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Sarah siempre se había considerado normal, no ansiaba nada más que una vida tranquila. Pero todo esto cambio cuando Slycifer apareció en su vida. Aquel hombre hermoso y sexi, se robo todo de ella. Sin embargo, él esconde un oscuro secreto, uno del cual ella no puede escapar. Debemos tener cuidado con los extraños, así evitamos... una siniestra atracción. Serie Luxfero 24.5
- Hola Sarah, ¿qué tal has estado? –pregunta con ese suave tono amable, sin embargo, ella seguía sintiendo cierta incomodidad.
- Bien, con pesadillas de nuevo –admite con algo de cansancio en su voz, estaba harta.
- Cuéntame lo que ves. –Sarah suspira, es su sexta visita en lo que va del mes.
- ¿Doctor Keegan? –muerde su labio, le mira con duda.
- ¿Sí? –responde el doctor levantando la vista de su cuaderno, encontrándose con unos hermosos ojos verde aguamarina que le recuerdan al mar embravecido; Sarah O'Malley, cuenta con veintiún años, es estudiante de literatura en la universidad de Cambridge.
Él le había concertado una cita a Sarah como un favor a su sobrina, puesto que es su compañera de habitación.
La primera vez que vino, ella había estado muy renuente a hablar, y después descubrió por qué. Sarah tenia pesadillas, algunas veces, tres o cuatro noches, otras sólo una o dos, pero siempre era lo mismo.
Ella se despertaba sólo para ver su cuerpo en la cama desde el techo, según una amiga de Sarah, eso era un viaje astral; pero Sarah no estaba segura. Tuvo ese sueño tres noches seguidas, pero en la cuarta noche, todo cambio. Desde el techo, Sarah veía una sombra que se extendía por todo el cuarto. Después de eso, paso tres noches sin soñar nada, Sarah había creído que las pesadillas habían terminado, pero eso, sólo era el principio.
Ella se volvió a soñar en la misma posición, esta vez, no sólo fue una sombra, sino varias; todas se apilaban alrededor de su inerte cuerpo, parecían estudiarla, o esa impresión le dio a ella.
Esto ocurrió dos noches más, luego el panorama cambio. Sarah se encontraba en la misma posición que cada noche; una de las sombras se acercó y comenzó a estrangularla, su cuerpo no parecía responder, pero su "alma" sí. Sarah grito, ocasionando que se despertara Amanda; esta la sacudió hasta que Sarah se despertó. En este punto, ella tomo el consejo de su amiga y decidió visitar al doctor Keegan.
- ¿Recuerda que le platique de las sensaciones? –dice bajo, casi un susurro.
- Sí, pero, ¿qué con ello? –le mira serio, de manera profesional, eso le daría confianza a hablar.
- La pesadilla de esta vez fue como las otras, era mi "alma" la que sentía todo –dice mientras juega con sus dedos.
- ¿Te hicieron daño las sombras?, ¿más cardenales y moretones? –Sarah se frotó las marcas en un acto reflejo.
- No, esta vez es otra cosa –ella clava su vista en el suelo, parecía avergonzada.
- ¿Qué ocurre?, ¿qué te hicieron? –pregunta suave, alentándola a continuar sin pena.
Sarah traga saliva, suspira mientras aprieta con fuerza la tela de su pantalón.
- Esta vez, no fue una sombra lo que vi –comienza con tono suave, como si buscará las palabras con cuidado.
- ¿Qué ocurre? Sabes que no te voy a juzgar ni criticar, sólo deseo ayudarte. –Sarah asiente, aún con la mirada alicaída; se ve tan frágil.
- Esta vez, lo que vi fue la espalda de un hombre, lo sé por su constitución –dice segura a pesar de que sus manos temblaban–. Él estaba encima de mí, en cuatro –su tono vuelve a ser bajo, suponía por la vergüenza–, podía sentir sus dedos deslizándose de mi barbilla hasta mi clavícula –señala ambas partes–. Mi cuerpo no se movía, pero yo me estremecía ante el toque –admite con las mejillas sonrojadas–. Sus dedos fueron sustituidos por sus labios, haciendo el mismo recorrido; le siguió su lengua –había cerrado los ojos queriendo evitar la mirada del doctor–, desde la posición que estaba, me di cuenta que aquel hombre pasaba sus manos por todo mi cuerpo, acariciando, magullando todo a su paso –dice casi de golpe, no quería arrepentirse de confesar aquello–. En un parpadeo, mi ropa ya no estaba, y él, era del color de la noche –mira al techo, era una sombra por completo negra.
» Continuó con su recorrido, lamiendo cada centímetro de mi piel; lamió un pezón, después tiro de él con los dientes, y por último, succionó, ocasionando que me arqueara y gimiera; pude sentir su sonrisa a través de mi piel.
» Continúo con su tarea en mi otro pecho; cuando terminó, comenzó bajar por mi abdomen hasta mi... bueno, usted sabe –dice Sarah sin ver al doctor.
- Claro, continúa. –No sabe porque a Sarah le daba vergüenza esta parte del sueño, cuando le ha contado lo del pecho; aunque que es peor que ella lo diga, la imagen mental que esta creando, no es muy profesional.
- Bien... aah... con sus manos, separo mis piernas e introdujo su cabeza entre... entre mis... mis... piernas –susurra Sarah, el doctor no dice nada, le permite tranquilizarse y la deja continuar–, él comenzó a lamer y a mordisquear en mi... en mi... sexo; yo me retorcía, gritaba y gemía; liberó mis piernas y con sus manos, comenzó a darle placer a mis pechos –dice bajo pero con voz decidida–. Mi cuerpo era un mar de sensaciones, y entonces, él se levantó, soltó mis pechos y se situó en medio de mis piernas; sabía lo que venía a continuación, abrió más mis piernas y con una, aunque precisa embestida; se introdujo dentro de mí –frunce el ceño, la sensación había sido muy real–, grite y me retorcí; aquel hombre comenzó con embestidas, lentas, luego más rápidas –aprieta la tela de su pantalón–. El placer era tanto, que me sentía arder –podía recordar esa sensación–, y bueno, estaba por llegar al orgasmo cuando Amanda me despertó –se encoge de hombros, alza la vista al doctor–. ¿Qué significa esto doctor? –le mira con las mejillas un poco sonrojadas.
- Deseo sexual reprimido–dice el doctor tras unos segundos de análisis–. Necesitas salir más, conocer gente, divertirte como todas las chicas de tu edad.
- Gracias, lo haré este fin de semana –dice mientras asiente, Amanda solía decirle eso, que necesitaba divertirse.
- Bien, eso es todo por hoy –cierra el cuaderno y lo deja en su escritorio tras ponerse de pie.
- Gracias doctor Keegan –ella le dedica una pequeña sonrisa.
- De nada, un placer ayudarte. –Sarah se levanta y camina hasta la puerta, sale y se despide de la secretaria.
Toma el autobús y regresa a Cambridge.
Baja y camina con paso rápido hasta su dormitorio. El doctor Keegan le había dicho que las sombras no eran más que recuerdos reprimidos de su dura infancia, ahora, tenía un deseo sexual reprimido.
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