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Yagiz Ozdemir es uno de los CEO más jóvenes, apuestos, cotizados y exitosos de todo Estambul. El conglomerado de las empresas OZDEMIR que él mismo dirige cada vez es más próspero. Solo que la suerte del joven empresario en los negocios, no es proporcional a sus asuntos del corazón. A sus treinta y cuatro años sigue aún soltero, y cansado de tanta falsedad de las mujeres que solo se acercan a él impresionadas por su dinero. Aún no ha a aparecido esa mujer capaz de robarle el corazón, de enamorarlo y sé hacerlo sucumbir en un amor que vaya más allá del aspecto físico. Serem Keskin es una joven hermosa e ingenua que vive junto a sus padres y su hermana menor en un pequeño pueblo rural de Turquía. Nunca tuvo la oportunidad de terminar sus estudios, pues la familia estaba minada de deudas, y el dinero no parecía alcanzar para nada. El padre de la chica enferma y ella se ve obligada a buscar trabajo, es entonces que es reclutada por una dudosa compañía que promete convertirla en una modelo bien pagada en Estambul. Serem, sin más alternativas y obligada por la decadente situación de su familia viaja junto a sus reclutadores; para darse cuenta al llegar a la ciudad que planean explotarla como prostituta, y entonces escapa despavorida de sus presuntos proxentas. La vida en Estambul, no es tan sencilla como imaginó. Sin dinero, sin documentos ni un techo sobre su cabeza vaga varios días por la calle, hasta que una mujer se compadece de ella. Su salvadora es Escort y tiene un departamento de lujo, y cuentas bancarias con tanto dinero que no gastaría en diez años ni aunque se lo propusiera. Orillada por la insistencia de su madre para que envíe dinero, Serem acepta en convertirse en una Escort, pero sin comprometer su cuerpo en el negocio. El destino de Serem y Yagiz se cruza una noche de gala, en la que ella va de la mano de otro hombre. Él cae prendido ante el encanto natural de la chica, y entre ellos explota la magia. ¿Que pasará cuando Yagiz descubra que la mujer de la que se está enamorando es una Escort? ¿Podrá el amor vencer a las dudas?
Yagiz mira otra vez la portada de la revista en la que aparece en primera plana, acompañado de una de las modelos que lo persiguieron durante toda la noche de la gala de los empresarios más importantes de Ankara. La foto no llega a ser comprometedora, pero lo pone en boca de media población femenina del país. Lo juzgan como otro de los cientos de herederos que viven de exceso en exceso y de borrachera en borrachera.
La abuela no estará feliz con esa noticia, cada vez que se publican noticias de ese tipo, su pobre abuela parece darle más importancia de la que en realidad tienen. Es que los tiempos de la respetable señora Ozdemir eran otros.
Ella estuvo enamorada de su esposo, hasta el día que este falleció, en el mismo accidente aéreo en que habían muerto los padres de Yagiz, su único heredero y la luz de sus ojos.
La fortuna de los Ozdemir es la más extensa de Turquía, y el rostro de Yagiz sumado a esto, lo hacen un hombre irresistible para las mujeres que no dejan de lanzarse como perras en celo, tratando de conseguir un gran espacio en su billetera, y uno muy probre en su corazón.
Para un joven heredero, que ha vivido acostumbrado a todo tipo de lujos y excesos, ser acosado por las caza fortunas no debería ser una novedad, ni tampoco una atracción, ni una molestia; pero lo cierto es que Yagiz Ozdemir lo aborrecía, como aborrecía todo tiempo de pretensión o falsedad.
A sus treinta y dos años recién cumplidos su vida se había convertido en un cúmulo de gente falsa tratando de ascender, mediante el constante uso de la mentira y el engaño.
Por eso, cuando encontraba a alguien auténtico, lo apreciaba como a una bocanada de aire fresco, o como a agua en el desierto.
Yagiz tomo la revista con desdén y poniéndose de pie y la lanzó hecha un rollo a la papelera de la basura cercana a su escritorio. La abuela sabía cómo eran las cosas, entendía lo que significaba su posición y su fortuna. Y sabía el valor desinformativo de la prensa rosa.
Su última cita del día en la agenda había acabado, incluso su asistente, la señorita Asya, ya se había marchado.
Conrad, su mejor amigo y mano derecha estaba fuera del país, así que esta noche no habría boxeo, ni tenis.
Regresaría a su apartamento de solteros, en él donde tomaría una ducha y se relajaría. Pediría una pizza y acompañada de una buena película lo mantendría entretenido hasta que el sueño lograra vencerlo.
La abuela aún estaba molesta por la interrupción de Amanda de la otra noche.
Amanda... una de las razones de su aversión por la falsedad. Ella había matado la fe en el amor, y la esperanza de conseguir a una chica que lo amara por él, y no por el Conglomerado, o por la fortuna de los Ozdemir. Después de que ella mostró su verdadera cara, Yagiz se convenció que la falsedad era parte intrínseca de su día a día.
Bajó usando el ascensor de la presidencia directamente al parqueo ubicado en el sótano del edificio. Allí ubicó su auto y se acomodó tras el volante del lujoso Aston Martín negro que le había obsequiado su abuela en motivo de su cumpleaños número treinta y dos.
Abandonó el edificio de treinta y cuatro palabras, sin voltearse a observar la imponente estructura de hormigón armado y vidrio, de la cual él era el dueño absoluto.
Llegar a las torres de rascacielos donde estaba enclavado su moderno y sofisticado apartamento de solteros le tomó aproximadamente unos veinte minutos.
Aparcó el coche en la entrada principal y se bajó de prisa. Estaba exhausto y solo deseaba llegar a la tranquilidad de su propia casa. Le pasó las llaves al valet parking que se acercó a saludarlo alegremente.
-Buenas Noches señor. Una noche fresca, señor Yagiz, ¿no cree?- lo abordó el encargado del parqueo del edificio -Parece que el invierno este año lleva prisa.
-Así es señor Mohamet-admitió observando el cielo oscuro y nublado que avisaban una terrible tormenta. La temperatura era cada vez más fría-Este año la primera nevada sobre Estambul no se hará esperar mucho tiempo.
El otoño daba paso rápidamente al invierno, y aquel clima era la mayor prueba.
-¿Cómo estuvo su viaje a Ankara?- preguntó con interés el empleado que se mantenía fuerte a pesar de tener ya unos buenos sesenta años, y que era tan amable como él mejor de los amigos.
-Bastante frustrante, si debo ser sincero-admitió suavizar rascándose la parte posterior de la cabeza, para luego masajearse la nuca, como si la tensión y el estrés estuviera pasándole facturas.
-Si señor Ozdemir. Vimos las fotos que fueron publicadas, y la verdad es que usted no se veía nada feliz-. Yagiz hizo una mueca amarga al escuchar mencionar esa maldita revista.
-La señorita Rubia también vio esas fotos- le informo con alto grado de complicidad el señor Mohamed. La preocupación en el tono del del empleado hizo que se ganara la atención de tacos del todo. Él sabía perfectamente quien era la señorita «Rubia»...¡Amanda!
-¿Está aquí? - preguntó el joven empresario frunciendo el ceño.
-¡así es! Está en el vestíbulo y lleva más de una hora allí, esperando por usted.
Yagiz maldijo por lo bajo y el señor Mohamed continuó proporcionándole los pormenores de la situación a la que se enfrentaría en cuanto pusiera un pie en el interior del vestíbulo.
-Llegó con esa mentada revista de chismes en las manos, y poseída por la ira como si estuviera completamente loca. Ha gritado varías veces que no se ira hasta hablar con usted.
-¿La seguridad del edificio por qué no la echó?-inquirió el joven magnate.
-Usted no dio la orden de impedir su acceso al edificio, señor.
-Se me pasó- murmuró Yagiz con cansancio. La verdad es que no considero que Amanda tuviera las agallas, o mejor dicho, él descaro de aparecerse allí a montar una escena, después de lo que había pasado entre ellos.
-Está dando órdenes allá adentro, a golpe de gritos. Debe haber maltratado a todo el personal. A mi mismo me prohibió que le informara que ella estaba en el vestíbulo.
-¿A si?-inquirio Yagiz.
-Si señor, pero mi fidelidad está cian usted y con la familia Ozdemir. Su abuelo, su padre, y ahora usted han dado trabajo a mi familia. Mi hija Asya será una excelente ejecutiva Gracias a usted, ya que como su asistente personal ha aprendido mucho.
-Asya es una muchacha inteligente, y ascenderá rápidamente por mérito propio. Así que no tiene nada que agradecerme señor Mohamed- aseguró el joven mirando al interior del edificio. -Bueno... al mal paso darle prisa-comentó resignado el joven millonario y palmeando el hombro del anciano comenzó a caminar para adentrarse en el vestíbulo.
Tan pronto cruzo el umbral de la puerta doble de cristal, tal como le habían avisado se desató la tormenta.
Amanda totalmente enloquecida se fue contra él gritándole exigencias sin sentido y golpeándole el pecho con los puños cerrados. Yagiz se obligó a apretar sus puños cerrado, con las manos pegadas a su cuerpo, para no hacerle daño, pero estaba muy cerca de romperse su paciencia.
Un pandemónium que también fue captado por las cámaras de los paparazzis que la misma Amanda había llamado. Este escándalo se uniría al que se acababa de publicar de las fotos en Ankara. Su abuela sin dudas se decepcionaría de él, sin que pudiera hacer algo para impedirlo.
Ese día Yagiz Ozdemir se prometió no acercarse a otra mujer sin conocer sus verdaderas intenciones. No se expondría a estar otra vez en la palestra pública, no se atrevería a entregarse en una relación para que le rompieran el corazón, por mujeres de moral distraída que solo iban tras su dinero.
Cuando el arrogante y astuto Dios de la Moda en Europa, el magnate Emiliano Santorini descubre tras un desfile de moda en Milán a Gina Renaux, una joven y talentosa diseñadora que lo sorprende más que con su trabajo, con su belleza; inmediatamente decide hacerla suya. Mueve cielo y tierra para poseer a una muchacha para la cual pasa inadvertido. Poco después tras sus manejos se encuentran en la casa de unos amigos en común de ambos y aunque guapo a ella le parece un petulante millonario como tantos otros. Él no desiste en su empeño de llevársela a la y cuando está a punto de conseguirlo se ve envuelto en una serie de problemas, confusiones y malentendidos que terminan por separarlos. Pero el amor, el poder y el deseo son más fuertes que él mismo.
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