/0/18414/coverbig.jpg?v=6b226376fcc68c773b1d906176f457c5)
El calor de Jalisco me envolvía, marcando un día más en mi sencilla infancia junto a Ricardo, mi hermano menor. Pero una punzada helada me atravesó, un recuerdo químico, insoportable: mi propia muerte, cuarenta años en el futuro, envenenada por él. La imagen de Ricardo, ya adulto, diciéndome: "Ojalá te murieras antes, Sofía. Arruinaste mi vida" , resonó como un eco horrendo. Me había salvado de unos secuestradores cuando éramos niños, pero él siempre lo vio como el robo de un destino de riqueza. ¿Cómo pudo el amor de una hermana convertirse en el veneno de su odio? Parpadeé y regresé a ese preciso día, donde mi hermano de seis años se acercaba a un coche polvoriento, con una pareja sonriente ofreciéndole dulces. Esta vez, las palabras de mi yo futuro, la mujer traicionada, resonaron en mi mente: "¡Justicia! ¡Venganza!" .