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Laura es una chica de 19 años de edad. Desde pequeña ha sido testigo de violencia doméstica en su hogar, lo cual la ha convertido en una muchacha de carácter fuerte e independiente. Un día es víctima de un secuestro, el cual hace que su vida tome un giro inesperado al involucrarse sentimentalmente con uno de sus secuestradores.
Era un lugar desierto e inhóspito, rodeado de hermosos árboles y un cielo azul cargado de bellas nubes blancas en toda su extensión, el cual no todos podían ver si se encontraban en una de las "habitaciones" de este recinto. No es un sitio lujoso, ni recomendado por muchos, ya que sus características son bastante tenebrosas.
Las luces parecían parpadear sin llegar a un fin, sus pasillos reflejaban un complejo y oscuro laberinto. Las rejas que rodeaban y delimitaban cada una de las celdas, estaban compuestas por mallas de acero.
-¡Mira, han robado otro banco!
Mis ojos se desviaron hacia la alta chica trigueña que caminaba a mi lado dirigiéndose hacia el patio trasero donde se practicaban algunos deportes. Su cabello ondulado parecía moverse ligeramente con el rápido movimiento de sus pies, y su carácter autosuficiente se reflejaba en su mirada fría y calculadora.
Me escondo por detrás de su intimidante y exagerada espalda ancha. Alcancé a tomar el periódico que ella escondía en uno de los bolsillos de su uniforme, mientras que las gotas de sudor de mi frente comenzaban a pasearse por mi rostro acariciando mis mejillas, deseando no ser descubierta.
Miré la primera página.
-¡Otro atraco de los Hombres de Negro! -decía el título.
Mis ojos se movían rápidamente por las páginas, intentando encontrar lo que tanto había escuchado, y de repente, se detuvieron en una fotografía en la que aparecían dos jóvenes vestidos de negro que sonreían arrogantemente a una cámara.
Acaricio rápidamente mi corta melena negra y al instante devuelvo el rollo de periódico a Sinaloa, sin que se percatarse que lo había tomado por un momento.
–Impresionante, ¿verdad? -le comento a mi compañera de celda.
-Los dos están muy buenos, guapisimos. -me responde Milly con un tono de picardía. -Y además, roban bancos y desaparecen sin dejar rastro alguno.
-Sí, puedo entender totalmente tu entusiasmo. -le respondo. -pero más allá de estar muy guapos los dos y de ser una auténtica delicia, es el plan perfecto q estábamos esperando.
Milly se queda pensando mientras pasa un mechón de cabello por detrás de sus pequeñas orejas y me responde:
-Son los dos delincuentes más buscados de toda Colombia, pero ¿acaso crees q exista la posibilidad de conocerles y llevar a cabo nuestro plan?
Mis oídos comienzan a estremecerse por el estridente sonido de mi alarma, el cual hizo que me despertara de un salto y apagara el reloj sin dudarlo. Mientras restriego mis ojos aun cansados, comento en alta voz:
-¿Esto ha sido un sueño o tan sólo producto de mi imaginación? Bueno, que más da, al final los sueños son solo eso y no sé para qué me preocupo, si jamás se me ha cumplido uno y no creo q éste sea la excepción.
Me dispongo a salir de mi calentita y confortable manta lila, mientras que mi cuerpo comienza a helarse y mi mente a arrepentirse de salir de la cama.
Noviembre era el mes de las mañanas frías, las nubes cubrían el cielo sin dejarle protagonismo al sol ni por tan solo un momento. Era el mes perfecto para derrochar tu estilo con abrigos de piel falsa, pantys gruesas, guantes, bufandas, medias típicas de colores y por último unas botas negras que se robaran el show.
Eso fue lo que escogí cuando me acerqué a mi armario en busca de ropa. Aún con los párpados cansados y el enorme deseo de tumbarme en mi cama y cerrar los ojos, caminé hacia el baño y me metí en la ducha. El agua caliente y placentera, hizo que perdiese más tiempo de lo planeado.
Una vez vestida y arreglada, salí del baño y me dirigí hacia la cocina donde se encontraban mis padres discutiendo, siempre que estaban juntos era la misma historia. Esto ya no era una sorpresa para mí, pues ya me había acostumbrado a sus gritos y peleas.
-Buenos días. -los saludé.
–Buenos días. -me respondieron secamente y al unísono. Entre tanto trataban de ocultar que no pasaba nada, al cuchichear a mis espaldas, mientras abría el refri para servirme un vaso de leche con cereal.
Desayuné y me dirigí hacia la parada donde me esperaría mi amiga Milly para tomar el autobús.
Molesta, al ver que se me hacía tarde, pulsé el botón del semáforo y esperé ansiosa al hombrecito verde. Sólo quería ir a casa y a la cama después de un día interminable de escuela.
-¿Tienes planes para esta noche?. -Me pregunta Milly después de concluir el horario escolar.
Sacudí la cabeza arreglándome el gorro que cubría mis hermosas orejas del frío. El clima parecía estar en sintonía con mis emociones y sentimientos.
-¿Qué te parece si vamos a bailar esta noche a la disco? -me preguntó.
-Sabes muy bien que odio sentir tantas personas a mi alrededor.
-Vamos Laura, ¡Solo por esta vez! -suplicó Milly haciéndose lo más pequeña posible con una talla ochenta.
-¡No! -le respondí, antes de que Milly pudiera decir nada. El semáforo se puso en verde y la multitud empezó a moverse.
-¡Eres mala! -afirmó avanzando a mi lado con los hombros caídos.
-Otro día vamos juntas.-lo prometí por enésima vez, pero sabía que no sería suficiente para ella.
-¿Me estás diciendo que no quieres ir? -hizo un pequeño gesto con sus ojos azules y su mirada de niña malcriada.
-¡No quiero!, ¿de acuerdo? -Aceleré mis pasos y traté de desengancharme de sus brazos acogedores.
-¡Espera un momento!
Oí el ruido de sus pequeñas botas leopardo y gemí cuando me alcanzó. Simplemente tenía unas piernas mucho más pequeñas, pero a la vez más ágiles que las mías.
-Milly, ¿podemos dejar la discusión por hoy, porqué no vas con Anddy? -Me volví hacia ella con rabia y miré sus mejillas enrojecidas a causa del invierno.
-De acuerdo, pero la próxima vez vendrás conmigo. -Asentí con la cabeza y nos pusimos en marcha de nuevo. El resto del camino lo hicimos en silencio.
Miré los jardines por los que pasamos y vi que a la mayoría de las plantas estaban tiesas esperando que el invierno pasara a la historia y regresará el verano.
-¡Adiós, Milly! -le di un rápido abrazo y me metí en nuestro pequeño jardín delantero. Mis ojos recorrieron la zona y busqué el coche de mi padre, pero no se veía por ninguna parte. Respiré aliviada y saqué del bolsillo la llave de la casa, la cual contenía las iniciales de los apellidos de mi padre. Con calma, abrí la puerta principal y entré en mi infierno personal. Escuché y recé para estar sola.
Tan silenciosamente como me fue posible, cerré la puerta principal y disipé el desastre que se encontraba en el salón, parecido a cuando pasa un tornado, me quité las botas y las coloqué con los otros zapatos que habían sido arrojados sin piedad a un rincón.
En plantillas de media, me dirigí a la cocina y el suelo de madera me pareció agradablemente fresco en contraste con las temperaturas del exterior. En la meseta de la cocina encontré el portafolios de mi padre, al parecer lo había dejado, al tomarlo en mis manos para devolverlo al escritorio, cayeron al suelo algunas hojas blancas con la escritura impresa y entre ellas una foto familiar.
Al recogerlas se despierta en mí la curiosidad y observé detalladamente aquella foto, en la cual se encontraba mi padre con otra mujer y dos adolescentes. Quedé completamente anonadada mientras trataba de asimilar lo que mis ojos contemplaban.
De repente, escucho la puerta, y, automáticamente, cerré los ojos y respiré profundamente. Apagué el miedo que surgió en mi interior y el instinto de huir.
Unos pesados pasos resonaron en la casa y pude imaginarlo claramente caminando con sus pisadas firmes y su mirada dominante. El sonido de sus zapatos se acercaban más y más y al mismo tiempo, mis sentimientos se alejaban también cada vez más hasta que, finalmente, ya no existían en absoluto, sino que se apagaban.
-¿Qué estás haciendo aquí? -miré la cara de cerdo de mi padre.
Llevaba un traje y su exterior no dejaba entrever al sucio bastardo que se escondía tras esa máscara. Ahora iba a ordenar y a interrogarme para saber porque me encontraba en casa. Sobriamente, sintiendo el frío absoluto en mi interior, le dije:
-¿Qué clase de hombre eres?, sé que mamá y yo no te importamos y que por años hemos aguantado tu machismo, soberbia y golpes sin motivo alguno. Pero esta vez no lo soportaré más.
Él, calmadamente, me pregunta: -Laura, ¿qué sucede? jamás te has dirigido así hacia mí.
Le muestro la foto que había descubierto anteriormente mientras que su rostro empieza a sonrojarse y las venas de su cuello a alterarse. Cuando su voz amenazante se alzó, supe que mis intentos de explicación serían un fracaso total.
-Sí, hace muchos años tengo otra mujer e hijos, ya que tu madre sólo sirve para hacer las labores de la casa. -Ahora gritaba y en su expresión, no se reconocía al padre cariñoso que siempre alardeaba ser delante de todos.
Mirándolo con rabia y odio, le grité: -¡Cómo te atreves a hablar así de mi madre! -sin pensarlo, mi mano se mueve sola hacia su mejilla y se escucha aquella cachetada con ira que se desprendió de mí. Él me respondió de igual manera, levantó su mano y me dió una bofetada en la cara, la cual hizo que cayera de rodillas en el suelo.
Sentí que mis pómulos empezaron a arder, pero lo ignoré y apreté los labios y me dispuse a salir de casa.
Me sentía tan impotente de no haberle dicho todo lo que se merecía ese poco hombre, pero a la vez me sentía orgullosa de haberle enfrentado.
Apenas cerré la pesada puerta, llegó el dolor y me agarré con cuidado la mejilla. Sabía que la tendría de un color rojo vibrante por mi piel paliducha, así que, dejé que mi pelo castaño cayera sobre mi mejilla y me di un par de golpecitos en la otra para que no se notara tanto. Entonces me retiré de mi infierno, al caminar sin rumbo ni dirección bajo las frías calles de Italia.
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