incondicional, era en realidad el artífice de mi dolor. Me había ca
no. Era una foto de su mano perfectamente cuidada, sosteniendo una copa de champán
: "Mi amor, ¿estás descansando? He pedido al doctor que venga. Lamento que
s comprendí el engranaje completo. Creía que todo se trataba simple
rota. Espero que baste para tranquilizar a Joyce en esta ocasión, pero la deuda aún sigue. Hace quince años, Joyce me salvó la vi
sacó a un pequeño aterrado del asiento trasero, segundos antes de la explosión. Ese niño era Austen. Él me llamó su "pequeña
a mentira. Joyce había usurpado mi acto heroico, y yo estaba pagando
ítu
noventa y cinco castigos. Ese
dida sobre el suelo de mármol del baño de la suite principal, con
raba como un marido ejemplar, era quien le infligía cad
ingió tropezar con una alfombra y derramó vino
on dedo tembloroso
iempre me ha tenid
só a casa con una expre
cocina y la obligó a arrodilla
sabes bien; debes aprender a
urrió el castigo núm
urante cuarenta y ocho horas, sin ali
que Alana recibió más elogios po
e el otro lado de la pesada puerta. "T
y tres había sido
ra hasta que estuvo a
orquídea que Joyce les había regalado,
su cariño, Alana. Tu negligenc
enta y seis, su mano izq
do con un libro gr
ño arquitectónico, orgullosa de su traz
a Austen entre sollozos, acusándola de
soportable. Intentó apartarse del centro de la inmensa y hela
erdido bajo el tocador dur
le sosteniendo una copa de champán, acompañada por la fras
la chispa, pero nunca entendió el mecanismo. Creyó que todo era úni
"Mi amor, ¿estás descansando? Llamé al doctor. Lamento que tuviera
ente que no veía a ninguna otra mujer que no fuera su brillante esposa arquitecta. Le compraba isl
lla lograba creerlo. ¿Cómo podía el hombre que besaba s
leno de gestos grandiosos. Él había irrumpi
en cuestiones de amor, y con ra
, y su padre, obsesionado con ascender socia
Alana en un tormento silencioso. La transformaron en sirvienta d
su segunda esposa, lo toleró todo. Para é
tropezar deliberadamente a Alana, enviándola por unas escaleras. Él no corrió
sa de su padre se desplomaron. Austen habí
nes de lo que quedaba, devolviéndole la herencia
ulparan públicamente. Incluso obligó a Joyce a mu
sus ojos ardían con una intensida
nadie vuelva a herirt
cto, le creyó. Se dejó caer en sus brazos
na farsa cuidados
el único capaz de herirla, y lo
aló en su vientre com
anhelaba comprender l
apoyándose en el tocador. Debía llegar hasta la ofi
lencioso y opulento, que se alzaba a
udio. La puerta estaba protegida por un esc
: la fecha de su cumpleaños. La ironía se
se abrió c
clusivo perfume, un espacio al que
bía una aplicación de grabación de voz aún abi
más reciente, fech
la habitación silencios
para apaciguar a Joyce esta vez, tiene que ser suficiente. No s
s la grabación continuaba y el mund
llamas después del secuestro. Era solo una niña, valiente como ninguna. E
oló en la grabación, impregn
uencias. Estos castigos... son mi forma de corregirla, de equilibrar la bal
e ella se
uego, quince
ien había e
ellarse contra los árboles. Fue quien sacó a un pequeño aterrorizado y
su ceja, un detalle imposible de olvidar. Él la había llamado s
a policía encontró a otra niña ocupando su lu
ña era
Se aferró al escritorio, mientras una o
usticia sobre una mentira. Joyce había usurpado su acto h
los últimos meses se había vuelto cada vez más frec
a anterior, sosteniéndola con te
a todos los especialistas del mundo,
envenenado, su protección una pris
u ser gritaba la
apa
a. El poder de Austen era absoluto; su
capaz de enfrentarl
Under
tecnológico, un hombre cuya enemistad
que, en ese tiempo, la había mirado con una calid
que una nueva y fría determinación se filtrara en sus
tiguos alumnos de Stanford. Los dedos le
Te entregaré mis acciones en Ballard Industries, todas
iro final, pr