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Yo solía ser una campesina que residía en una vieja cabaña en Bristol, antes de que aquel hombre me llevara consigo para convertirme en su esposa. No entendía por qué me había elegido, una simple campesina sin conocimientos de lectura o escritura, pero me sentía afortunada, aunque mi mayor error fue confiar en él debido a mi ignorancia, incluso llegué a enamorarme de Benjamín Worsley, lo cual resultó ser mi sentencia de muerte, literalmente. Lo más extraño de todo fue que después de la boda, ese cariño que él me demostraba desapareció. El verdadero Benjamín mostró su lado más frío, ni siquiera me tocó en nuestra primera noche juntos, ni en las siguientes. Poco después, comenzó mi verdadero tormento. Benjamín trajo a una mujer al castillo Worsley, y supe por las sirvientas, que me odiaban, que era su ex prometida. Para empeorar las cosas, ella afirmaba estar embarazada de él, y Benjamín no lo negó. Viví bajo el mismo techo que su amante, pero a diferencia de ella, yo no tenía libertad. El castillo era como una prisión, y casarme con ese monstruo resultó ser un infierno. Cosas extrañas empezaron a suceder; mi esposo y su familia eran personas extrañas, y nunca debí haber descubierto el secreto que guardaba esa familia, ni por qué se casó conmigo en primer lugar. El propósito era espeluznante, al igual que él. Sobre todo: NUNCA DEBÍ CASARME CON EL MONSTRUO.
En una noche lluviosa, fue cuando tuve mi primer encuentro con él. Su insistente llamado a mi puerta despertó el miedo que yacía dentro de mí, pues vivía en medio de la nada, en un bosque que conocía al dedillo por haber crecido allí. Sin embargo, rara vez recibía visitantes, salvo las personas que conocía de la ciudad cuando salía a vender frutas para ganarme la vida.
Al abrir la puerta, me encontré con unos ojos dorados tan siniestros como devoradores. Sentí que consumían mi alma con el reflejo de su iris. Temblé, me estremecí, y ni siquiera pude articular palabra al verlo por primera vez. Su cabello era tan negro como el vacío de su ser, empapado por la lluvia, su piel tan pálida, labios delgados pero carnosos, y pese al frío, se veían rojos. Nunca había visto a un hombre tan hermoso en mi vida; una belleza completamente letal. Puedo afirmar que fue amor a primera vista para mí, aunque dudo mucho que él sintiera lo mismo.
-Hola- lo saludé después de escudriñarlo de arriba abajo. -¿Quién eres?.
-Soy Benjamín-respondió con una voz áspera y ronca que erizó los vellos de mi nuca-¿Puedo pasar? Me perdí en el bosque y la lluvia me tomó por sorpresa cuando intentaba regresar.
-¿Qué hacías en este bosque?-pregunté con desconfianza, ya que, como mencioné antes, rara vez recibíamos visitantes en estos senderos. Mis vecinos estaban bastante lejos de aquí.
-Solo estaba explorando, buscaba aire fresco-dijo con una sonrisa torcida que debería haberme hecho desconfiar, pero por alguna razón, me dejó enrojecida, como si estuviera bajo un hechizo. Cuando miraba sus ojos, sentía que penetraba en mi alma y la escudriñaba a su antojo. -¿Me permites pasar? Te aseguro que no tengo malas intenciones, solo necesito refugiarme hasta que pase la lluvia.
«Debí haberle dicho que no, debí haber optado por no creerle»
-Está bien- cedí, y le abrí las puertas de mi acogedora cabaña.
Por su vestimenta, supe que era alguien importante y adinerado. Llevaba una larga gabardina y un traje de dos piezas, exactamente como los hombres que había visto en las revistas de la ciudad.
Lo hice sentarse en una de mis sillas de madera, le ofrecí una toalla y un poco de chocolate caliente. Era una locura; no debería haber confiado en un extraño, en alguien que jamás había visto en mi vida, mucho menos después de una excusa tan pobre. Sentía como si estuviera siendo controlada, porque al final, me encontré sentada a su lado, sirviéndole un poco de sopa que había preparado, y Benjamín parecía complacido con mi compañía.
Esa noche, Benjamín se marchó una vez que la lluvia cesó, desvaneciéndose en la oscuridad y dejando atrás su suave aroma amaderado. Demostró ser todo lo contrario a un hombre desconfiable; fue sumamente respetuoso, educado y amable conmigo. Aunque él no compartió detalles de su vida, yo sí le hablé de la mía: le conté sobre mi vida solitaria en esa cabaña y cómo subsistía vendiendo frutas en el mercado de la ciudad. Pareció no importarle mi origen ni mi falta de conocimiento; siempre mantuvo una actitud amable, independientemente de las circunstancias.
Lo más sorprendente fueron los días siguientes. Benjamín volvió a aparecer en la puerta de mi cabaña con un ramo de rosas rojas, un gesto que me conmovió profundamente, ya que nunca antes un hombre me había obsequiado flores tan hermosas. Le pregunté por qué había regresado, si nuevamente me daría la excusa de haberse perdido, pero él simplemente sonrió con picardía, sin negar el incidente, y me confesó que deseaba volver a verme.
Lo invité a entrar nuevamente en mi cabaña, ofreciéndole su cálido cobijo. Parecía disfrutar de mi compañía, ya que le costaba marcharse, y yo comencé a echarlo de menos cuando no estaba presente. Así transcurrieron los días, con Benjamín visitándome regularmente, trayendo consigo rosas, algunos regalos y compartiendo largos momentos juntos.
Sin darme cuenta, me enamoré perdidamente de él. Era inevitable no sentirme atraída por un hombre tan apuesto y encantador como Benjamín Worsley. Finalmente, un día reuní el coraje para confesarle mis sentimientos. Me costó mucho expresarlo, pero esa noche, en la cabaña, antes de su partida, le dije que me gustaba. Él respondió con una sonrisa, pero no pude interpretar su significado; no supe si le agradó mi declaración o si compartía mis sentimientos. Fue una sonrisa imposible de descifrar.
Para mi sorpresa, Benjamín sacó una pequeña caja de terciopelo rojo con un anillo de diamantes dentro y me propuso matrimonio. Estaba tan emocionada que no dudé en darle el sí y abrazarlo; era la primera vez que tomaba esa decisión y sentirme entre sus brazos era como desvanecerse en una suave nube.
Estaba tan enamorada que no me importó lo rápido que sucedieron las cosas. Benjamín parecía tenerlo planeado, ya que había comprado el anillo con anticipación. ¿Acaso también le gustaba yo? Por supuesto que sí, de lo contrario, ¿por qué me habría propuesto matrimonio?.
Después de esa noche, Benjamín se marchó. Le rogué que se quedara, pero dijo que no podía sin darme razones. Lo dejé ir, esperando que regresara al día siguiente, pero pasaron tres días sin verlo. Finalmente, al cuarto día, vino por mí para casarnos.
Le reclamé por su ausencia, pero él mencionó que tenía asuntos de trabajo y detalles de la boda que atender. A pesar de todo, me sentí feliz de casarme con él, especialmente cuando me regaló un collar con un colgante de flor, asegurándome de que era especial.
No dudé en aceptar su propuesta de irnos juntos ese mismo día. A pesar de mi falta de experiencia en el mundo, me sentía increíblemente afortunada de tenerlo todo con el hombre que amaba. Sin embargo, pronto descubrí que Benjamín Worsley sabía cómo clavarme las espinas.
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