e estaba ocurriendo en la habitación. Lázarev decía algo, su voz me llegaba, pero parecía lejana, como si estuviera en otro mundo. Hablaba, hablaba, interminablemente. Sus palabras fluía
, por eso seguía hablando, llenando el vacío. Pero sus palabras no me tocaban. N
a él, sacándome de mi ensimismamiento, como si
? -pregunté de repente, interrum
do una respuesta. Mis palabras fueron bruscas, demasiado inesperadas, como si lo estuviera poniendo a p
a, como si intentara suavizar mis expectativas-. Un par de árboles -cerezos, ciruelos. Y u
ojos buscaban ansiosamente mi reacción. Yo todavía no apartaba la
pero en mi voz se deslizó un ras
or su rostro, pero rápidam
con seguridad, acercándose un poco más. Su voz se volvió aún más suave, como si inte
, su gesto fue cauteloso,
r soportando cómo las sábanas húmedas, retorcidas en cuerdas, caían sobre mi cuerpo por cualquier falta: por un ataque de histeria, por lágrimas, por gritos. Era su forma de disciplina. Pero, ¿qué tipo de disciplina es esa que deja cicatrice
an nada. Aquí cada paso podría ser otro error por el cual me castigarían. Nadie quería escuchar los gritos, nadie escuchaba. Los enfermeros actuab
trictas. Cuando una chica, bastante joven, de repente entró en histeria en el comedor, la tiraron al suelo, le retorcieron los brazos a la espalda y la arrastraron como a un animal. Luego la
temblaban cuando se sentaba a la mesa. Un día vi cómo se le cayó la cuchara al suelo. Parecía una simple tontería, pero el enfermero que estaba cerca se acerc
debía someterse, rendirse, volverse sin palabras y sin emociones, estaba diseñado con una precisión me
r temiendo cada mirada, cada movimiento, cada palabra de más. Incluso los otros pacientes, cuyo estado mental era evidente, me aterrorizaban. Sus murmullos, sus movimientos caóticos, sus rostros torc
ese momento, no sabía qué esperar. Estaba preparada para que retirara su mano, para que ese gesto no fuera una invitación, sino solo una muestra de cortesía. Pero algo en ese instant
s ideas pasaron como un rayo por mi mente, llenándome de pánico. Desesperadamente, apretaba su mano, temiendo que en cualquier momen
ión correcta. Salimos juntos por la puerta, mano en mano, y fue una sensación tan extraña y nueva que casi perdí el equilibrio. Era
uro, que se movía de un pie al otro, como si revisara sus zapatos o simplemente se aburriera esperando. Mi corazón empezó a
Con una señal silenciosa de Lázarev, aquel hombre enorme me colocó suavemente una chaqueta ligera sobre los hombros. La suave tela cayó ligera
comodidad, a calidez, algo que hacía mucho tiempo había olvidado. Cerré los ojos por un momento, inhalando ese aroma, y sentí cómo l
a mano salvadora de Lázarev. Me aferraba a ella como si fuera el único lazo con este mundo, más que solo un gesto de apoyo. La chaqueta que me
na de las ventanas vi a Bor'ka, que me miraba a través del vidrio. Era como el fantasma de ese lugar, y sentí un impulso de hacerle un gesto que lo dij
lujoso coche salió de la carretera principal en dirección a un barrio exclusivo, ya no me quedaron dudas de que ganaba lo suficiente como para
a idea de que siempre pensé que las personas con dinero tendían a ser ostentosas y excesivas. Especialmente cuando entras en una urbanización exclusiva, donde el lujo emana de cada ventana y cada casa parece un pequeño
rillo marrón oscuro, que se integraba discretamente en su entorno. La observaba y no podía deshacerme de la sensación de que esta casa había sido diseñada para no llamar la atención. Sin exc
persona común. Había una extraña disonancia: por un lado, la simplicidad de la casa; por
ciopelo, ni oro, ni enormes lámparas de araña de cristal. Todo parecía sencillo, casi austero. Los muebles eran funcionales, nada de adornos inn