ió su significado. A veces veo a otros pacientes, que recogen hojas caídas en grandes montones. Parecen hacerlo con seriedad, como si ese acto pudiera salvarlos. ¿Pero qué p
n lo que ocurre dentro de mí. No puedo entender quién de nosotros está más perd
mi piel y mi alma. Como si esa lluvia pudiera lavar toda la suciedad acumulada en mi interior, purificarme por completo y hacerme sentir viva de nuevo. Pero aquí, entre estas paredes, la llu
que no puedo estar entre los demás, no puedo ver sus cuerpos desnudos, no puedo ser parte de ese espectáculo no deseado. La primera vez que entré a la
odía respirar, no podía exhalar. Todos esos cuerpos, todas esas miradas, eran demasiado. Sentía que me atravesaban, que me desgarr
alrededor lo podían escuchar. Un zumbido retumbaba en mis oídos, y mi corazón parecía querer salirse del pecho, huyendo de esa pesadilla. Me encogí, presioné las manos contra mi
ni comprensión. Ya no veía sus rostros, solo sentía el frío de las baldosas bajo mis pies y el vacío dentro de mí. La oscur
siempre me duchara la última. Y ahora, cada vez que entro a la ducha, trato de convencerme de que todo será diferente, de que podré soportar al menos unos minutos bajo
levarse todo el peso que llevo dentro. Me quedo así, con el rostro levantado, imaginando cómo las gotas frías golpean mi cara, arr
uas leyendas rusas. Su cabello rubio, casi amarillento, y sus cejas apenas visibles lo hacían parecer un héroe de antaño. Sin embargo, había un detalle que siempre me causaba una leve confusión: cuando hablaba, sus la
ctó más de lo que esperaba: - ¿Por qué
calma exterior. Sabía que muchos pacientes hacían esa pregunta - cuándo podrían irse, cuándo llegaría su "libertad". Pero yo nunca
ondí sencillamente: - ¿Pa
s ojos, tranquilos y penetrantes, parecían buscar algo en mi
r una prisión, - dijo, como si
celamiento. Para mí, era más bien una jaula, pero no una hecha de estas paredes, sino una que estaba
í, mirándolo directamente a los ojo
zarlo más a fondo. Simplemente lo entendió. Y eso fue extraño: por primera vez, alguien no intentaba imponerme sus interpr
era la única persona que realmente no me veía como
al mismo tiempo extrañamente tranquilo. Parecía que no ocurría nada nuevo, los días seguían su curso, pero sentía
zó la chaqueta acolchada del hospital, esa mi
stuviera despidiendo de una vieja amiga y no de una paciente que pronto dejaría e
té, intentando captar si hablaba en
si todo fuera una broma. - Te están de
bajo mis pies y todo a mi alrededor comenzó a girar como en un remolino. Sentí que
niéndome por los hombros. - ¡Era una bro
broma contenía un toque de verdad, pero en ese momento ya no podía disti
plástica, - continuó con su habitual lige
er recuperarme de sus palabras. "Donación de órganos
mucho dinero, la vida perfecta, pero con una nariz como la de Pinocho o una trompa de hipopótamo. Solo sirve
ue pudiera apoderarse de mí por completo, Borja me inyectó una dosis en el hombro con destreza. Casi de inmediato, un calor reconfortante recorrió mi cue
z que había sentido el viento fresco en mi rostro. Por un momento me detuve para inhalarlo profundamente. Parecía que el mundo fuera de esas paredes
se un poco. Se estiró las grandes orejas rojas y sonri
lveré aquí alguna vez? ¿Seré capaz de irme para siempre? ¿O, como tant
tual sensación de cansancio, pero no dije nada. ¿Para qué? El momento en que la puerta se cerró me pareció inesperadamente simbólico, como si no solo fuera el sonido de los cerrojos, sino
que podría haber sido el último, los momentos en que caminaba al borde del abismo. Un sudor frío apareció en mi frente, y me apreté instintivamente contra el asiento, tratando de calmarme.
a. Mi mirada los atravesaba con indiferencia, como si fueran fotogramas que no significaban nada. Observaba, pero