en maravillosa deleitó mis ojos: Jazmín sobre la cama, piernas abiertas, falda levantada, camisa que se desprendía lentamente y una sonrisa algo maquiavélica. Mi cuerpo
ido ese efecto ta
abajo para que terminas
ue nos habíamos dormido con toda la ropa puesta; y me q
iera habíamos comprado el diario. Había tenido miedo de que alguien nos reconoci
do todo? ¿Si nadie nos está
tranquila
ndí su in
dés? ¡Te digo que
o querés decir! ¡Yo
lo que sabés
. Trabajaba para gente muy pesada. Tienen a
s ojos y
a m
dos los bares de la capital sin trabajar para nadie? Para mal, éste er
mé consciencia de
estar tan tran
tomó un momento
ueden hacerm
as cejas
s miedo de q
con todo. Pensaba tirarme de un quinto piso o a
antes de
ra te ma
estuve li
r dos o
res minutos. Tendría
, se me quedó viendo. Sentí que su
as miedo
sidencia del difunto General Urquiza, quien gobernó la provincia de Entre R
un complejo de habitaciones que rodeaba por completo un patio, pinturas en casi todas las paredes y pequeñas camas en cada habitación. El guía
etisa. Sólo estoy en
ico chiste que hiz
n un cuarto y se arrojó sobre una de las camas. Era gracioso verla así, descansando en un relicto de hace siglo y medio vistiend
, so
ecidimos irnos antes de ser acusados de dañar propied
ar, nos llevaron a visitar el lago artificial que Urquiza se había hecho construir. La mitad de su orilla estaba rodeada de vegetación. En un descuido, me acerqué al agua y Jazmín me empujó. No me mojé por completo, pero sí lo suficiente para que ella largase una fuerte car
entinamente que estábamos solos. Todos los demás habían abordado la camioneta.
ron en el centro, cerca del bar donde habíamos estado dos noches atrás. Caminamos lentamente
nuestra cabaña. La saludamos, nos dirigió una mirada grave y s
hablar en
aminó hacia la oficina de recepción. Yo du
Esp
uvo y
er alguien
milímetros que habíamos encontrado en el Dodge. Me asusté de sólo pe
iraba intermitentemente hacia un pasillo, com
solas –dijo la mujer–
ada en el pasillo, incluyendo una mujer que barre, podía escuchar lo que uno decía. La anciana nos contó cómo s
ban esta mañana. Lo si
decir algo
e llaves y me lo extendió. La pobre se llevó un susto tremendo. Le hice un gesto a Jazmín y ella bajó el arma
é me da l
Si hubieran sido policías de verdad, de los que sólo hacen su trabajo, se hubieran llevado el auto. Un procedimiento normal. Pero estos hombres p
Jazmín
raron. Tenían sus fotos, y querían saber dónde es
ió, pero ni un músculo
irnos –fue to
la an
versación que tuvimo
en un lugar tan pacífico como éste. Y tem
rió y la anciana
allí durante unos años, cuando mi Pedro se hizo policía. No le
qué nos
ablando como si n
iento si no se le ordena!" le dijeron, y el traficante quedó libre. Días después, Pedro vio al comisario y al transa bebiendo juntos en un bar. Recibimos varias amenazas por aquéllos días. Yo no soy quien para juzgarlos. No
a J
que usted
ió y se encog
unos crimin
me m
s q
somos –me co