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Es una historia de amor, confianza y redención, donde un matrimonio ejemplar se ve amenazado por la aparición de una tentadora y manipuladora secretaria. Ricardo y Dulce han construido una vida perfecta juntos, hasta que Eliza, la nueva secretaria de Ricardo, comienza a seducir a su jefe con intenciones oscuras, desestabilizando su relación. A medida que la atracción de Eliza se intensifica, Dulce debe enfrentar sus propios temores y la creciente incertidumbre sobre la lealtad de su esposo. Cuando Ricardo se ve atrapado entre su amor por Dulce y la persistente influencia de Eliza, se ve obligado a tomar decisiones difíciles que podrían costarle más de lo que imagina. La batalla por salvar su matrimonio se convierte en un juego peligroso donde la honestidad, la transparencia y la confianza son las únicas armas que tienen para superar la tormenta. ¿Será suficiente el amor que se profesan para resistir las tentaciones y las pruebas que se avecinan?
Dulce y Ricardo siempre habían sido la pareja ideal. Se conocieron en la universidad, ambos en sus últimos años de carrera, y desde el primer momento supieron que sus destinos estaban entrelazados. Su relación nunca estuvo llena de altibajos dramáticos ni inseguridades. Desde el principio, la comunicación y el respeto fueron los pilares que cimentaron su amor. Se entendían sin necesidad de palabras, se apoyaban mutuamente en los momentos difíciles y compartían sueños y aspiraciones para el futuro.
Vivían en una casa moderna, decorada con un estilo minimalista y cálido, reflejo de la personalidad de Dulce. Ella era una mujer dedicada a su familia, pero su pasión por el diseño de interiores la llevaba a tener proyectos de renombre, aunque nunca dejó que su carrera opacara su rol en casa. Ricardo, por su parte, era un hombre de negocios exitoso, dueño de una agencia de publicidad que había logrado levantar desde cero. Ambos compartían una vida llena de momentos felices, pero nunca dejaban de lado la importancia de mantener una vida privada equilibrada.
Aquella mañana, como cualquier otra, Dulce preparaba el desayuno mientras Ricardo leía el periódico en la mesa de la cocina. Las tazas de café humeaban en la mesa, y el sol entraba suavemente por la ventana, iluminando el comedor de su hogar.
-¿Vas a estar tarde en la oficina hoy? -preguntó Dulce mientras organizaba los platos sobre la mesa.
Ricardo levantó la mirada y sonrió, sin apartar los ojos del periódico.
-Creo que sí, hay algunas reuniones importantes. Pero no te preocupes, prometo no alargarme demasiado -respondió con su tono tranquilo y confiado.
-Te esperaré, entonces -Dulce sonrió, sirviendo el café en las tazas con una sonrisa que reflejaba su cariño genuino.
En ese instante, el sonido del teléfono móvil de Ricardo interrumpió la calma de la mañana. Dulce no le prestó mucha atención, acostumbrada a que su esposo siempre tuviera alguna llamada o mensaje de trabajo. Sin embargo, vio que la expresión de Ricardo cambió sutilmente al leer la pantalla.
-¿Todo bien? -preguntó Dulce, al notar la pequeña pausa que hizo su esposo.
-Sí, todo bien -respondió él rápidamente, metiendo el teléfono en su bolsillo sin decir más.
Dulce no pensó demasiado en ello. A veces Ricardo era así, se guardaba para sí mismo detalles de su trabajo, especialmente cuando se trataba de proyectos confidenciales. Ella respetaba su espacio y confiaba plenamente en él. No podía imaginar que, en ese preciso momento, su vida tranquila y predecible estaba a punto de dar un giro inesperado.
Esa tarde, después de que Dulce terminara su jornada de trabajo y se preparara para recibir a Ricardo, algo en el aire parecía diferente. Los minutos parecían alargarse más de lo habitual, y Dulce comenzó a sentir una ligera inquietud, como si hubiera algo que no encajara del todo en la normalidad de aquel día. Decidió entonces ir al gimnasio, como hacía algunos días a la semana, para liberar un poco de tensión y despejar su mente.
Cuando regresó a casa, la luz del sol ya comenzaba a desvanecerse y la quietud del hogar la recibió con la misma calma de siempre. Ricardo no había llegado aún, lo cual no era raro, pero lo que sí llamó su atención fue el mensaje en la pantalla de su móvil. Era un mensaje de su mejor amiga, Julia, que le preguntaba si todo estaba bien en casa.
Sin saber por qué, Dulce sintió una extraña sensación de nerviosismo, como si algo estuviera a punto de romperse. Dejó el móvil sobre la mesa y se recostó en el sofá, esperando a que su esposo llegara.
A las ocho de la noche, finalmente escuchó la puerta abrirse. Ricardo entró con su porte elegante, como siempre. Llevaba su traje oscuro, con la chaqueta ligeramente desabotonada, y su expresión era tan serena que parecía estar en completa calma.
-Te estaba esperando -dijo Dulce, levantándose del sofá con una sonrisa-. ¿Cómo estuvo tu día?
-Cansado, pero productivo. ¿Y el tuyo? -respondió él, colgando su abrigo y besándola en la mejilla.
-Igual. Pensé que podríamos cenar juntos hoy. ¿Te parece? -preguntó Dulce, mientras lo observaba con atención.
Ricardo asintió con una sonrisa.
-Me encantaría, pero tengo que terminar unos detalles de un proyecto. Me va a tomar un poco de tiempo, pero te prometo que después de eso estaremos juntos. ¿Te parece?
Dulce asintió, aunque no pudo evitar sentir una punzada en su pecho. Había algo en su voz, una pequeña sombra de distracción que no pasó desapercibida para ella.
Cuando Ricardo subió al despacho, Dulce no pudo evitar pensar en el mensaje que había recibido. ¿Por qué Julia preguntaba por su día? A veces las mujeres tienen un sexto sentido, y Dulce sabía que algo no estaba del todo bien. Decidió esperar, pero una pequeña duda comenzó a aflorar en su mente. ¿Podría ser que algo estuviera alterando su matrimonio tan perfecto?
Mientras la noche avanzaba y Ricardo permanecía ocupado en su oficina, Dulce no pudo evitar mirar hacia la puerta del despacho una vez más. Aquel silencio que los rodeaba ya no parecía tan reconfortante como antes.
El reloj marcaba casi las diez de la noche cuando Dulce, ya cansada de esperar, decidió ir a la cocina a preparar algo ligero para cenar. No quería interrumpir a Ricardo, pero la creciente inquietud en su pecho le impedía concentrarse en cualquier otra cosa. Mientras picaba una ensalada, su mente seguía dando vueltas a los pequeños detalles que no encajaban. La leve distancia de su esposo, su actitud distraída, las llamadas y mensajes que había recibido durante el día... Todo parecía tan diferente, como si él estuviera en otro lugar, lejos de ella.
Al poco rato, el sonido de los tacones de Ricardo bajando las escaleras la sacó de sus pensamientos. Él apareció en la entrada de la cocina, con la camisa desabotonada en el cuello, ya sin su chaqueta. Sus ojos reflejaban una mezcla de cansancio y preocupación, aunque lo disimulaba bastante bien.
-¿Comemos algo? -le preguntó Dulce, tratando de sonar casual.
-Sí, claro. Pero antes quiero hablar contigo, Dulce. -La seriedad en la voz de Ricardo hizo que Dulce se tensara. Sabía que algo estaba ocurriendo, aunque no sabía qué era.
Ambos se sentaron en la mesa, donde la luz cálida de la lámpara iluminaba sus rostros. Ricardo comenzó a hablar, pero con una especie de titubeo que nunca antes había mostrado.
-Hay algo que quiero contarte, algo que ha estado sucediendo en el trabajo. -Dulce lo miró fijamente, con el corazón latiendo más rápido. El tono de su voz no le gustaba nada. -Tú sabes que la empresa ha estado creciendo, y con ello las responsabilidades. Últimamente, he tenido que trabajar con más gente... gente nueva, que llega con ideas frescas y diferentes.
Dulce asintió, aunque un nudo se formaba en su estómago. Por alguna razón, temía lo que su esposo iba a decir a continuación.
-Eliza ha estado trabajando más estrechamente conmigo estos días. -Ricardo hizo una pausa, mirando a Dulce a los ojos. -Es una joven muy capaz. Muy competente. Pero... hay algo que no te he contado.
Dulce lo miró en silencio, esperando. Algo en su tono la hizo sentirse incómoda, como si él estuviera preparándose para disculparse por algo que ya sabía que no iba a gustarle.
-¿Algo pasó con ella? -preguntó Dulce, a sabiendas de que esa respuesta podía cambiarlo todo.
Ricardo suspiró profundamente y se pasó una mano por el cabello.
-Sí. Eliza ha estado... -hizo otra pausa, como buscando las palabras adecuadas-... ha sido un poco... insistente. En su forma de comportarse conmigo. A veces, me siento incómodo con la forma en que actúa. -Un destello de culpabilidad cruzó su rostro, y Dulce, aunque aliviada en parte, no pudo evitar sentir que algo estaba por llegar.
-¿Insistente cómo? -preguntó Dulce, su voz apenas un susurro.
Ricardo la miró, y por primera vez en la conversación, parecía vacilar.
-Sutil, pero... es evidente. -Ricardo bajó la mirada, como si tuviera miedo de enfrentar las consecuencias de sus palabras. -Ella ha mostrado un interés más allá de lo profesional. Y aunque he intentado mantener las distancias, no puedo negar que su actitud me ha desconcertado.
Dulce sintió que su mundo se desmoronaba en ese momento. No era celosa, no solía serlo, pero esta situación era diferente. Eliza no solo era una joven atractiva, también estaba trabajando cerca de su esposo, buscando continuamente su atención, y él, aparentemente, no había podido poner un límite claro.
-¿Y qué vas a hacer al respecto? -preguntó Dulce, intentando mantener la calma.
Ricardo se inclinó hacia adelante, su expresión ahora más seria.
-He decidido que necesito hablar con ella y dejar las cosas claras. No quiero que esta situación afecte lo que tengo contigo. Te lo prometo. -Su voz tembló ligeramente, como si le costara admitir lo que había ocurrido.
Dulce no dijo nada durante un largo rato. Estaba procesando lo que le había contado su esposo, buscando la manera de comprenderlo. No estaba segura de cómo sentirse. Por un lado, Ricardo parecía arrepentido, pero por otro, su falta de acción hasta ese momento la hacía sentir desprotegida. En su mente, las preguntas comenzaban a acumularse: *¿Por qué no me lo contó antes?* *¿Por qué dejó que todo esto llegara tan lejos?*
-No quiero que me hagas promesas, Ricardo. Quiero ver qué haces. Quiero ver qué tan lejos estás dispuesto a llegar para proteger lo que tenemos -dijo finalmente, su voz firme pero cargada de emociones contenidas.
Ricardo asintió, reconociendo la gravedad de las palabras de su esposa.
-Lo entiendo. Te debo una disculpa. Te prometo que esto no volverá a suceder. -Se levantó de la mesa y se acercó a ella, tomándola de las manos. -Te amo, Dulce. Y no quiero que nada ni nadie nos separe.
Dulce lo miró, pero una parte de ella seguía distante. No podía simplemente olvidar lo que había pasado. Sabía que el camino hacia la reconciliación sería largo, y que esa promesa, aunque sincera, no borraba el daño ya hecho.
***
Mientras tanto, en la oficina de Ricardo, Eliza ya sabía que las cosas no se estaban desarrollando como ella esperaba. Había sido paciente, había jugado sus cartas con astucia, pero su jefe, al que había estado seduciendo con cada sonrisa y cada gesto insinuante, no estaba respondiendo como ella esperaba. Y eso la irritaba.
Eliza no había llegado a la ciudad solo para ser una secretaria. Había llegado con un objetivo claro: conseguir lo que quería, y lo que quería era a Ricardo. Si su matrimonio era un obstáculo, entonces tendría que hacer lo que fuera necesario para eliminarlo. Y si eso significaba destruir su relación, entonces lo haría sin pensarlo dos veces.
La guerra no había hecho más que comenzar.
El día siguiente transcurrió entre la tensión de lo sucedido la noche anterior y la incógnita sobre el futuro de su matrimonio. Dulce no podía dejar de pensar en las palabras de Ricardo. Había prometido que hablaría con Eliza y que pondría fin a lo que sea que estuviera sucediendo entre ellos, pero algo dentro de ella no podía calmarse. No era simplemente la idea de una tentadora secretaria que seducía a su esposo lo que la inquietaba; era el hecho de que, por primera vez, Ricardo había fallado en proteger lo que ellos habían construido, lo que representaban como pareja.
Ricardo, por su parte, sentía una profunda culpa. No solo por la situación incómoda que había permitido que creciera con Eliza, sino también por ver a Dulce tan distante. Cada vez que la miraba, sentía que la conexión que siempre habían tenido comenzaba a desvanecerse, como si ella estuviera construyendo un muro entre ellos, uno que él no sabía cómo derribar.
Esa tarde, al llegar al trabajo, Ricardo encontró en su escritorio una nota de Eliza. Estaba escrita a mano, con una letra cuidadosamente estilizada, y decía lo siguiente: "Te espero en mi oficina después de las 6. Necesito hablar contigo. Eliza."
Ricardo sintió un leve nudo en el estómago. Había estado evitando a Eliza todo el día, centrado en asegurarse de que su conversación con Dulce no fuera en vano, pero sabía que tenía que enfrentar a la joven secretaria. Ella no iba a dejarlo ir tan fácilmente.
A las 6 en punto, Ricardo se dirigió hacia el despacho de Eliza. Al entrar, la encontró sentada detrás de su escritorio, sonriendo con una seguridad que hizo que su corazón latiera más rápido. Ella no parecía preocupada, no parecía arrepentida por nada. Era como si estuviera esperando que Ricardo cediera a sus encantos, como si ya lo tuviera completamente bajo su control.
-¿Qué pasa, Eliza? -preguntó Ricardo, manteniendo su tono serio y profesional. -Sabes que tenemos que hablar sobre tus actitudes en el trabajo.
Eliza levantó la vista de los papeles que tenía sobre su escritorio, fijando su mirada en él. Su sonrisa no desapareció, pero sus ojos, fríos y calculadores, revelaban lo que realmente pensaba.
-Sé que quieres hablar de eso, Ricardo. Pero antes de seguir, debo decirte que me ha molestado mucho lo que ocurrió ayer. -Su voz era suave, casi seductora, y sus palabras parecían estar cargadas de un subtexto oculto. -Tú y yo tenemos una conexión. Lo sabes. No tienes que ocultarlo. ¿Por qué no aceptarlo?
Ricardo se tensó al escucharla, pero se obligó a no perder el control. Sabía que Eliza estaba manipulando la situación para ponerlo contra la pared.
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