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Historia

Capítulo 3 La Red de Mentiras

Palabras:1454    |    Actualizado en: 26/10/2024

etido un error grave al dejar que su empleadora, la hija del poderoso Alejandro Ferrer, se aventurara en un barrio tan alejado de su zona habitual. Gabriel parecía h

dijo Luis, con voz grave-. Este no es un lugar s

No era la primera vez que alguien trataba de controlarla, pero ese día

arlo-. Si yo decidí venir aquí, es asunto mío. Y si te atreves a decirle a

señorita -respondió, inclinando ligeramente la cabeza. Sin embargo, el brillo en sus

rcástica. -Ya ves, princesa -dijo, con un tono que era mitad burla, mitad adverten

persona que él creía, pero por otro, no podía negar que las palabras del chofer habían despertado en

pueda hacer algo bueno con ello. -Sus ojos se encontraron con los de G

go, simplemente se encogió de hombros y di

olvemos a nuestro lugar. Y este -dijo, señala

rca. Sabía que sus palabras no habían convencido a Gabriel, pero también sabía que no po

pidamente, como si al ir más rápido pudiera dejar atrás la confusión y el sentimiento de culpa que sentía. No sabía si estaba tratando de demo

do evitar cualquier encuentro con su madre. Sin embargo, apenas cruzó el umbral del vestíbulo

no tan calmado que resultaba i

n naturalidad-. Te lo dije, n

cir nada, dio un paso hacia un lado, revelando lo que tenía en la mano: un iPad con un mapa de la

GPS del auto, estuviste en un barrio que, francamente, no es apr

amilia Ferrer estaban equipados con rastreadores GPS, un detalle insignificante en su vida diaria, pero que

amente-. Había una galería de arte en esa zona y quise det

o-. ¿En un barrio donde apenas hay tiendas, mucho menos

manera tan directa, y menos aún en un tono que rozaba la acusación. Se vio ob

o donde los artistas locales exhiben sus obras. Sabía que no era una zona us

so hacia ella-. Y sabes muy bien que tengo mis razones para preocuparme por ti. Con toda la atención que recibimo

segura, donde cada paso estaba calculado para reforzar la imagen pública, se estaba volviendo insostenible. Y por prime

sta para evitar la mirada acusatoria de Isabel-

ntamente. -Eso espero, Lucía. Sabes que tu compromiso con Ernesto est

recordaba la jaula dorada en la que había vivido toda su vida. Y ahora, había tenido un atisbo de algo más

ión la dejó exhausta, pero no podía simplemente ignorar la sensación que se instalaba en su pecho. Se acercó a la ventana y miró hacia afuera, hacia

ido, estaba equivocada. Lucía se sentó frente a su escritorio, abrió su computadora portátil y comenzó a investigar. Escribió "Gabriel" en el mot

rastro de su existencia. Sin embargo, cuanto más buscaba, más determinada se volvía. Algo la empujaba a descubrir

cidente trágico en una fábrica varios años atrás, donde un tal Gabriel Fernández había perdido a su familia en un incendio. Lucía

ón de seguir investigando era arriesgada, lo sabía. Pero ya no se trataba solo de una deuda de gratitud o de un i

eglas que hasta entonce

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