dos un poco cerrados como caracterizaba a las coreanas. Ella tenía treinta años, pero lucía tan joven y bella como de su edad, veinticinco. Su cara era de prop
vida con una autoridad que ella no había concedido. No podía evitar sentir desconfianza, y mucho menos después de todo lo que había pasado
na calma inquietante-. ¿Manejar un auto a toda velo
qué alguien que acababa de irrumpir en su vida, que le había robado un b
naba la indignación que estaba intentando controlar. Sabía que había muchos hombres que apro
le dio un matiz de fragilidad que no pasó desapercibido para Heinz. Pero su respues
facultades mentales y en totalidad de tus sentidos -respondió él, con un tono genuino que
za que parecía desarmarla, algo en la manera en que la miraba que la hacía sentir que estaba perdiendo el control sobre sí
volvía fría y despectiva. Tensó la mandíbula, buscando en su interior la fuerza para o
én, su enojo, incluso su repulsión hacia él... todo eso la hacía más interesante. Para él, era una contradicción viva: una mujer fuerte y decidida,
e firme, pero para él era tan obvio lo frágil que se sentía en ese momento. La fuerza con la que intentaba ocultar su tristeza, su confu
más que intensificar su deseo de protegerla. Así, las personas del lugar los veí
cuando los sollozos de Ha-na comenzaron a llenar el espacio. Ella había intentado mantenerse fuerte, fingir que todo estaba bien, pero las emociones reprimidas eran demas
tamente en ella. No podía decir que le sorprendiera. Sabía que ella estaba tratando de ser fuerte, pero
e su chaqueta y se lo ofreció. Ha-na, sin siquiera mirarlo, tomó el pañuelo y comenzó a secar sus lágrimas. Sus sollozos se int
mente en su espalda, dándole pequeños golpecitos, tratando de ofrecerle un consuelo silencioso. Era lo único que podía hacer en ese momento. No quería pr
o era lo que había esperado de alguien como él, alguien que parecía tan seguro y controlador. El simple hecho de que se mantuviera en silenc
lor de ver su vida desmoronarse ante sus ojos. Y luego, este desconocido, Heinz, que había irrumpido en medio de todo ese caos y la había sacado de allí. ¿Por q
derlo, y esa confusión solo a
trol. Las emociones seguían ahí, bajo la superficie, pero al menos ya no se desbordaban. Se sentía vacía, como si todo den
lo, aun sosteniendo el pañue
traerla. No por lástima, ni por compasión, sino porque, Ha-na era importante para él. Era la chica que le gustaba y su primer amor, su amor platónico. Cuando se e
a para siempre, aunque nunca lo hubiera confesado. Durante años la había observado desde lejos, permitiendo que su corazón latiera solo para ella. Cuando se enteró de su boda, sintió que el