img El amor en la sociedad rusa de finales del siglo XX  /  Capítulo 5 Capitulo 5 | 55.56%
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Historia

Capítulo 5 Capitulo 5

Palabras:5238    |    Actualizado en: 15/05/2023

l una expresión particular, una especie de alegría radiante y contenida q

ando órdenes a los camareros tártaros que, vestidos de frac y con las serv

onserva, y dijo a la cajera francesa, toda cintas y puntillas, algunas frases que la hicieron reír a carcajadas. En cuanto a Levin, la vista de aquella francesa, que parecía hecha toda ella de cabellos postizos y de po

más ahínco seguía a Oblonsky y que era un hombre grueso, viejo ya, con los faldones del frac flotantes bajo la ancha

on otro y colocada bajo una lámpara de bronce. Luego acercó dos sillas t

ando ó

de él dentro de poco. Ahora lo ocupa el príncipe Gali

mba, o

kadievich

poniendo el dedo sobre la carta. Y su

buenas las ostr

celencia. De Oste

ean de Flensburg,

os recib

os por las ostras

me gustaría sería el schi y la kacha

preguntó el tártaro, inclinándose ha

y tengo apetito. –Y añadió, observando una expresión de descontento en el rostro de Esteban A

res de la vida –repuso Esteban Arkadievich–. Ea, amigo: tráenos primero l

¿no? –corrig

le la satisfacción de menci

, con la salsa muy espesa; luego... rosbif, pero qu

con los nombres de la cocina francesa, no quiso insistir, pero se tomó el

a Beaumarchais, poularde à l'e

orte, cambió la carta que tenía en las manos

é be

so un poco de... cha

? Pero bueno, como tú q

ta b

anc –dijo

las ostras. Lu

encia. ¿De v

ero no: vale más e

rá Su Excele

ma. ¿O pref

–dijo Levin, sin pode

cia atrás, y cinco minutos más tarde volvió con una bandeja llena de ost

colocó la punta en la abertura del chaleco y, apoyand

un tenedorcito de plata y las engullía una tras otra–. No están mal –

ría preferido queso y pan blanco, pero

iado el vino espumoso en las finas copas de cristal, contempló con visib

reguntó éste a Levin–. ¿O es

ente del restaurante, que contrastaba tanto con su estado de ánimo de aquel momento. No, no se enc

a impresión de que aquello había de mancillar los

puedes figurarte la impresión que le causan estas cosas. Es, por eje

e Grinevich te impresionaron

do que nos permitan trabajar más cómodamente; por eso nos cortamos las uñas y a veces nos remangamos el brazo... En cambio, aquí la gente se deja cr

ievich sonrió

so un trabajo rudo, que s

le

nosotros los del pueblo procuremos comer deprisa para ponernos en seguida a trabajar otra vez

fin de la civilización consiste en c

prefiero ser un salvaje. –Eres un salvaje s

avergonzado y dolorido. Arrugó el entrecejo. Pero ya O

.? – agregó, separando las conchas vacías y acercando el q

in–, aunque creo que la Prin

Yo también pasaré por allí, pero antes he de estar en casa de la condesa Bonina. Hay allí un coro, que... Como te decía,

ólo sé una cosa: que haces siem

lentamente, pero con agitación–, pero si lo soy, no es

rumpió su amigo, mirándo

es enamorados por los ojos –declaró Esteban Arkadievic

o tienes ya

ngo sólo el presente, y este present

Y

no todo se puede explicar –dijo Esteban Arkadievich–. Cambia los p

ando fijamente a su amigo, sin apartar

ersación sobre ello... Juzga por mis palabras si lo a

oz trémula, sintiendo que todos los músculos de s

e su copa de Chablis sin

aría otra cosa. Creo que es

e refieres? –repuso su amigo, clavan

o. ¿Por

? Dime todo lo que piensas. ¿No me es

o Esteban Arkadievich, obse

esto fuera terrible

terrible en esto. Toda muchacha s

ero ella no

do estaban divididas en dos clases: una compuesta por la generalidad de las mujeres, sujetas a todas las flaqu

lsa! –dijo, deteniendo la mano d

ero impedía, con sus preguntas, que

e hablado de ello. Con nadie puedo hablar, excepto contigo. Aunque seamos diferentes en to

sky con una sonrisa– . Te diré más aún: mi

e sus relaciones con ella y, tr

cimientos... sobre todo si se trata de matrimonios... Por ejemplo: predijo que la Schajovsk

ecir,

o, sino que asegura que Kitty

iluminó con una de esas sonrisas tras de las q

que tu esposa era una mujer admirable. Bien; ba

pero s

sos por la pequeña habitación, pestañeando con fuerza para domin

a superior a mí que me lleva a Kitty. Me fui de Moscú porque pensé que eso no podría ser, como no puede ser que exista felicidad en

qué te

tá aquí, ¡y hasta de él me había olvidado, como si creyera que también él era feliz! ¡Es una especie de locura! Pero hay una cosa terrible. A ti puedo decírtela, eres casado y conoces estos sentimientos... Lo terrible es

i de pocos pecados

ida, siento asco, me estremezco y me

El mundo es así –dij

e que siempre me acuerdo: «Perdónanos, Señor, no según nuestros mer

vino de su copa

cirte –indicó, al fin,

Vronsky? –N

que acudía siempre para llenar las copas en e

uno de tu

e Vronsky? –p

il que inundaba su ros

aviesa y d

í allí. Él iba a la oficina para asuntos de reclutamiento. Es apuesto, inmensamente rico, tiene muy buenas relaciones y es edecán de Estado Mayor y, ademá

do las cejas, g

e que está enamorado de Kitty hasta l

omprendo nada ––dij

ano, pensó en lo mal que

–dijo Esteban Arkadievi

que sé. Pero creo que en un caso tan deli

ido, se recost

sunto lo antes posible –dijo Obl

o su copa–. Me emborracharía. Bueno, ¿y cómo van tus

l asunto lo antes posible; pero no hoy. Vete mañana por la maña

ar en mis tierras –––dijo Levin–.

lmente herido en sus más íntimos sentimientos por lo que acababa de saber sobre las pretensiones ri

o lo que pasaba en el

ual gira todo. Mis cosas van mal, muy mal. Y también por culpa de ellas. Vam

no. –¿De q

ue estás casado, que amas a tu

Sería como si, después de comer aquí a gusto,

n Arkadievich bril

que el pan huele tan bien q

nn itch bezwungen M

gelungen Hatt' ich au

an Arkadievich sonrió maliciosamente. Lev

ola en el mundo y sin medios de vida que me lo ha sacrificado todo. ¿Cómo voy a dejarla? Suponiendo que nos separemos por con

. En fin: nunca he visto esos hermosos y débiles seres caídos, ni los veré nunca; pero de los que son como esa franc

ices de la d

elio, nadie recuerda más que esas palabras. De todos modos, no digo lo que pienso, sino lo que siento. Aborrezco a las mujeres perdidas. A ti

mano izquierda tira detrás del hombro derecho los asuntos difíciles de r

ntras con que no puedes amar a tu esposa con verdadero amor, por más respeto que te inspire. ¡Si entonces apa

n so

Oblonsky–. Y entonces, ¿qué

adievich se

poya más que en sus derechos, en nombre de los cuales te exige un amor que n

proceder? ¡Es u

o, otros el otro. Y los que profesan el amor no platónico no tienen por qué hablar de dramas. Es un amor que no deja lugar a lo dramático. Todo el drama consiste en unas palabras: «Gracias por las satisfacciones que me has propor

as razón... Bien puede ser. Per

d no es así. Tú, por ejemplo, desprecias la actividad social y el trabajo oficial porque quisieras que todo esfuerzo estuviera en relación con su fin, y eso no sucede en la vida. Desearías que la tarea

ijo. Pensaba en sus asunto

–, cada uno pensaba en sus cosas exclusivamente y no se preocupaba para nada del otro. Oblonsky había experimentado más de una vez es

itó, saliendo a

a artista y su protector. Halló así alivio y descanso de su conversación con Le

to por vodkas, Levin –que en otro momento, como hombre del campo, se habría horrorizado de aquel

casa para cambiar de traje a ir a la de los S

ada en que la habían presentado en sociedad, donde obtenía más éxitos que los que

taban enamorados de Kitty, sino que en aquel invierno surgieron dos proposicione

entes muestras de amor hacia Kitty motivaron las primeras conversaciones formales ent

s, la Princesa respondía que Kitty era demasiado joven, que nada probaba que Levin llevara intenciones serias, que Kitty no sentía inclinación hacia Levin y ot

damente, la Princesa se alegró y dij

mo yo te

ún, y se afirmó en su opinión de que Kitty debía

as y raras, por su torpeza para desenvolverse en sociedad, motivada, a juicio de ella, por el orgullo. Le disgustaba

si, declarándose, el honor que les haría no sería demasiado grande. ¿No comprendía, acaso, que, puesto que visitaba a una familia donde había una joven casadera, era preciso

nteligente, noble, con la posibilidad de hacer una brillante carrera militar

visitaba la casa... No era posible, pues, dudar de la formalidad de sus intenc

a de antemano, llegó, conoció a la novia y le conocieron a él; la tía casamentera informó a ambas partes del efecto que se hab

complicaciones, o así al men

Fueron muchas las caras que se vieron, los pensamientos que se tuvieron, los dineros que s

edad su hija menor, se

res, el viejo Príncipe era muy celoso del honor y pureza de sus hijas, y sobre todo de Kitty, su

es de la alta sociedad habían cambiado y sus deberes de madre se habían hecho más complejos. Veía a las amigas de Kitty formar sociedades, asistir a no se sabía qué cursos, tratar a los hombres con l

e se lo había dicho a la Princesa. La costumbre francesa de que los padres de las muchachas decidieran su porvenir era rechazada y criticada. La costumbre inglesa de dejar en plena libertad a las chicas tampoco

o sabía nadie. Aquellos con quienes la Princesa

se casan son las jóvenes, no los padres. Hay que dejarlas, pues, en libe

ue no la amara o que no le conviniera como marido. Tampoco podía aceptar que las jóvenes arreglasen su destino por sí mismas. No podía admitirlo, como no podía admitir que

ro se consolaba con la idea de que Vronsky era un hombre honorable. Reconocía, no obstante, cuán fácil era trastornar la cabeza a una joven cu

mazurca, y aunque tal conversación calmó a la Princesa, no se sentía tranquila del todo. Vronsky había dicho a Kit

llegue de San Petersburgo com

suponiendo que ella estaría contenta de la elección de su hijo, y comprendía que el hijo no pedía la mano de Kitty por temor a ofender a su madre si no la

ía separarse de su esposo, pero, de todos modos, la inquietud que

po atrás cierta simpatía hacia Levin, rechazara a Vronsky en virtud de escrúpulos exagerados. En resumen: consi

tó la Princesa a su hija, refiriéndo

y,

una cosa... ––em

su madre, Kitty adivi

cia ella–. Le pido, por favor, que no me

pero los motivos que inspiraban

rte que si das es

iga nada, por Dios. Me

os ojos de su hija–. Sólo quiero que me prometas una cosa, vi

cara–. Pero hoy por hoy no tengo nada que decirte... Yo... Yo... A

contento. La Princesa sonreía, además, ante aquello que a la pobre muchacha l

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