inundaran de lágrimas. No soportaba más intrigas. Quería encontra
do. Pero para ubicar la carta debía conocer las razones q
l día en que desapareció su hermano, en vista de que él no regresaba ni daba señales de
omo su hermano seguía sin com
tro y le pidió que entrara, así
ía consumido. Las manos le temblaban y los ojos los tenía dila
lo, ella comprendió que las drogas le creaban ilusiones, por eso, intent
lanzó contra el suelo para inmovilizarla con su cuerpo y evitar
perseguían, sino su necesidad por Elen
, mordió y arañó, pero nada le fue efectivo. Le
le introdujo una bola de papel en la boca y le colocó su anch
jaron sin energías. Leandro aprovechó su debilidad y la soltó para inc
retomar el control, pero en medio de la lucha ella pudo sentir algo duro y frío q
as sombras que lo rondaban, lo
ella logró sacarla y s
blorosa puesta sobre el mango del puñal
ió a vestirse. Sus ojos miraron con frialdad
iega por la cólera, y con el cuerpo magullado y vejado
calle lateral de la empresa y pensó que podrí
rojo escapó por el estacionamiento a toda v
ro, pero una punzada en el pecho la alertó: si ella los había escuc
las lágrimas marc
, ¿qué
lorando como una cría. Dejó las tazas con el café en una mesita auxili
se episodio no podía evitar sentir miedo. Imaginaba que en cualqu
e haré daño mi niña,
arrulló con canciones de cuna. Poco a poco Elena se rela
que te sucedió? -le pregun
iero h
a suspi
mejor que te saques ese dolor del alma. N
le sucedía: el dolor, la intriga y los secretos le es
ncontrar la carta y acabar con aquella situación. Cuando e
se limpió los ojos par
ir -dijo con
, Ele
to irme. Luego ven
-consultó Bet
o de Leandro. Quizás él pueda dar
ró con los ojo
l sepa algo d
muy bien en qué problemas estaba metido su hermano, seguramente co
rla Betsaida cuando la ch
No quería volver a mezclarme con esa gente, los
eguntó la mujer c
sí misma. Por poco quedaba en evide
para no meter a otros en ese problema, pero necesitaba con urgenci
rta -pidió con las lágrim
e cumplir con su exigencia, sintiéndose impote
ta a buscar a Jacinto Castañeda. Confiaba en que ese hom