etido un error grave al dejar que su empleadora, la hija del poderoso Alejandro Ferrer, se aventurara en un barrio tan alejado de su zona habitual. Gabriel parecía h
dijo Luis, con voz grave-. Este no es un lugar s
No era la primera vez que alguien trataba de controlarla, pero ese día
arlo-. Si yo decidí venir aquí, es asunto mío. Y si te atreves a decirle a
señorita -respondió, inclinando ligeramente la cabeza. Sin embargo, el brillo en sus
rcástica. -Ya ves, princesa -dijo, con un tono que era mitad burla, mitad adverten
persona que él creía, pero por otro, no podía negar que las palabras del chofer habían despertado en
pueda hacer algo bueno con ello. -Sus ojos se encontraron con los de G
go, simplemente se encogió de hombros y di
olvemos a nuestro lugar. Y este -dijo, señala
rca. Sabía que sus palabras no habían convencido a Gabriel, pero también sabía que no po
pidamente, como si al ir más rápido pudiera dejar atrás la confusión y el sentimiento de culpa que sentía. No sabía si estaba tratando de demo
do evitar cualquier encuentro con su madre. Sin embargo, apenas cruzó el umbral del vestíbulo
no tan calmado que resultaba i
n naturalidad-. Te lo dije, n
cir nada, dio un paso hacia un lado, revelando lo que tenía en la mano: un iPad con un mapa de la
GPS del auto, estuviste en un barrio que, francamente, no es apr
amilia Ferrer estaban equipados con rastreadores GPS, un detalle insignificante en su vida diaria, pero que
amente-. Había una galería de arte en esa zona y quise det
o-. ¿En un barrio donde apenas hay tiendas, mucho menos
manera tan directa, y menos aún en un tono que rozaba la acusación. Se vio ob
o donde los artistas locales exhiben sus obras. Sabía que no era una zona us
so hacia ella-. Y sabes muy bien que tengo mis razones para preocuparme por ti. Con toda la atención que recibimo
segura, donde cada paso estaba calculado para reforzar la imagen pública, se estaba volviendo insostenible. Y por prime
sta para evitar la mirada acusatoria de Isabel-
ntamente. -Eso espero, Lucía. Sabes que tu compromiso con Ernesto est
recordaba la jaula dorada en la que había vivido toda su vida. Y ahora, había tenido un atisbo de algo más
ión la dejó exhausta, pero no podía simplemente ignorar la sensación que se instalaba en su pecho. Se acercó a la ventana y miró hacia afuera, hacia
ido, estaba equivocada. Lucía se sentó frente a su escritorio, abrió su computadora portátil y comenzó a investigar. Escribió "Gabriel" en el mot
rastro de su existencia. Sin embargo, cuanto más buscaba, más determinada se volvía. Algo la empujaba a descubrir
cidente trágico en una fábrica varios años atrás, donde un tal Gabriel Fernández había perdido a su familia en un incendio. Lucía
ón de seguir investigando era arriesgada, lo sabía. Pero ya no se trataba solo de una deuda de gratitud o de un i
eglas que hasta entonce