ta para después de cada transformación, donde las prendas nunca salían ilesas. Podía
omo beta. Aunque solo era 57 años mayor que él, el hombre era todo un genio en el arte de la guerra, no creía q
etar el borde de la meseta para mantener en control su cuerpo. Su respiración se atragantó en sus pulmones. Sintió su miembro a punto de explotar de la excitació
ta tenía razón, tenía que apresurar el reclamo o no tenía idea de lo que pudiera ocurrir. Su lobo arañaba el interior d
ero su cuerpo se negaba a desistir y su miembro tenía vida propia. No le quedó más remedio que aliviarse con su mano. No supo si era por ser la casa de él o el olor impregnado en c
pensó apoyado en la húmeda pared de la bañ
os cerrados, una vez salió. Como un imán se acercó sigiloso, como una fiera tras su presa, evitando despertarlo. Se detu
edicamento para descansar, y por la cantidad que q
geramente rozando s
r, aún estaba sensible. El chico, en cambio, no se movió. La única ra
y aumentando el contacto sobre su piel, pasando sus dedos hasta
seco. Sin poder contenerse pasó el brazo por el respaldar del sofá calzando su peso, y acercó sus labios
u cabeza amoldándose a él. Saboreó cada centímetro de la tierna carne con la suya y los repasó con la punta de su lengua. Con su m
su pareja, y sabía que no había forma que se cansara de él. Enroscó su lengua con la de él inclinando más su cabeza, arqueando la de él per
anta y sonrió complacido. La piel de él había aumentado ligeramente la temperatura. Llevó su palma hasta el bulto formado sobre el cami
ndo con la mesa incapaz de mantener el equilibrio, se aguantó de la butaca para no caer. Se pasó la m
s ya no eran humanas, sino largas y filosas y los colores delante de él se habían distorsionado a t
ía idea de que co
areja y bloqueando todos sus sentidos la cargó y la depositó en su cama. Necesitaba sacarlo de su vista por la seguridad de ambos. El olor de la habitación lo abrumó nuevamente y tuvo que salir casi corriendo para no reclamarlo en su propia