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El dolor agudo en mi pecho me despertó, el mismo que sentí justo antes de morir en mi vida pasada. Abrí los ojos para encontrarme en mi propia habitación, la que había decorado con tanta ilusión para mi boda, tal como estaba antes de que todo se fuera al infierno. Mi doncella, Isabella, entró con la cara llena de preocupación, diciéndome que había gritado un nombre: Ricardo. Ricardo, el prometido que me traicionó con mi mejor amiga, Valeria, la mujer a la que siempre escogió por encima de mí. Recuerdo el veneno lento que me dieron, cómo me debilitaba día a día mientras ellos vivían su romance a mis espaldas, la agonía de verlos felices mientras yo moría. El recuerdo no era una pesadilla, era la cruda realidad que me había destrozado. No podía entender por qué él la eligió a ella, qué tenía Valería que yo no. Esta vez, no cometería el mismo error: no me casaría con Ricardo, no dejaría que me destruyeran de nuevo. No había tiempo que perder, mi futuro había cambiado, y con él, el de todos.