s des
ectamente peinado hacia atrás. Su porte elegante, combinado con su impecable traje a la medida, lo convertían en el epítome del poder y la sofisticación. Sin embargo,
ronáutico y de inversiones, su agenda estaba repleta de reuniones, adquisiciones y estrategias de expansión. No había espacio para la i
abuela, Doña Elena Lester, y su hermana menor, Victoria. Doña Elena había sido su pilar desde que sus padres fallecieron en un trágico accidente cuando él era apenas un niño. Fuerte, elegante y
un carácter bondadoso, Victoria era el contraste perfecto con su hermano mayor. A diferencia de Mateo, ella prefería ver lo mejor en las personas y soñaba con u
dquisición de su empresa. Los negocios iban bien, como siempre, pero una sensación de vacío lo invadía. Era el rey de un imperio, pero ¿a qu
as que lo mantenía absorto. Adrián, su amigo de toda la vida y socio en algunos de sus negoci
ad? -preguntó Adrián, acercándose a la ventana pa
tar la vista del paisaje urbano, sus ojos recorriendo los
cía la respuesta, sabiendo que la vida de Ma
con un suspiro, sintiendo el peso de
do la ciudad con una mirada pensativa, como si busc
seguido a Brasil -comentó Adrián, con un t
por el comentario de su amigo, si
-preguntó Mateo, c
n los ojos, como si estuviera a punto d
ido -dijo Adrián, con un tono juguetón-
ía ocultarle nada a su amigo, que
nunciar su nombre fuera un acto proh
Esa mujer te marcó, Mateo. Lo sé y tú lo sabes. Me dijiste que no he cuidas
con una mirada interrogante, b
Adrián -dijo Mateo, con
, con un tono despreocupado-. El tiempo no borra
e su sonrisa, el sonido de su risa, la sensación de su piel bajo sus dedos... todo seguía tan
er a verla -dijo Mate
ó Adrián, con una
con firmeza-. Solo..
uedes seguir viviendo así, atrapado en tu propia perfección. Tienes que arriesgar
n en su interior. Quizás era hora de dejar de lado el miedo y
la vida. A sus 30 años, su esbelta figura y elegancia natural destacaban entre la multitud. Su cabello rubio caía en ondas suaves sobre
tenían su esperanza. Sin embargo, la realidad distaba de ser glamorosa, como un espejismo que se desvanecía al tocarlo. Los turnos agotadores, los constantes cambios de horario, el jet lag que la desorientaba y la distancia con su pequeño le pesaban
jo de cuatro años, esa mañana antes de que ella saliera de casa, su
mbra bajo sus rodillas, y acarició su cabello oscuro y sedoso,
n cuanto aterrice, te lo juro por el cielo -dijo Josabet, con
corazón, un nudo en la garganta que le impedía hablar, pero no podía permitirse flaquear, no frente a su hijo. Se obligó a sonreír, sintiendo
Josabet, sintiendo el aroma a bebé de
ó Samuel, abrazándola con fuerza, sintien
al en su mano, y salió del apartamento, dejando atrás a su hijo, su corazón dividido entre el deber y el amor. El sonido
fuera, josabet se dirigió al aeropuerto con la mente dividida entre el trabajo y la añoranza por su h
ien. Samuel y yo tenemos planes d
bet con gratitud sincera-. Les juro que buscaré otra
idad donde pudiera estar cerca de su bebé, si
l equipaje, atendiendo a los pasajeros con una sonrisa que ocultaba cualquier cansancio o preocupación. La voz del ca
con su pequeño Samuel. Y aunque los años pasarán, en su mente seguía es
a, lo volvería a ver y cuan dispuest