io. Sus ojos tan azules como el cielo siempre reflejaban una frialdad extraordinaria, sus rizos albinos pintados caían hasta sus hombros enrollándose en las punt
y sangre, al igual que el pijama de la víctima, la cual yacía en el suelo boca abajo, con el cabello alborotado, aferrada a unas tijeras negra. El armario fue lo que más llamó la atención de l
ría dar tales zarpazos?
su amigo de tantos años; un hombre de complexión fuerte y tamaño pequeño, de unos treint
emos? –art
esta pequeña aún poseía la cabeza. El armario estaba vacío, solo
la muerte? –
por las enormes heridas en sus hombros, aunque tambié
–cuestionó
sino intentara arrancar
ir rápidamente de allí dejando a
ban por doquier. Esa niña que yacía tirada cubierta de sangre y baba oscura le había devuelto la esperanza de encontrar al asesino silencioso de niños, que únicamente volvía