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Esa noche cuando los relámpagos y furiosa lluvia la criatura ya estaba lista no esperaría mas, pues Emely había sido su presa ms difícil. Por otro Emely ya estaba harta, asustada, congelándose; esas noches de desvelo ya hecho estragos en su rostro y mente: sus hermosos ojos esmeraldas estaban cubiertos de ojeras, el color de su piel había cambiado de un resplandeciente moreno a un color pálido, sus cabellos azabache empezaban a caerse por el estrés, no podía pensar con claridad y le costaba pronunciar palabra. No fue hasta después de esa fría noche que sus padres se dieran cuenta de su estado, esa fría noche era el fin de todo.
El viento resoplaba con fuerza, las gotas de lluvia caían con furia al tejado de aquella pequeña casa de madera. Los rayos daban un pequeño color moradusco al cielo siendo la única luz que entraba por el cuarto de la pequeña Emely; dañando ese pequeño alivio con su estridente sonido secundario.
Su cuarto nunca le pareció tan frio; con una única ventana que daba exactamente a su cama, decorada con esa extraña colcha amarilla con un estampado de árboles de cerezos que le había fascinado en su momento; el pequeño escritorio de caoba decorado con un única rosa blanca y bella, como la luna, con su pequeña silla de acompañante y un closet que apenas le cabían más cosas. Temía abrirlo y no solo porque se le caerían las cosas encima. No. Había algo mucho peor ahí esperándola, asechando para en su primer descuido atraparla y devorarla; no podía dormir esa cosa la devoraría. Se mantendría despierta, en vela hasta, que se fuera, pero nunca lo hacía seguía ahí día a día, noche a noche mirándola, preparándose, crujiendo sus dientes y rasguñando el armario para hacerse notar, para informar a Emely que no se ha ido, que seguirá ahí hasta que pueda cumplir su objetivo.
Ella solo podía imaginar el aspecto de aquella criatura que la hacía mantenerse en vela: tendría pelo por todo el cuerpo y el aspecto de un lobo combinado con el cuerpo de una persona, unos dientes monumentales y afilados como una navaja recién limada, manchados de rojo por la sangre de sus antiguas víctimas, al igual que sus garras a por desgarrar la carne de las antes mencionadas, unos ojos saltones de color cobren que te atraviesan el alma desde que posa sus ojos en ti ¿Qué haría? ''Nada'' se respondía secamente mientras se mantendría acurrucada debajo de la manta de cerezos. Esperaría a que se fuera y listo nada mas no podía hacer nada más o no se atrevía. Sin embargo, dormir no era la opción; en cuanto cerrara sus ojos esta bestia se abalanzaría contra ella y la despojaría de su vida.
'' De palo a palo'' pensaba Emely '' si duermes te comerá'' se repetía. Jamás sería una presa fácil. ''Si muero será con dignidad'' aunque aquel era el mantra que repetía su abuela constantemente, Emely lo acuñó para sí, aunque después de todo no era más que una niña de menos de nueve años; realmente no sabía a ciencia cierta qué significaba la palabra ''dignidad'', pero en este caso era la palabra que mejor confinaba con lo que pensaba. No dejaría que la bestia la lastimara, estaba decidida, aunque en el fondo realmente la pequeña Emely deseaba que la bestia pasase de ella y fuera por otra presa. - No sería eso egoísmo - Resonó una voz en el fondo de su mente - dar desgracias a los demás, que cruel eres- anuncio la voz. Era tan sube y baja. Emely sintió tristeza por sus pensamientos, si bien no sabía el significado de la palabra ''desgracia'' y mucho menos ''egoísmo'' sabia mejor que nadie el significado de la palabra ''cruel'' es como Dios ha sido con ella en toda la vida. Le había abandonado y eso ya lo sabía.
...
Pequeñas fracciones de luz se escurrían al interior del cuarto por las pequeñas muescas en la madera añeja. Al fin el amanecer hacia acto de presencia, Emely había podido aguantar otro día más.
- Es hora de levantarse Emily –escucho llamar a su madre.
- Ya voy mamá –respondió.
La mañana era su hora menos preferida de todo el día, el dolor y el cansancio que le azotaban eran prácticamente insoportables. Caminó hasta el espejo colgado sobre la pared, miró directamente a él, se compadeció de ella misma, las noches en vela habían causado estragos en ella; su tez estaba descolorida, ni siquiera podía distinguir correctamente el color de sus ojos por las profundas ojeras que los recubrían o quizá fuese porque su vista se había deteriorado, de todas formas recordaba que alguna vez fueron verdes ¿o eran azules?; apenas podía peinarse sin sacar la mayor parte de su cabellera, verse de manera tan miserable le hizo pensar hace cuanto empezó todo esto ¿Hace un mes ? ¿Dos? Tres quizá, había perdido completamente la noción del tiempo. Pero no era tiempo de pensar más en eso debía ir a comer, tomó su vestido de siempre, aquel que alguna vez de un brillante color rosa chillón y les llegaba a las rodillas, después se fue sin más hacia el comedor donde le esperaba su familia.
El deteriorado comedor constaba de seis sillas y una larga mesa de caoba llena de muescas y rayones los últimos, auspiciados por los hermanos menores de Emely.
- Buenos días, cariño –le dijo su padre.
- Buenos –respondió. Buenos... Bue... bu... ¿qué? Había olvidado que seguía después.
- ¿Cómo durmieron anoche niños? -pregunto la madre.
- Excelente –respondieron los niños.
''¿Dormir?'' pensó Emely ''¿Qué es eso?''
¿Emely como dormiste? –repitió su madre.
- Bien –respondió.
- ¿Ya se marchó el monstruo de tu armario? –bromeó su padre.
- No –respondió Emely con cierto enojo, eso no era divertido.
- Aun sigues con eso cariño –dijo su madre – Ya ha pasado tiempo, eres una niña grande debes superar ese miedo.
- ¡Yo ya no le tengo miedo al monstruo del armario mamá! –enunció el pequeño Mati.
- ¡Yo tampoco mamá! –gritó emocionada Alma.
Era muy simple para ellos decirlo, la envidia invadió a Emely, mientras ella se pasaba las noches velando por su seguridad ellos dormían tranquilamente y no solo eso se atrevían a burlarse de ella.
- Ya dejen eso niños, vamos a comer –dijo la madre de Emely sentándose en su silla.
El desayuno era simple: huevos revueltos, un pedazo de pan y un poco de jugo de naranja; un desayuno muy simple, aunque bastante bueno si se le comparaba con algunas casas del vecindario.
Al finalizar su desayuno todos se integraban a sus labores, el padre de Emely era un pobre contratista de jordana extendida, su madre se encargaba de los quehaceres de la casa y cuidaba de los gemelos Alma y Mati dos niños sumamente inquietos que apenas tenían cuatro años, por último, Emely debía cuidar a su abuela materna Rosan.
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