de esta idea luminosa, cuando aquella tarde fúi a casa de la tía abuela del señor Wopsle, dije a Biddy que tenía mis razones para emprender la vida por mi cuenta y que, por consiguie
a tía abuela del señor Wopsle puede s
. Este ejercicio mental duraba hasta que Biddy se precipitaba contra todos y distribuía tres Biblias sin portada y de una forma tal que no parecía sino que alguien las hubiese cortado torpemente. La impresión era más ilegible que cualquiera de las curiosidades literarias que he visto en mi vida entera; aquellos libros estaban manchados de orín y entre sus hojas había aplastados numerosos ejemplares del mundo de los insectos. Esta parte de la enseñanza se hacía más agradable gracias a algunos combates mano a mano entre Biddy y los alumnos refractarios. Cuando se habían terminado las peleas, Biddy señalaba el número de una página, y entonces todos leíamos en voz alta lo que nos era posible y también lo que no podíamos leer, a coro y con espantosas voces; Biddy llevaba el compás con voz aguda, fuerte y monótona, y, por otra parte, ninguno de nosotros tenía la más pequeña noción ni
a cumplir nuestro convenio, comunicándome algunos conocimientos procedentes de su pequeño catálogo de precios, bajo el epígrafe de Azúcar y prestándome, para que la copiara
me había mandado con la mayor severidad que aquella tarde, al salir de la escuela, fuese a bucar a mi amigo a Los Tres Alegres Barqueros para ha
una, acerca de cuyo pago yo sentía bastantes dudas. Aquella lista siempre estuvo allí, a juzgar por mis recuerdos más remotos, y había crecido bastante
arle las buenas noches y pasé a la sala general, situada al extremo del corredor, en donde ardía un buen fuego en la cocina. Encontré a Joe fumando una pipa en compañía d
le. Tenía una pipa en la boca, y la separó de sus labios despidiendo al mismo tiempo el humo; luego me miró fijamente y volvió la cabeza como si quisiera saludarme. Yo le correspondí
or; mucha
és de mirar a Joe y viendo que no nos prestaba atención, volvió a mover la cabeza, mirándo
iéndose a-Jqouee se dedica a la profesión
eber, señor...? Ignor
bre, y el desconoc
ber, señor Gargery? Yo
í he de decirle la verdad, no tengo
tum- cborentestó el desconocid-o,
si quiere bebe
iero desairar-l
extranjero-. ¿Y
n- dijo el s
tó el desconocido llamando
sentando al señor Wo-peslehombre
o sacr
damente y mirándome aslmmoi tiemp
odeada de tumbas
s- cont
o, como si lo dirigiera a su pipa,
rodeaba la cabeza, de manera que no se le veía el cabello. Mientras miraba al fuego
olls, pero me parece que hacia e
r siempre los ma
tedes por allí con frecuencia
vez en cuaondun penado fugitivo.
o es verdad,
e antiguas incomodidades, dio s
usi
en ustedes perseglugiudnoaa
ó Joe-. No porque a nosotros nos
mpañaron el señor Wopsle
í,
cerrando aún más su ojo, como si
i
ama usted a
conte
izaron con
e ningú
un a
amiliar que se dl io cuando era
al
s su
o, no porque hubiese necesidad de
era reflexionar profundamente todo cuant
preguntó el
cia, con la misma inten-s. iCdaodmo no quiero
el desconocido, con interés qu
actamente qué grados de parentesco femenino impedían contraer matrimonio. Así, expuso el que había entre Joe y yo. Y como había tendido la m
dice e