ista de El
nal indiferencia, sus rostros cuidadosamente inexpresivos. Sacaron la bala, cosieron mis heridas y me pusieron un pesado yeso en
ouses al otro lado de la ciudad, una joya preciosa q
ancla durante una década se había ido, dejando atrás una fría y dura resolución.
y empezaría de nuevo. Pero primero, había una última cosa que necesitaba hacer. Tenía que ver a Isla. T
e los guardias me habían devuelto, vibró
de la avenida Masary
llí, sentada en una mesa apartada. Parecía pálida, pero sus ojos tenían un brillo petulante y triunfante. La másc
o de ultrasonido granulada sobre la mesa-. Emiliano está extasiado. Ya me prome
su rostro petulante, y una lenta y can
¿verdad? -dije, mi voz tranquila-. Solo un
onrojó de un r
con la que estaba atrapado. Dijo que tienes las manos sucias, que le das asco. ¡Me dij
o. Un dolor familiar floreció en mi pecho, el fantasma de un amor muerto hace mucho tiempo. Todos los sacrificios, todas las decisio
su amor -dije, mi voz plana y sin
elante, mis ojos cl
cosa. La escult
Una sonrisa cruel y bu
ano mandó a hacer? Fue un gesto dulce, pero no es realmente mi est
ando un sorbo l
. Un símbolo de que me ha elegido a mí po
sobre la mesa, mi mano buscando la escultura que ell
áme
ia atrás. El movimiento fue calculado. Mi pierna herid
íquido oscuro, casi negro, goteó de la comisura de su boca. Se agarr
, su rostro contor
elada por la conmoción
pió, flanqueado por dos de sus imponentes guardaespa
ntes apresurados por su equipo de seguridad
suelo, gimiendo de agonía. Me vio a mí, despatarrada en medio del desastre de sill
nvenenó... -sollozó Isla, seña
corazón, que pensé que ya se había convertido en pied
do directamente en su tram
xamen superficial, miró a
r Cárdenas. La señorita Ferrer está en estado c
acada en u
n silencio. Sol
arganta. Por supuesto que no me creería. Ya me había
beza, mi voz un
o hice,

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