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Historia

Capítulo 2 II.

Palabras:3711    |    Actualizado en: 25/04/2023

n Referida A La Augurada Afluencia

aso no hay nadie en

tallada, dándoles la bienvenida a los sudoroso

segundos, sino al priorizar al maniatado muchacho que ambos sostenían: La camisa de franela roñosa y amarillenta pegada a su enjuto cuerpo; el negro pantalón polvoso, manchado en algunas porciones, embutido en las botas de trabajo que, rotas y gastadas, mal cubrían sus maltrechos pies vendados. Su rostro y todo rastro de piel visible estaba cubierto de tizne, haciend

e pergamino pajizo, estaban atiborrados por grotescas y caricaturescas imágenes de aves dentadas, peces de aletas puntiagudas que saltaban sobre arbustos espinosos hacia charcos de agua espumosa e insectos anidados en cada uno de los espacios restantes, todo al carboncillo. La luz del exterior se cola

ordomo les indicó tomar asiento. Sólo dos de ellos lo hi

da, haló de ésta haciéndolo caer de rodillas al momento

oreau, mayor en peso y edad, tras incorporarse. Fingía, sabía que siempre lo devolverían. -Espero en Dios que cuando este hombre quiera

el precio de ser

estaban indispuestas tras la espalda. Era la misma escena de siempre: Dos hombres robustos, con más fuerza que él, con mejor alimentación que la suya, menos fatigados también. Querían una des

to apestoso a licor en la piel de la nuca. -... ¿O es que ya aceptaste que te gusta? -Clarence lo miraba con sus brillantes ojos azules crista

en lugares que no pudieran hacerlos bajar el precio ante alguna queja, "ya estaba así, quién sabe qué habrá estado haciendo", lo usarían y, si el comprador los pescaba en el acto, aludirían a su compresión, pues sabiendo

momentos así. Respiró, tratando de verse a sí mismo desde arriba como aquella primera vez que sucedió, cerró los ojos y pensó que se desprendía. Tenía un método; pero cuando éste no funcionaba evocaba su segunda opción: Pensaba en "Ella", "Ella"

e se elevaba en el horizonte de la pretina de sus pantalones. El cabello castaño engominado hacia tras y unos diminutos ojos azules, rodeados de sudorosos pómulos de poros abiertos, completaban la estampa de hombre bufo. Éste frunció el ceño. Los fu

y acto seguido

los otros tres, se habían incor

eron lo propio, pero Carló hizo caso omiso de ellos. -Dueño de esta casa. -Reiteró. -Casa d

s, creyendo que no era más que una farsa, opción que tuvi

Clarence al considerar que podría

en podría reemplazarlo por una fuerte mano apretada, como por un almohadón de plumas y le aseguro que no habrá diferencia más allá de l

chorreante que ostentaba su cuello. Después de todo, ese hombre sólo lo utilizaría... ¿Qué más daban nimiedades como un nombre? Bien podría valerse de mil apellidos de abolengo, haberse codeado con las más a

iferó Fleur antes de golpearl

s se detuvieron al igual que la mirada del Sr. de Castilla sobre los otros dos. El muchacho sabía que todo aquello no

Al momento, Ricarte volvió a la estancia, esa expresión indiferente parecía no a

o ante el paso de una oscura figura femenina que, ignorando su presencia a ojos cerrados y con las ma

sujeto frente a él. No obstante,

ombre,

lo debía llevarle

.. Lu

bre o apellido? -

n absoluto. Sin apellido. Éste está

, cuánto habría deseado qu

ía entre sus mofletes. - Resolveré los últimos detalles con los caballeros. Encárgate del joven Luthe

era natural en él y estudió al muchacho con más atención que antes. Éste

.

ba apareció al cruzar una angosta puerta en el fondo del desván. Estaba ocupada por una cama que abarcaba casi por completo el espacio, una silla de piel de cordero, u

a un pequeño espejo empañado por el frío. Con el índice le inclinó la cabeza hacia el frente y comenzó a cortarle el cabello. Los mechones húmedos caían sobre los hombros y regazo del muchacho, no sin antes dejar un crujido que pudo fragmentar, ese sonido era el resultado de decenas de cacofonías de delgados cabellos siendo cuarteados. Su cuerpo ya estaba casi seco, sólo u

n líquido translucido y denso que olía a grasa podrida y salitre. Algo similar sufrió en el pasado, cuando atado pusieron a una cabra a lamer sus pies cubiertos de miel por un tiempo prolongado, esto hizo

se día con el hábito de inquirir. Éste último se iría haciendo más común conforme el tiempo pasara, atorme

s a su alrededor, rosándole el lado más pegajoso de

que no deba estar al tanto?

no. Esa búsqueda de conocimiento terminará por matar

más que de

lógica que podía sacar de esa bochornosa circunstancia era que tal hombre lo haría pasar por su hijo, esto para que nadie sospechar

riando a un infante, deseando pasar de un salto a la educació

ue se empieza con la crianz

mbros con graciosos movimientos que no parecían tocarle. -Asumo que usted mismo lo

as con atención, no por temor a respon

re me ed

.

o que aún no terminaba de secarse, corto de los lados y ondulaciones arriba; pero lo que más le llamaba la atención, incluso más que el particular tono purpureo de sus ojos, era lo grueso y rosado de sus labios. La postura podía corregirse, el tono de su piel pasaba a ser hermoso luego de superar el impacto inicial de creerlo enfer

.

comida al frente y estando hambriento. Tan inmerso estaba que no notó que en la casa "Cloporte" el mayordomo y la cocinera comían a la mesa con la dama de vestido oscuro y que Car

que su piel pálida y ojos carbonados delineados con alguna tinta hindú hacían resaltar sus labios teñidos de color caoba. Luther mantuvo su atención en ella desde ese preciso instante y hasta la entrada del hombre, primero al creerla una alucinación psicotrópica, cambiando esto en seguida para percibirla como un ente caminante, de apariencia meditabunda y, por último,

-Acompañó con una corta reveren

-

de sus estudiadas manos para tocar la muñeca del primero, buscando sacarlo del estupor y que empezara a comer. No obstante, es

.

más que ese chiste de mal, no llegaría sino hasta la mañana del día siguiente, cuando el señor volviera de atender algunas encomiendas nocturnas. Más temprano que tarde Luther compre

nera, quien encontrándolo absorto frente uno de los ventanales del pasillo principal. Luther asumió que todas las puertas debían esta

olliza dama al aire y al muchacho por igual. -Clavados por alfileres, en camas de terciopelo. -Canturreó tomándol

un sentimiento que no lograba comprender al momento que la mujer

irlo al hambre. -Tomó asiento frente al joven. -No hay que ser un genio para

Sra. Celine, misma que al igual que él no tenía apellido, misma a quien no se había detenido a definir del todo en un primer momento. Ahora reparaba en que sus ojos eran color caoba y su cabello castaño oscuro, que quizá había sido n

a comer, arriesgándose a que su plato estuviera adulterado c

s. -Fue en ese momento que el joven percibió algo en la mirada de la Sra. Celine. Esto hizo que se m

-Aclaró ella. -Aunque intuyo la

la razón de tal comentario. Luego recordó que tr

mo que la hija del señ

o, como si un manto oscuro rodeara la luna; que se percató de que mientras su labio inferior era un poco más grueso que el contrario, la forma en que los relamió luego de tomar de su vaso no abandona sus recuerdos. No podía decir que su roce lo despertó por breves instantes del letargo que parecía llevar consigo donde fuera, tampoco mencionaría qu

ada con los años a través de rasgos de distintas personas, aferrándose a ella para no caer en la locura y el asco. Qué joven y agraciada le parecía aq

más completa. -Sonrió la Sra. Celine apretan

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