, temiendo lo peor.
"Desde que te vi en aquella galería, algo cambió en mí. No puedo explicarlo, pero siento una conexión especial contigo", continuó Gabriel, mientras su voz adquiría un tono más serio. "Pero también hay algo que debes saber. No es fácil de explicar y, francamente, suena un poco... extraño".
Emma frunció el ceño, curiosa y un poco preocupada. "¿Qué es?"
Gabriel suspiró y la miró con una mezcla de nerviosismo y determinación. "Emma, me gustas...", comentó y Emma lo observó completamente confusa, sn embargo prefierio no decir nada y sonreír, para besarse y desde ese momento ya nunca mas separarse. Para Emma, sentir que por primera vez se enamoraba era muy profundo. Juntos fueron al bosque, con el testigo de la luna, la ropa comenzó a estorbar. Ambos fijaron su vista, el uno en el otro.
Emma con timidez, sonrío. Gabriel, bajo la tira de su vestido, dejandola solamente con el torso desnudo. Emma quiso cubrirse, el no la dejo alegando que era lo mas hermoso que había visto. Emma con una sonrisa mas confiada, se subió en el regazo masculino.
Gabriel, la sostuvo entre sus brazos, quitando el resto de ropa que ya en ese momento, molestaba. Su vestido voló lejos, y no importó. Nada lo hizo. Cuando Gabriel, acarició con cuidado los pliegues de su ropa interior Emma, supo que esto recien comenzaba.
Después de unas horas fingiendo amor frente a su jefe y de un pico después de decir "acepto", la noche pasó sin ningún otro contratiempo. Se marcharon en un Ford descapotable de los años sesenta y finalmente llegaron a la casa de Lionel. Tan pronto como pisaron el suelo, él la observó con aburrimiento y se giró para irse a dormir. No le gustaba estar rodeado de personas, a menos que fueran bailarinas en poca ropa. -¡Oye! -protestó Alexa, pero él no se giró para seguir avanzando-. Se supone que estamos casados -murmuró temblorosa. Finalmente, él se detuvo y Alexa se acercó a pasos firmes, rodeándolo. Lionel bajó la vista para fijarla en ella. Le resultó... ¿Bonita? Supuso que ese era un adjetivo acorde a esa mujer, aunque le parecía insoportable y aquello restaba la belleza que poseía. -¿Qué? ¿Quieres acostarte conmigo? -preguntó él. Ella levantó una ceja para negar, pero ya era tarde. Lionel la tomó entre sus brazos y la recostó sobre la pared. Una mano detrás de su cintura bajó hasta sus glúteos y los apretó. Alexa rodó los ojos para darle un empujón. -Al cabo que ni quería... puedo cogerme mujeres de verdad -se burló, pero no esperó recibir un cachetazo de la dama. Alexa observó sorprendida la mejilla roja de su ahora esposo. Su piel se volvió más pálida de lo normal y retrocedió un paso, luego otro. Lionel se limpió un hilo de sangre que caía en la comisura de sus labios y la observó furioso. Era raro verlo así. Corrió a su lado y la tomó del cuello con brusquedad. Poco a poco, Alexa pudo sentir que el oxígeno no pasaba por su garganta y que estaba quedándose sin aire. -P-por favor... -suplicó, pero Lionel siguió presionando hasta que la soltó arrojándola al suelo. Se limpió el saco, como si ella lo hubiera ensuciado, y se dio la vuelta. Alexa, perpleja por haber sido estrangulada por su esposo, se levantó. -¡Soy tu esposa! ¡Te guste o no! -gritó a todo pulmón. Lionel se giró, buscó algo en su bolsillo y dijo: -Bien. Ten, son diez mil dólares. El próximo mes te daré más, ahora vete. No me interesa tenerte en esta casa. -Somos marido y mujer. Merezco y debo estar aquí -susurró con la voz quebrada y los ojos llenos de sufrimiento. Él le lanzó una sonrisa ladina mientras avanzaba, pero ella, a pesar de temblar por ese hombre, no se dejó intimidar. -Entonces... -comentó mientras bajaba el cierre de su pantalón, sacando su enorme miembro frente a ella-... mételo en tu boca... -canturreó divertido. Lionel se rió de la desgracia de aquella mujer. Y ella lo sabía.
Isabella, una joven inocente, se ve envuelta en una apuesta con el seductor caballero Alejandro. Si gana, Alejandro la protegerá y la cuidará. Si pierde, ella perderá su virginidad a los ojos de Alejandro.
Observé de reojo al joven que estaba a unos metros delante de mí, Eric. Era el hijo de mi mejor amiga, Laura. Suspiré bajando la vista, pero no pude evitar verle. Ultimamente, para ser sincera podía llegar a jurar que el chico, se veía mas atractivo que antes. A sus veinte años, parecía un hombre sacado de una revista para mujeres maduras. Mis mejillas se tornaron rojas, y tuve que sostener con fuerza mi vestido. Mis ojos se volvieron frágiles ante la imagen que tenía frente a mí. Cuando flexionó sus brazos para sonreírle a mi hija, sentí un nudo extraño en mi garganta. Olivia, tenía la misma edad que Eric. Laura, me pasó un mate y desperté de la ensoñación, de observar la sonrisa de su hijo. -¿Estás bien? –cuestionó bajo una mirada intimidante, asentí enfocando mi vista a los dos. Eric, rodeaba en un abrazo a Olivia, tragué saliva en seco –son adorables. -Lo son –comenté sin titubear, si tan solo un solo sonido de mi voz sonaba insegura, Laura se tiraría sobre mí como una gacela. La conocía demasiado bien para saber que era curiosa, en demasía. -Entonces... ¿saldrás con el ingeniero? –su pregunta, provocó que mi concentración volviera a ella. Suspiré asintiendo, ¿qué le podría decir? De todos modos, ya era demasiado extraño que quisiera quedarme con su hijo en la ciudad. Yo tenía una casa en la capital, y me había ofrecido para que él fuera a vivir allí una temporada, incluso Laura fuera para hacerme compañía. No pretendía comenzar a mirar a Eric con otros ojos.
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