se volvía más denso, cargado de tensión. Se detuvo a unos pasos de distancia, como si me estuviera estudiando, observando, intentando ver algo que yo no alcanzaba a comprender. Una ola de ansiedad
a Angelina Aleksándrovna, como si esperara alguna señal de confirmación o apoyo. Ella simplemente se encogió de hombros, indifere
que me mire
a soltó una risita, como si acabara de contar el mejor chiste, y el hombre levantó una ceja ancha. Se quedó pensativo por un insta
beló contra ese contacto. Sentí cómo me invadía un temblor, y me retiré brusc
mi voz se quebró en un grito
hombre, a su contacto, era tan fuerte que no podía controlar mis reaccion
conociendo mi límite. Pero en su mirada no había juicio ni sorpresa. Su rostro permane
ono era tan suave que casi sonaba cariñoso.
atrapándome. Lo miraba fijamente, esperando que hiciera algo más, algo que confirmara mis temore
cio Angelina Aleksándrovna. Su voz era tranquila, pero en ella había un leve
veía frente a él. Luego, sin decir más, metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó un s
s y contó rápidamente su contenido. Sus ojos brillaron con satisfac
el bolsillo de su bata. - Él se encargará de los documentos necesarios.
laramente complacida con cómo
Lázarev, - añadió con una
fuera una cosa que se podía formalizar y entregar. Sentí cómo algo dentro de mí se encogía de
*
a concentrarme cada vez que empezaban a cobrar fuerza. Los medicamentos no me dejaban profundizar
en mi habitación del manicomio. Hablaba y hablaba, mient
se escapó de mis labios antes de que me diera cuenta, pero su presencia, su mirada insistente, desperta
abía dicho. Sus ojos se clavaron en los míos, estudiándome, como si buscara algo más profundo que una simple respuesta. Se sentó f
lnerable. Veía que mis palabras lo habían afectado - a juzgar por
finalmente, su voz sonaba tranquila, per
entender por qué podría pensar eso. Lo miré, bajando ligeramente
xplicar ese miedo abrumador, esa sensación de que cada toque podía ser una amena
uían siendo penetrantes, como si todavía estuviera analizando mi reacción. - No voy a go
mo los rostros pueden mentir. Y qué engañosas pueden ser las primeras impresiones. La apariencia externa rara vez coincide con lo que está oculto en el interior. La belleza no signif
en lo más profundo de mis pensamientos, descifrar mi silencio. Pero no podía decir nada, no podía ni confirmar su verdad ni refutar mis temo
o - miedo a lo que no podía controlar. Y cuanto más me persuadía, más dudaba. - Tienes que confiar en mí, - continuó, como si
intentaba derribar el muro de desconfianza, pero ese muro era demasiado sólido, construido a lo largo de años de miedo y dolor. - Te lo prometo, nunc
raron al borde de la cama con tal fuerza que sentí el dolor en mis palmas. Un poco más y parecía que mis articulaciones cruji
y su rostro se oscureció por un momento. Parecía haber comprendido que ninguna palabra lograría convencerme ahora. - ¿Me oyes? No te haré daño, nunca, - repitió, levantándose lentamente. Sus movimientos no
rritación en ella, solo una profunda tristeza, como si entendiera que mi reacción no e
disiparse. Él estaba sentado frente a mí, tranquilo, sin hacer ningún intento de tocarme de nuevo ni de de
omisuras de sus labios se tensaron ligeramente, como si el ambiente en sí le trajera asocia
resara en voz alta sus pensamientos. - No sé mucho sobre los ángeles, p
chica asustada encerrada entre estas cuatro paredes. Pero no pude responder a sus palabras; permanecí
da viviendo en una casa normal - continuó, con una voz
nes normales pudieran devolverme a la vida. Su mirada volvió a recorrer las par
me deprimen - su voz tembló con indignación.
mo estuviera al borde d
calidez especial. - Sin ese persistente olor a cloro, flores en el alféizar, una computadora, una tel
no describiera simplemente condiciones, sino una