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Se suponía que todo estaría bien. Danzaba entre el éxito y la felicidad. Mi camino era recto, sin mayores cosas que quitar. Todo iba bien. Juro, que era casi perfección. Hasta que me convertí en la obsesión de un chico llamado Maël, y mi mundo se convirtió en algo tan torcido...
PRIMERA PARTE
Febrero 01, año 2020, Braga. Quinta da Mafalaia.
Sandra pensaba que yo era mentirosa. O que, en esta estricta ocasión, todo lo que le estaba contando era una vil mentira. Ella conocía a los personajes de mi cuento, pero la sorpresa para ella era tal, que le costaba comprender cada cosa, cada suceso. Y la entendía.
-Podrías decir algo -expresé.
Sentadas bajo aquel árbol frondoso que tanto amaba, sombra hermosa del restaurante Quinta da Mafalaia, observé su rostro ovalado de piel morena clara y extremadamente suave. Ella miraba con asombro y quizás, con algo que me reprobaba.
-Sería bueno que opinaras, Sandra, porque me había jurado que no le contaría esto a nadie. Aunque ya existen personas que lo saben. -Bajé la cara un poco avergonzada por esa información.
A pesar de no mirarla directamente, vi cuando tragó grueso. Y es que la historia era algo que en algunos rincones del mundo solía suceder, pero no a mí. Estas cosas no debían ocurrirle a una simple mortal como yo. Contar algo así no era fácil, yo sabía que no.
-Bueno -comenzó a decir-. Yo... Yo no...
Sí, ella se había quedado sin palabras. Puedo asegurar que al verme llegar a su casa, jamás pasó por su mente a lo que venía esta tarde.
Continuó:
-¿Estás segura que todo esto comenzó desde que él era un... un niño? -No me dejó responder siquiera. Se inclinó hacia delante y susurró con energía contenida-. Me estás hablando de un niño de ocho años -hizo una pausa-. Delu, ¿qué diablos te sucede?
Abrí mis ojos y elevé las cejas todo lo que pude. Ella relajó su cuerpo, entendiendo que estaba exagerando en su pensar. Pude haber cometido mil errores, demasiados para el gusto de cualquiera. Pero no era una mala persona, y menos lo que ella estaba pensando en ese momento.
Al verla devolverse a su posición original, yo asentí:
-Sí, ocho años. Escuchaste bien.
-¡Pero es que no puede ser! Él... Él es... Lo conocí en Viana, no demasiado para saberlo pero es fácil entender que en ocasiones parece tan vacío, tan típico... ¡Por Dios, es un jovencito!
Sin moverme mucho porque deseaba ver en detalle sus reacciones, y sobre todo que ella no confundiera las mías, emití una pequeña risa con tintes de tristeza y de labios cerrados; como enfatizando que mi compañera estaba equivocada.
Bueno, al menos solo un poco.
Él no era típico. El protagonista de nuestra conversación, razón por la cual llegué a la Quinta para contarle todo a mi vieja amiga, era otra cosa muy distinta. Él encerraba una situación que siempre me había vuelto loca.
-Es un ser humano, ¿no? -le dije-. Simple o superficial, sigue sintiendo. ¿O no es así? Pero créeme, todo lo que hasta ahora has creído que era él, bien puede ser lo contrario. Espero no confundirte.
-¿Más?
Suspiré, destapé la caja de cigarrillos que puse sobre la mesa y encendí uno. Sandra miró mi pitillo, ese que por fin me pude fumar después de horas de anhelarlo y por primera vez en la vida supe que estaba a punto de arrancármelo de las manos.
Me eché a reír un poco pensando que mi amiga, quien nunca había sucumbido a ningún vicio, deseaba hacerlo ahora. Precisamente de esto le hablaba, del efecto que algunos tienen en otros; vicios que rompen una cadena de bondad provocados por la ansiedad de una historia.
-No sé qué decirte, Delu -expresó con cara de angustia-. Me dejas verdaderamente pasmada. Esto que me cuentas es una bomba, es algo bastante... intenso.
-Lo sé, y precisamente vine para contártelo porque ya... -Suspiré de nuevo, el peso en mis hombros pulsaba pidiendo liberarse-. Ya no puedo ocultártelo más.
Ella miró a la mesa de hierro y madera que teníamos entre nosotras por unos segundos, para luego mirarme fijamente colocando una de sus manos sobre la única que yo cargaba libre sobre mi regazo.
-Te entiendo, amiga. -Apretó mis dedos y sentí un corriente enérgica pringarme el cuerpo-. No sé exactamente las razones que te obligaron a callar pero aun así, puedo comprender que no quisieras decirlo a los cuatro vientos. Y hablando de ti, que hablas y hablas y en ocasiones no te podemos detener... -Soltó una risilla.
La conocía, ella intentaba animarme. Le correspondí a su risa porque de verdad llevaba razón. Yo era una parlanchina en potencia, pero eso fue mucho tiempo antes de toda esta debacle. ¿Cómo hace alguien que sufre de verborrea cuando se le asoma en los labios un tema de mucho agrado, para no contarle luego a nadie lo que está viviendo a diario?
Difícil, ¿no? Que linda porquería.
-Quiero me disculpes -rompió el corto silencio que se había formado entre nosotras.
Arrugué las cejas.
-¿Por qué?
Suspiró, recostándose en el espaldar de su silla.
-Porque no lo noté. ¡Nunca vi nada! Y sé que necesitabas ayuda, Delu. Por lo menos para desahogarte, para ver las cosas en perspectivas.
Sonreí de nuevo y tomé su mano para tranquilizarla.
-Creo que no me he explicado bien, Sandra. -Mantuve la sonrisa, una que ahora se tornaba compasiva. Se suponía que la misma debería ser dirigida hacia a mí. Pero sentí lástima por mi amiga. Lo que acababa de contarle no era algo fácil de digerir.
Sobé el dorso de su mano y la solté cuando sentí un poco de extrañeza e incomodidad en ella por ese gesto. Bien podía sentir cariño por mí, pero el no haberle contado nada en todo este tiempo suponía algo difícil de perdonar. Y aunque no lo dijera, estaba verdaderamente molesta conmigo.
-No vengo a pedirte ayuda, Sandra. Solo deseo que lo sepas. Es necesario, ¿comprendes?
Pensé que mis palabras fueron las causantes de su detenimiento. Pero luego me di cuenta que era por mi rostro suplicante. Deseaba que ella me entendiera de verdad, con certeza.
-¿Qué debo comprender exactamente? -preguntó-. ¿Por qué lo preguntas así?
-Porque no eres la única que lo sabe. En el mundo, Sandra, nunca estamos tan solos cómo quisiéramos.
Ella abrió la boca sorprendida, sin poder evitar el brillo en sus ojos, llorosos por los golpes que le lanzaba.
-Entonces, ¿por qué no me lo contaste antes? ¿Por qué no me incluiste? ¿Quiénes son esas personas que también lo saben?
Después de esas preguntas que no generaron respuesta inmediata, Sandra emitió otra y fue allí cuando enderecé la espalda e intercambié mis facciones por una simple mirada fija, llana, queriendo parecer calculadora. Cerré los ojos por unos instantes mientras sentía cómo en mi cabeza se formaban varias notas musicales, entre tonadas electrónicas que mezclaban suavidad con fortaleza. Ahora podía entenderlo, era un mecanismo que mi cerebro usaba cuando necesitaba llenar vacíos. Y en ese preciso momento sentía uno muy profundo por el simple hecho de saber qué decir y no poder explicarlo.
Fui hasta allí para soltarlo todo, toda la historia que viví con él, uno de los secretos mejor guardados en mi vida, a pesar de que un número reducido de personas lo sabían. Pero nunca pensé en lo que me diría Sandra, no sabía que una sola pregunta podía enmudecerme.
-Y ahora, ¿qué harás, Delu? -fue su maldita pregunta. Y yo no supe qué decir.
Después de todo por lo que había pasado y de por fin contárselo, no sabía qué diablos hacer. ¿Cómo saberlo? Si más bien creo que nunca supe lo que hacía, hasta ese momento.
Me hice una cola en mi largo cabello negro y lacio, le di la última calada a mi cigarrillo y lo apagué en uno de los ceniceros que el padre de Sandra había dispuesto en cada una de las mesas de su restaurante. Y como si quisiera espabilar una pelusa de mi jean y tras un enésimo suspiro, expresé:
-¿Tienes café? Aún no termino de contarte todo.
***
Once años antes.
Año 2009. Norte de Portugal.
Supe que algo extraño pasaba desde el momento en que fui observada por "él". Lo supe varios años después, pero jamás pude olvidar esa expresión tan genuina, divina... horrorosa.
Cada uno de ellos tiene un motivo en ese restaurante, pero la lluvia y el novio que nunca llega, hacen que sus mundos se encuentren. Desde allí, Olivia y Carlos establecen un patrón de conducta bajo la mesa y otro poderoso sobre la cama. No saben de sus vidas, no conocen apellidos, no saben a qué se dedican, cómo han adquirido lo que tienen y mucho menos, si tienen a alguien esperando en casa. Tampoco se envían mensajes, no se llaman, solo lanzan sobre el colchón que la próxima vez, a una hora y bajo una fecha, se verán en en el mismo lugar. Todo es perfecto entre ellos, ¿qué podría salir mal?
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