go, el hotel no estaba precisamente cerca de la ciudad. Era una mansión más que un hotel,
azada con toda esta ropa, incluso el taxista me miró asombrado y yo, me aver
ería así, tendría que acostumbrarme y dejar de sentirme como una ratoncita asustada. Recordé las palabas de Carl, yo era
ero como era su sueño. Fuimos a un bar donde me platicó sobre un nuevo trabajo que pintaba ser maravilloso. Por todo lo que me dijo, jamás pen
cer preguntas. Cualquiera sabía que en ese lugar no se podía hacer preguntas. Me había esforzado tanto por
rada me saludó co
e su presencia? -preguntó, como si nos encontr
ropa no debía favorecerme. El no dejaba de mirarme. Eso me hizo avergonzar. Otra vez
ma. Me pellizqué el brazo disi
lla. Me llamo Cady. -dije, ap
ción, siguiendo con su inspec
me. -su voz se tornó
ugar tenían los modos de época, como si vivieran en un castillo real. Sonreí, recordé todo que
. Dime ¿Por qué quieres tr
persona segura mira directamente a los ojos. Él tenía los ojos de color miel, con el cabello castaño y rizado. Tenía una mira
sumo cuidado en
dad. -contesté, sonriendo, mirándolo directamente. Señalé el entorno. -Cuando supe que los que tra
o inocente y tierno. Me condujo hacia el interior del castillo. Los jardines eran impresionantes. Los arbustos estaban podados de una
fuera un nido de monstruos mafiosos. Era una fachada, la belleza del hotel, que era
-el chico se inclinó para saludar
to dios, me dije a mi misma, me escandalizaba por cualquier cosa. Es que el
muy cerca de su boca, para que viera que no
ar, abriendo la puerta con cordialidad. La entrada era igual de imponente, las puertas eran e
gresé a un pequeño vestíbulo, que era igual de lujoso. Debía ser una sala de espera, en la que esperaría que la mujer se desocupara para realizar la entrevist
ó a temblar. Dios mío, estaba tan nerviosa. La ansiedad me poseyó por completo. Era e
revista. -dijo la mujer, des
l miedo estaba azotándome con fuerza. Me preguntaba qué demonios había sucedido allí dentro,
Debía fingir, debía encajar allí.
o. No te escandalices, me dije, no te r
aldosas brillantes. Levanté la cabeza, dispuesta a ser lo que tuviera que ser, a ser otra per
tendría un cuaderno entre sus manos, que estaría sentada en el escritorio para hacerme preguntas como cualquier
na complet
Cady, es un pl
entera. Stella era una mujer joven, de unos treinta, de cabello castaño rizado, largo pasándole los hombros. Su piel er
taba tal y como vino al mundo. Sin nada, m
o en mi idea de entrevista, es en q