"¡Ya he escuchado suficiente!". La paciencia de Rodger se agotó. Extendió la mano y le apretó el cuello con una fuerza cruel.
El pánico se apoderó de ella, dejándola sin poder respirar. A pesar de la presión asfixiante, lo miró directamente a los ojos, negándose a apartar la vista.
Una lágrima solitaria se deslizó y cayó sobre sus nudillos, quemándolo lo suficiente como para que él retirara la mano de un tirón.
Jadeando, Emilia intentó respirar, pero otro tipo de dolor le apretó el pecho. Durante tres años le había dado todo... para terminar así.
¿En qué se había convertido su vida? Se había vuelto en el hazmerreír de todos. Para ellos, no era más que una tonta digna de lástima.
"Si firmas los papeles ahora mismo, te llevarás treinta millones, la casa de la playa y un auto deportivo nuevo. Si alargas esto, no te llevarás nada en absoluto", amenazó Rodger con una fría indiferencia.
Emilia soltó una risa quebradiza y sarcástica. "¿Crees que esa oferta es generosa?".
La furia se encendió en los ojos de él y, por un momento, pareció dispuesto a volver a estrangularla, pero la cruda desesperación en la mirada de ella lo detuvo en seco.
Algo se retorció en lo más profundo de su pecho, aunque lo reprimió. Quizá fue verla así, indefensa y destrozada, lo que hizo que algo en su interior vacilara por primera vez.
"No dejes que tu codicia arruine lo poco que te queda, Emilia. Casi le quitas la vida a Violeta, y aún no he empezado a hacerte pagar por ello", dijo Rodger, con un tono tan frío como una tormenta de invierno.
"¡Yo nunca la toqué! ¡Lo que pasó junto a esa piscina no es culpa mía!", exclamó Emilia, con la frustración hirviendo en su voz.
Podía gritar la verdad hasta quedarse sin pulmones, pero nadie allí estaba dispuesto a escucharla. Nadie en la familia Mitchell le daba el beneficio de la duda.
"¡Me estás llevando al límite! ¡Si no hubieras sido tan despiadada, ella no habría tenido un ataque tan repentino! ¡Sabías perfectamente el poco tiempo que le quedaba y aun así la trataste de esa manera!". La mirada del hombre ardía con acusación.
"¿De verdad quieres hablar de crueldad?", replicó ella, con un tono tan cortante como el hielo. "Cuando tuviste el accidente automovilístico y quedaste en estado vegetal, ella, que entonces aún era tu novia, te abandonó y se fue al extranjero. Si ahora se le acaba el tiempo, quizá sea solo el destino dándole lo que se merece".
"¡No te atrevas a hablar mal de ella!", ladró él, levantando la mano, listo para golpearla.
Sin embargo, Emilia se movió más rápido esta vez, agarrando su muñeca antes de que pudiera tocarla. Su mirada se alzó hacia él, feroz, llena de determinación.
Rodger nunca había visto esa faceta de ella, y la visión lo dejó helado.
Siempre le había parecido débil e insignificante. ¿Cuándo se había afilado hasta convertirse en alguien que podía plantarle cara así?
"¡Tú! ¿Quién te dio el valor...?". Antes de que Rodger terminara la frase, la palma de Emilia chocó contra su rostro con una fuerza sorprendente, dibujando una marca roja y brillante en su mejilla. La bofetada resonó, haciendo eco en la habitación.
"¡Ya tuve suficiente! A partir de este momento, no le debo nada a la familia Mitchell", declaró ella, arrancando su mano del agarre de él.
Justo en ese momento, el celular de Roger vibró con fuerza. Él contestó, y el ceño fruncido en su rostro se acentuó mientras escuchaba.
"¿Qué quieres decir con que el estado de Violeta ha empeorado? ¿Todavía nada de Asclepio? ¡Paga lo que sea necesario, tráelo aquí! ¡Se nos acaba el tiempo para Violeta!".
Asclepio, un tipo del que se rumoreaba que poseía habilidades médicas milagrosas y que por ello se había ganado ese título, era el único que podía curar la enfermedad de la aludida.
Rodger terminó la llamada, volviéndose hacia Emilia con una mirada que podría haber cortado el vidrio.
"¡Si le pasa algo a Violeta, me aseguraré de que pases el resto de tu vida pagándolo!". Con una mueca de desdén, lanzó su amenaza y se marchó furioso por el pasillo.
Las lágrimas brillaron en los ojos de la mujer, tiñéndolos de un rojo intenso. Mientras observaba su espalda alejándose, una risa hueca se escapó de sus labios.
Si no fuera por todo lo que ella había hecho, Rodger seguiría atrapado en una cama de hospital, perdido en un mundo de oscuridad.
Todo lo que ella le dio fue lealtad. Aun así, su dedicación no valía nada comparada con la admiración ciega que él reservaba para otra mujer: Violeta Morgan.
Un recuerdo cruzó por la mente de Emilia: la voz de esta última aún resonaba, momentos antes de que se lanzara al agua.
"Puede que me lo hayas quitado, pero recuperarlo no me costará más que un susurro".
Emilia nunca podría olvidar esa mirada de victoria en los ojos de Violeta ni la sonrisa socarrona que se dibujó en sus labios.
Una risa áspera y amarga se le escapó mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas. En voz baja, murmuró: "Violeta, puede que esta vez hayas ganado. Pero tu destino está en mis manos".
La realidad era que el verdadero poder siempre había estado con ella. Detrás del nombre que todos susurraban con desesperación, Asclepio, se encontraba la propia Emilia, la única sanadora capaz de obrar milagros.
Una resolución de acero brilló en sus ojos. Tomando el bolígrafo, garabateó su firma en los papeles del divorcio, sin detenerse ni un segundo.
Todo había terminado. Absolutamente todo. El matrimonio que consumió tres años de su vida, había acabado en ruinas.
Su mirada se desvió hacia el retrato de Arturo Mitchell, el difunto abuelo de Rodger.
"Arturo, me diste otra oportunidad en la vida. Hoy, esa deuda está saldada. Me voy sin deberle nada a tu familia", murmuró.
Recogió sus cosas sin hacer ruido. Con la cabeza en alto, Emilia salió de la casa de los Mitchell sin mirar atrás ni una sola vez.