o apenas lo dejaba razonar. Dio, con mucho esfuerzo, unos pasos dejando que el olor más delicioso que había tocado sus fosas nasales lo embriagara. La bestia dentro d
paldas ya llegó, está listo pa
do de un gran estante de libros. Se lo imaginó más alta,
saliva junto a diminutos restos de sangre. Sus piernas, bien torneadas y definidas por la presencia de ejercicios. Lo que más le robó la atención fue su cabello rojo cobrizo c
siera la camisa por fuera del cinturón para que no se delatara el estado en que estaba. Aunque el hecho de
a línea recta, muestra de un carácter enérgico, su nariz pequeña y delicada y esas pecas prácticamente invisibles en su piel blanca, que solo su vista lobuna logra
de nuevo en su libro mientras caminaba hacia su buró– Me pregunto
... dejaba mucho que desear. A su lobo no le importaba ese hecho, aunque analizando su carácter dominante sería divertido verl
mismo. Lamió los caninos dentro de su boca. Su lobo quería enterrarlos en esa piel suave y cremosa. Pero ahí estaba
sentía le eran totalmente ajenos a él. No sabía
Hacía años, las hembras de su especie habían sido cazadas por un grupo de investigadores que aún seguían per
buscando el consuelo en los brazos de la muerte. Después del suceso las probabilidades de encontrar a
ener la especie con vida fue relacionándose con las mujeres humanas. Por suerte y después de un estudio, ciertas hembras dab
s esperanzas hacía tanto que no se había actualizado con el tema. Tendría que preguntarle a
–su voz lo acarició como un suave terciopelo,
asistió y lo
iagado y si seguía así no respondía por sus actos, no tanto por su lado racional, como su f
nerse en sus ojos, fríos como un bloque de hielo. La situación le dio gracia, aquel pequeño cuerpo no le tenía ni una pizca de miedo,
pre que había puesto su semblante más aristocrático había tenido a la persona arrodillada frente él, pero este nuevo guardaespaldas necesitaría entrena
na, apréndetelo de memoria sin
rren logró articular palabras después de poder calmar sus can
as cómo funciona el proceso. Normalmente te lo dar
ventivas nunca
a –replicó con
r por si había algo nuevo– Espero que Allen te haya explicado los horarios, soy
a al parecer lo hizo reaccionar, de una forma inusual, para su gusto, pues lo vi
tar sentado tampoco lo hacía ser menos, sus anchos hombros cubiertos por l
sinterés, pero podía sentir la atmósfera dominante alrededor de él. Sus manos cruzadas sobre los muslos, más gruesos que
el final de la espalda. Tuvo que tomar una respiración larga y pausada y cerrar
scientemente a aquel hombre. La sangre comenzó a hervirle, mas no de deseo. Frunció el ceño e hincó las uñas en la suave piel de sus manos, el dolor le hizo reaccionar, end
leado no le había quitado la mirada de encima, y a cada rato lo descubría lamiendo, con discreción, el borde de sus labios. Se
labras con Allen m