Después de la llamada, Hadriel se dirigió a su empresa, Sísifo. Allí, fue recibido como una verdadera divinidad. Los empleados lo saludaban con respeto y admiración; su presencia infundía una mezcla de temor y reverencia. Había solicitado una reunión ejecutiva urgente, consciente de que había asuntos pendientes que requerían su atención inmediata.