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Mi pueblo se moría, y solo un hombre podía salvarnos: Máximo Castillo, mi amor de la infancia. Pero Máximo, consumido por el odio que creía justificado, me encerró en una jaula de oro. Cada día, me obligaba a usar mi energía vital para curar a su prometida, Sabrina, ignorando que mi propia conexión con la tierra se desvanecía. Soporté el tormento, sabiendo que mi silencio protegía a sus padres y, sin él saberlo, a él mismo. El colmo llegó cuando Sabrina, con una crueldad que helaba la sangre, atacó brutalmente a mi joven hermano. En ese instante, el amor que sentía por Máximo murió, dando paso a un odio frío y cortante. Cuando mis padres, a quienes creía desaparecidos, revelaron la verdad sobre Sabrina y mi sacrificio, ya era demasiado tarde. Me disolví en polvo de ámbar, un sacrificio inútil por un hombre que me destruyó. Máximo se arrepintió, dedicando su vida a reparar el daño que había hecho. Y un año después, en el acantilado que tanto amaba, saltó al vacío, buscando en la muerte el perdón y el reencuentro que la vida le negó.