frecuencia de lo habitual. Sus ojos verdes brillaban con una intensidad que me ponía nervioso. Des
itarte a almorzar. Hay un pequeño restaurante a las
pregunté, con una mezcla de halago e incredulidad. La imagen de Alejandra, con sus ojos verdes y su sonrisa tímida, se grabó en mi mente. «¿Será una cita? ¿O solo un almuerzo entre conocidos?», divagué, imaginando una conversación amena, risas compartidas y quizás, solo quizás, la oportunidad de conocerla
in dudarlo, interrumpiendo
ella-. Paso po
ara el almuerzo. Era ridículo lo nervioso que me sentía. «Después de todo, es solo un almuerzo... ¿verdad?», me intenté convencer, aunque en el fondo sabía que no era así. Había algo más, una conexión que no podía ignorar. «¿Por qué pienso tanto en ella? Apenas l
de color coral que le sentaba de maravilla. Me saludó con una sonris
n la selva a un lado y el mar al otro. El aire olía a sal y a flores tropicales. Alejandra conducía con soltu
reguntó, sin apartar l
-respondí-.
ndra
én lo es. Nací
rprendido-. Siempre pensé
oltó una pe
é? ¿Por
un poco torpe-. Es solo que... n
irte -respondió ella, encogié
nté, observando las luces tenues, la decoración con toques rústicos y las mesas dispuestas con una cuidada intimidad. Alejandra se veía aún más hermosa bajo la luz suave del mediodía. Su piel morena, ligeramente bronceada por el sol, contrastaba con el vestido coral.
mientras nos sentábamos en una mesa con
nque por dentro me sentía un manojo de nervios. «Relája
la, con una sonrisa que m
ndo las palabras correctas. «¿Por qué me pon
uralidad. Alejandra se mostró más abierta y relajada que en nuestros encuentros anteriores. Me contó algunas anécdotas sob
re su infancia, Alejandra se inclinó ligeramente
nvitación -dijo con voz suave-. Te
justa reacción. La imagen de su mano estampándose en mi mejilla me hizo sentir una punzada de vergüenza. «Fui un idiota», pensé, mordiéndome el la
able. La brisa marina movía suavemente su cabello, y un mechón rebelde cayó sobre su mejilla. Instintivamente, extendí la mano para apartárselo, y nuestros dedos se roza
-. Oye... de verdad te quería pedir disculpas po
sa, restándole importancia al
on una sonrisa-. No
se día. Eran dos personas completamente diferentes. ¿Cuál era la verdadera Alejandra? «Es
me resultaba irresistible. El sonido de las olas, el olor a sal y el suave vaivén de las palmeras creaban una atmósfera íntima y romántica. Era como si el tiempo se hubiera detenido, y solo existiéramos ella y yo en ese pequeño paraíso. «¿Por qué me invitó a almorzar?», me pregunté
no titubeó en tomar la mía, pero tras unos segundos de tensión, term
-preguntó c
necesidad de confesarle mis sentimientos. Per
salir contigo -dijo, con una mirada
se dibujó en
mbién me
arena cálida, con las olas acariciando nuestros pies. De repente, Alejandra tomó mi mano. La sensación fue extrañam
e detuvo en seco y retiró la mano rápidamente