ante un armario abierto del que iba sacando algunas cosas. Se había anudado con prisas sus cabellos, ahora escasos, pero u
volvió hacia la puerta, intentando en vano ocultar bajo una expresión
a de separar sus cosas y las de sus niños para llevarlas a casa d
tarle, devolverle, aunque sólo fuese en parte, el dolor que él le había causado. Pero mientras se decía que había de marchar, recon
ir en otra. Ya el más pequeño había experimentado las consecuencias del desorden que reinaba en la casa y había enfermad
e; pero se engañaba a sí misma fingiend
o se volvió para mirarle hasta que lo tuvo a su lado. Su cara, que quería o
rmuró él, co
misa y dolorida, pero, a pesar de todo, se le veía rebosante de sa
bio yo! ¡Ah, esa odiosa bondad suya que tanto
músculo de su mejilla d
untó con voz rápida y pro
l con voz insegur
ta? No pienso recibir
o que la rec
la, como si aquellas exclamaciones le
eo, en tanto que leía el periódico y tomaba el café. Pero al contemplar el rostro de Dolly, cansado y dolorido, al oír su
ró. No pudo decir más, ahogada la voz por u
años que llevamos juntos merecen que olvidemos los momentos de... Dolly bajó la cabeza,
ntos de ceguer
de su mujer volvieron a contraerse, como bajo el efecto de
oz todavía más estridente– y no hable
en el respaldo de una silla. El rostro de su marido parecía habers
lpa tienen ellos? Yo sí soy culpable y estoy dispuesto a aceptar el castigo que merez
se sintió invadido, por su mujer, de una infinita compasión. Doll
que ya están perdidos –dijo ella, al fin, repitiendo una frase que, seg
ocido, y se adelantó para cogerle la mano, per
ía todo lo posible para s
sado – continuó, levantando la voz–, dígame: ¿cómo es posible que sigamos viviendo juntos? ¿Cómo puedo v
be hacer? – repuso él, casi sin saber lo q
pugna usted –gritó Dolly
za ni sentimiento!... Le veo a usted como a un extraño, sí, como a un extraño –
rostro. No comprendía que lo que provocaba la ira de su mujer era la l
ia y no me perdonar
le, terribl
taciones. Daria Alejandrovna prestó oído y su rostro se dulcificó repentinamente. Permaneció un
cómo ha cambiado de expresión al oírle gritar. Y s
na palabra más –d
pan que es un villano. Yo me voy ahora mismo de casa. Continúe u
dando u
se secó el rostro y lentament
llano, amante... –se dijo, recordando las palabras de su mujer– . ¡Con tal que no la hayan oído las criadas! ¡Es terrible! » ,
de aquel alemán calvo, tan puntual, decía que se le había dado cuerda a él para toda la vida a fin de que él pudiera darle a su vez a los relojes, y s
también ese chiste
ción para Ana Arkadievna.
bien,
puso la pelliza y se en
casa? –preguntó Mate
sto –dijo Oblonsky, sacando diez
arreglar ––dijo Mateo, cerrando la por
preocupaciones domésticas que la rodeaban apenas salía de allí. Ya en aquel breve momento que pasara en el cuarto de los niños, la inglesa y Matrena la habían preguntado acerca de var
smo sitio donde antes había hablado con su marido, se retorció las manos cargadas de sortija
a. «¿Cómo acabará el a
la? Debí habérs
sa, hemos de vivir como extraños el uno para el otro. ¡Extraños para siemp
erido! Y ahora mismo: ¿no le quiero, y ac
nto porque Matrena Filimonov
jo–. Si no, tendré que preparar yo la comida, no sea que los n
ue se haya de hacer. ¿Habé
las preocupaciones cotidianas, aho
ra perezoso y travieso, por lo que salió
de un Tribunal público de Moscú. Había obtenido aquel empleo gracias a la influencia del marido de su herman
manos o hermanas, primos o tíos, habría conseguido igualmente aquel cargo a otro parecido que le permitiese ganar los seis mil
oderosos de este mundo. Una tercera parte de los altos funcionarios, los antiguos, habían sido amigos de su padre y le conocían a él desd
argos, arrendamientos, concesiones, etcétera– eran amigos o par
lo cual le era fácil gracias a la bondad innata de su carácter. Le habría parecido increíble no encontrar un cargo con la retribución que nece
que se sentían inclinados hacia él incluso por su arrogante presencia, sus brillantes ojos, sus negras
clamaba al verle aparecer, casi
una conversación con é
n día y otro, cuando le veían, volví
n su oficina eran, ante todo, su indulgencia con los demás –basada en el reconocimiento de sus propios defectos– y, después, su sincero liberalismo. No aquel liberalismo de que hablaban los periódicos, sino un liberalismo que llevaba en la sangre, y que le h
particular, seguido del respetuoso conserje, que le llevaba
o de costumbre, Esteban Arkadievich estrechó las manos a los miembros del Tribunal y se se
es de la llaneza oportuna y la seriedad prec
, y le habló con el tono de familiaridad que intro
esitábamos de la administración provinci
adievich, poniendo la mano sobre ellos–. ¡Ea, s
chaba el informe, « qué aspecto de chiquillo travieso cogido
ntras escuchaba la l
as dos, en que se abría u
del tribunal, sentados bajo el retrato del Emperador y los colocados bajo el zérzalo4, miraron hacia la puerta, satisfecho
rindiendo tributo al liberalismo de los tiempos que corrían, encendi
eado Nikitin y el gentilhombre d
tiempo de terminar el asunto
nte –afirm
Grinevich refiriéndose a uno de los que estaban c
tender a Grinevich que no era conveniente e
ró mientras trabajábam
ndo un descuido mío. Preguntó por usted. Le dije qu
nde
antesala. No lo podía sa
espaldas, con la barba rizada, el cual, sin quitarse el gorro de pi
bajo el brazo, miró con severidad las piernas de aque
u rostro, resplandeciente sobre el cuello bordado del u
. ¿Cómo te dignas venir a visitarme en esta «covachuela» ? –dijo abrazando
–contestó Levin con timidez y mirando a la
blonsky, que conocía la timidez y
ó tras de sí, como si le abriera
ministros, comerciantes y generales. De modo que muchos de los que tuteaba se hallaban en extremos opuestos de la
ubordinados se encontraba con uno de aquellos «tús», como solía llamar en broma a tales amigos, de los que tuviera que a
a que su amigo pensaba que él tendría tal vez recelos en demostrarle su in
juventud. No obstante la diferencia de sus inclinaciones y caracteres, se querían como suelen quererse dos amigos de la adolescencia. Pero, como pasa a
no había podido reprimir una sonrisa burlona al ver a Levin. Varias veces le había visto en Moscú, llegado del pueblo, dond
e irritado contra sí mismo por su torpeza y expresando generalme
ky y su trabajo, que le parecían sin valor. La diferencia estribaba en que Oblonsky, haciendo lo que todos los demás, al
ltando el brazo de su amigo, como para indicar que habían concluido los r
Grinevich, una mano de afilados y blancos dedos y de largas uñas curvadas en su extremidad. Aquellas manos surgiendo de los puños de
e dio cuen
ose a Levin–: una personalidad de los estados provinciales, un miembro de los zemstvos5, un gran deportista, que levanta con una sola
n conocerle –d
Sergio Ivanovich – aseguró Grinevich,
unque apreciaba mucho a su hermano de madre, célebre escritor, le resultaba intolerable q
irigiéndose a Oblonsky–. Me peleé con
cansado! ¿Como ha sido eso? –
e la contaré –replicó Levin. Pero
oy ni bastante viejo ni bastante joven para divertirme jugando. Por otra parte –Levin hizo una pausa– ... es una manera que ha hallado la coterie7 rural de sacar el jugo a las provincias. Antes h
eva, y esta vez conservadora –dijo Oblo
asunto... – repuso Levin mirando con aversión la ma
ntó a Levin, mirando el traje que éste vestía, seguramente cortado
n darse cuenta, sino como los niños, que al ruborizarse comprenden lo ridíc
esión pueril en el rostro varonil a intelige
reguntó Levin–. Necesito ha
te Gurin –dijo– y allí hablare
pensarlo un momento–. Ante
aremos juntos
tengo nada especial que decirte. Sólo pregun
palabras ahora y ha
– ... De todos modos, n
ritación provocada por los esfuerzo
bazky? ¿Siguen sin noved
s que Levin estaba enamorado de su cuñada Kitty, sonrió
o yo en dos palabras no lo puedo cont
bre sus jefes en el conocimiento de todos los asuntos– entró y se dirigió a Oblonsky llevando unos documentos y, en forma de pregun
una sonrisa. Y tras explicarle la idea que él tenía sobre la solución del asunt
rado completamente de su turbación, y en aquel momento se hallaba con las
prendo, no
repuso Oblonsky sonriendo
extravagancia de
, encogiéndose de hombros–. ¿Es p
r qu
í no hay na
tú. Estamos abru
eramente, tienes aptitudes pa
quiere
loso de tener un amigo tan importante... Pero no has contestado aún a mi pr
y, tengas tus músculos y la lozanía y agilidad de una muchacha de doce años. ¡A pesar de todo ello acabarás por pasarte a nues
–preguntó, con
charlaremos. Y en concreto, ¿q
ién después – respondió Levin,
–dijo Esteban Arkadievic
cinco. Kitty estará patinando. Ve a verlas. Yo me re
Hasta lue
ien: eres capaz de olvidarla o de marcha
, n
que no había saludado a los amigos de
rácter –dijo Grinevich
. ¡Es un mozo con suerte! ¡Tres mil hectáreas en Karasinsky, jov
se quej
! –respondió Oblonsky,